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El desnudo, una forma de vestido

Nada se me antoja más parecido a un burdel que un museo (…) En uno, las Venus, Judith, Susanas, Junos, Lucrecias, Salomés y demás heroínas en bellas imágenes inmovilizadas; en el otro, mujeres vivas con sus vestimentas, gestos, decires, hábitos estereotipados. En ambos se encuentra uno bajo el signo de la arqueología; y si me ha gustado el burdel tanto tiempo es por lo que tiene también de Antigüedad, de mercado de esclavos, de prostitución ritual.  Michel Leiris, L’Age d’homme (1939)

guerrilla girls - do women - le bastart¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el Metropolitan Museum? Se preguntaba la Gran Odalisca de Ingres con máscara de gorila que presidía uno de los carteles más sonados de las Guerrilla Girls, el que plantaron en 1989 delante de dicho museo para dejar constancia gráfica de la discriminación de género: menos del 4% de artistas de la colección son mujeres, pero el 76% de los desnudos son femeninos.

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Igor Samsonov. Susanna and the Elders 2011

John Berger, en Modos de ver (1972), distingue entre el desnudo como tema artístico y la desnudez: ser un desnudo equivale a ser visto así por otros; estar desnudo es ser uno mismo. El desnudo se exhibe (es una forma de vestido); la desnudez se revela a sí misma, sin disfraz.

Durante siglos, el actor principal de la pintura europea ha sido el espectador masculino, dice Berger, de modo similar a como lo es ahora de las pelis porno, podríamos añadir. El espectador, ante tanta belleza pillada in fraganti, como los viejos verdes espiando a Susana entre matorrales, es el extraño que aún conserva sus ropas.

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Kathleen Gilje. Susanna and the Elders Restored X Ray

Berger ejemplifica con Tintoretto y su versión del tema bíblico de Susana sorprendida por los viejos patriarcas, la hipocresía del pintor al poner un espejo frente a la joven para alegorizar sobre la vanidad (vanitas), siendo en realidad un mero pretexto para disfrutar del cuerpo que mientras se mira ignora que está siendo (doblemente) mirado.

El legado de pinturas que han tratado este tema, narrado en el Libro de Daniel, se centran en el episodio en que la joven beata es espiada por los ancianos pervertidos mientras se baña en el río o se acicala en el jardín, añadiendo así un ápice de coquetería que de modo subliminal nos hace pensar que incita la agresión.

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Hans Bellmer. Les jeux de la poupée 1937-46

Artemisia Gentileschi fue la única en sacar a Susana de ese contexto idílico y expresar con realismo la reacción pavorosa de una mujer violentada. Kathleen Gilje, a modo de homenaje a aquella pintora del siglo XVII (la primera artista feminista de la Historia, la llaman), realizó una versión en blanco y negro (Susanna and the Elders, Restored, X-Ray, 1998) simulando un estudio fotográfico de rayos X del cuadro de Gentileschi que revelara una primera versión en la que Susana blandía un cuchillo ante sus agresores. Quedaba así plasmado el subconsciente femenino, fuerte y tenaz, frente a la imagen desvalida y lánguida impuesta por la mirada masculina.

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Martha Rosler. Playboy. House beautil series Bringing the war home 1967-72 (MOMA)

En la pintura contemporánea el tema se atomiza en infinitas paráfrasis: desde el sesgo transgénero que le da Joseph Radoccia cuando muestra a un hombre cambiándose el traje de oficina por ropas de mujer mientras es espiado desde detrás de un árbol; pasando por la provocación seudo-pedófila de Stu Mead cuando se disfraza con piel de oso para deglutir con los ojos los retozos campestres de  sus nínfulas; hasta las proyecciones psíquicas de Bellmer, que al transformar el sujeto cosificado en reflejo de nuestras psicosis provoca malestar en el que mira.

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Honoré Desmond Sharrer. Susanna

Manet, con Le Déjeuner sur l’herbe, puso en evidencia la hipocresía de la que hablaba Berger. Al no estar amparado por tema mitológico o bíblico alguno, el desnudo femenino confrontado con el hombre vestido se mostraba con toda su carga sexista. No es que Manet fuera feminista pero por puro espíritu provocador, involuntariamente subrayó la violencia implícita en toda la tradición pictórica occidental.

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Naiza Khan. Suzanna, 2006.

Desde distintas vertientes, artistas mujeres han subrayado críticamente ese contraste: Ewa Partum decía buscarse a sí misma mediante montajes fotográficos donde la vemos desnuda entre los transeúntes, al lado de un policía, ante un edificio gubernamental… (Self-identification series 1980); Martha Rosler también se servía del fotomontaje para traer la guerra a casa (Bringing the war home, 1967-72) y, por ejemplo, colocar una chica Playboy asiática entre soldados americanos interrogando a vietnamitas. Ocupación militar y sexismo insertos en los mismos discursos degradantes.

La revisión del mito de Susana tampoco falta en la singular pintura de Honoré Desmond Sharrer,  quien comentaba aspectos mundanos en clave onírica, desde su condición de mujer en un mundo de hombres. A modo de iconos domésticos rebosantes de magia, sus mujeres estaban desnudas entre hombres trajeados pero tenían algo irreductible capaz de transformar al otro en mero figurante.

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Sebastiaan Bremer. Susanna surprised by the Elders 2011

Las mujeres de Rembrandt difieren de ese trato subalterno a que las relegó la tradición. Sus musas, como señaló Berger, no visten las ropas del deseo masculino. Son sujetos vulnerables pero plenas de sí mismas y sus circunstancias. No es casual que artistas contemporáneos que reflexionan sobre el juego de miradas y la percepción del otro recurran a Rembrandt, como la paquistaní Naiza Zhan y el fotógrafo Sebastiaan Bremer.

Naiza Zhan tiene una serie dedicada a Susana (Bare the fact 2005) en la que pone a dialogar de modo hipertextual estampas japonesas del mundo flotante con la Betsabé  de Rembrandt y Hendrickje bañándose en el río. Engrana el erotismo del ukiyo-e con la psicología femenina tal como fue captada por el maestro holandés para explorar el sentimiento ambiguo de la mujer que como ella hoy se debate entre varias tradiciones, porque lo liberador para unos es regresivo para otros, y entre esos escollos desemboca su particular visión de Susana, desnudándose, vistiéndose, ocultándose o siendo mirada.

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Thomas Rowlandson. Connoisseurs

Susanna surprised by the Elders of the Dutchman Sebastiaan Bremer forma parte de una serie peculiar por el palimpsesto de referencias: sobre fotos que  George Hendrik Breitner realizaba de sus modelos (que le servían como estudios previos para sus pinturas) se solapan personajes extraídos de lienzos de Rembrandt, a lo que en ocasiones se suma el propio reflejo de Bremer proyectado al tomar las fotos con su Iphone. Lecturas texturadas, mirones espectrales, homenaje a pintores coterráneos del pasado tildados en su época de captar a la mujer con demasiado “realismo”.

Repasando la suerte que ha corrido Susana a lo largo de la historia de la pintura, el satírico Thomas Rowlandson fue quien mejor se sirvió de ella para plasmar sin tapujos el prostíbulo del mundillo del arte. Sus Connoisseurs (1799) recreándose en el placer (no solo estético) de examinar con lupa una Venus voluptuosa, con sus lascivos semblantes se mimetizan con los viejos del cuadro de Susana que cuelga detrás de ellos.

Anna Adell

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