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Maquinaria erótica, de pistones y cilindros al nanorrobot

En el inventario freudiano de simbolismos oníricos los genitales masculinos aparecen representados  como revólveres, cuchillos, espadas, palos… y artilugios maquínicos complejos.

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Tomi Ungerer. The fornicon

La máquina ha estado tradicionalmente asociada a lo viril en su vertiente productiva y destructiva, pero las criaturas artificiales (literarias, mitológicas, fílmicas) han sido sobre todo mujeres: Galateas autómatas, seductoras androides, Pandoras revestidas de metal tras la Revolución Industrial, replicantes con inteligencia artificial en la era cibernética.

Pero no es de la mujer ideal forjada por la misoginia secular de lo que este artículo quiere hablar sino del erotismo tecnológico acogido como celebración onanista o como parodia del desafecto contemporáneo; la sexualidad maquínica que nace de las cenizas del amor carnal.

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Gilles Berquet

Los futuristas, ebrios de entusiasmo por los avances industriales y la velocidad, llegaron a escribir emotivos poemas de amor a los autos de carrera (Marinetti). Pandilla de frígidos androcéntricos que escribían manifiestos contra el amor, se excitaban con la idea de que algún día la humanidad podría prescindir de madre biológica.

En la misma época Alfred Jarry se burlaba de todo un poco, y concretamente en Le Sumale satiriza sobre el fervor maquínico y el afán competitivo que emprende el hombre con sus hallazgos científicos. El supermacho termina fundiéndose en un abrazo letal con la máquina para inspirar amor. Creada por el ingeniero para enamorarlo de la joven a la que había seducido, contra todo pronóstico es el cupido gavánico el que se enamora del priápico personaje.

La patafísica de Jarry se adelanta al nihilismo socarrón de los dadaístas. Tras la Primera Guerra Mundial la fe en el progreso científico cayó en el abismo. Francis Picabia, en su etapa dadá, focalizaba sus parodias sexuales en el juego de poleas y engranajes, de pistones y cilindros, alegorías lúbricas con las que reírse de la moral burguesa.

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Tinguely. La vittoria 1970. In front of Mila’ns Duomo

Su amigo Duchamp sintetizó en El gran vidrio similar humor y desencanto. La frustración del encuentro amoroso se expresa mediante una alegoría voyeurista y masturbatoria representada por unos solteros reducidos a colgajos con apariencia de marionetas que hacen girar un molinillo de chocolate para producir semen mientras observan a la novia desnudándose a perpetuidad. Separados por un muro, unos y la otra están condenados a la repetición y a la soledad.

Lo interesante de los ingenios inútiles de Picabia y Duchamp es su ambigüedad, su renuncia a posicionarse, pues la aparente crítica a la mecanización de las relaciones deviene casi una mera excusa para encomiar la masturbación como actividad legítima y necesaria.

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Svankmajer. Machine of Conspirators of Pleasure 1996

El arte reivindica de la máquina lo opuesto a aquello para lo que fueron inventadas: lo improductivo, lo ocioso, el absurdo, el comportamiento azaroso o amoral. En la misma línea, Jean Tinguely confeccionó en los años 50 sus esculturas robóticas, caóticas y, no en pocas ocasiones, autodestructivas.

Si con sus metamatics (máquinas para pintar) desmitificaba al genio creador, al usar objetos reciclados para ensamblar sus construcciones cinéticas y hacerlas estallar arremetía contra la especulación y el consumismo. En La Vittoria (1970) su sentido desacralizador se extiende al culto fálico, con un monumento efímero que parece un guiño a a las antiguas procesiones priápicas grecorromanas o al Hounen Matsuri japonés, pero erigido ante la catedral de Milán para escenificar un incendio sexual: el símbolo viril de la fecundidad consumiéndose entre fuegos artificiales, vapores y sirenas de bomberos.

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Istvan Kantor. Intercourse 1999

La anarquía meta-mecánica es asimismo reclamada por Istvan Kantor, pero como crítica al alienante mundo corporativo. En Intercourse (1999) o Executive machinery (2001) convertía los archivadores de oficina en tótems sexuales integrados en un circuito ciber-robótico en el que el oficinista o ejecutivo quedaba apresado por el gesto repetitivo de abrir y cerrar cajones. Pantallas de video mostraban cuerpos conectados como extensiones de software a complejas redes, en espectáculos barrocos con un toque ciberpunk.

Electrónica y cinemática también confluyen en la máquina masturbatoria que el quiosquero de la película de Svankmajer Los conspiradores del placer (1996) construye para extasiarse ante su presentadora de televisión favorita. Brazos mecánicos adheridos al monitor de televisión lo masajean durante la retransmisión del noticiario. Lo que pareciera un orgasmo simultáneo a distancia, pues la expresión gozosa de la mujer coincide con la del hombre, es en realidad la suma de parafilias personales: la de ella consiste en dejarse cosquillear los pies por pececillos mientras está en antena.

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Driessens and Verstappen. Tickle, 1998

Abandónate a tus obsesiones, tampoco tienes nada mejor que hacer, nos dice Svankmajer. Seamos libres y osados para crear otras realidades, al menos en nuestra intimidad.

Pero no somos libres sino neuróticos debido precisamente a las represiones sexuales. Así pensaba Wilhelm Reich, lo que trató de solucionar con sus acumuladores de energía orgónica. Orgasmatrón, lo llamó Woody Allen en su película El dormilón. Y es que en las casas californianas más snobs de los sesenta no faltaban estas cajas curativas, estimuladoras de la potencia sexual.

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Kelley Heaton. Tickle me Elmo Custom

Al investigar estos temas es habitual toparse con objetos que tanto podrían exhibirse en los estantes de un sex-shop como en una salón de biotecnología o, como es el caso, en una galería de arte. Pensamos  en Spear (1993) o Tickle (1998) de Erwin Driessens y Maria Verstappen, dispositivos programados para desplazarse sobre el cuerpo desnudo proporcionando placer: emulando los movimientos aleatorios de una brizna de hierba agitada por el viento, o provisto de sensores que estudian los relieves anatómicos para que las caricias automatizadas sean dignas del mejor amante.

Kelly Heaton, por su parte, confeccionó su amante ideal inspirándose en Tickle Me Elmo, aquel muñeco basado en el personaje de Barrio Sésamo que ríe y tiembla cuando lo aprietas. Diseñó un traje-títere que procedía del desmembramiento y ensamblaje de aquel juguete infantil, proveyéndolo de dispositivos vibratorios placenteros.

Obsesiones, manías, instintos sádicos o masoquistas… toman cuerpo en el otro artificial, sean armatostes chirriantes o elegantes nanorrobots de 50 gramos, asuman el aspecto de un instrumento de tortura medieval o el de un muñeco infantil.

Anna Adell

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Picabia, “Parade amoureuse”

Algunos mecanomorfos de Picabia

pueden verse hasta el 19 de marzo de 2017

en el MOMA, New York

Francis Picabia: Our heads are round so our thoughts can change direction

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