raquel algaba - sirenas - le bastart

Lo que callan las sirenas

La isla de las sirenas, la más temida por los navegantes del mediterráneo desde tiempos minoicos, tal como fue divulgado por la literatura épica griega, ha nutrido numerosas reflexiones acerca del sentido del arte y su relación con la vida.

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Raquel Algaba. “El silencio de las sirenas”, en Galería Fúcares de Almagro. 10 Oct-05 dic.2020

En el canto XII de la Odisea, Homero narra la astucia de Ulises, cuando para no sucumbir a los encantos devoradores de las sirenas, tapona con cera los oídos de los remeros y él se ata al mástil. Sus oídos quedan libres para deleitarse ante el concierto embriagador de las hermosas aves con bustos de mujer, mientras que su tripulación sigue conduciendo la embarcación sin desviarse de la ruta hacia Itaca.

Theodor Adorno definió a Ulises como el primer sujeto moderno, tal como fue modelado por el pensamiento ilustrado: aquel que instrumentaliza la naturaleza (supedita la externa y reprime la interna, sus instintos), quedando a partir de entonces como un ser lisiado.

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Ulises y las sirenas, detalle de un vaso ático.

El Ulises de Raquel Algaba también es una figura escindida, aunque la lectura del personaje que realiza esta artista es distinta a la de Adorno. En la instalación que presenta en la galería Fúcares, el héroe es una figura articulada de cerámica. Está atado al mástil pero en otro lugar vemos su frágil cuerpo abatido a los pies de las sirenas. Éstas se mantienen silenciosas, sin despegar los labios. Con su aura hierática, se asemejan a animales totémicos. Otras, más pequeñas, se repliegan sobre sí mismas, como ovillos. Una figura sedente con máscaras franqueando su rostro pudiera aludir a la multitud de yoes que nos componen a lo largo de la vida, a la par que su aspecto bifronte nos remite de algún modo a Jano u otros guardianes de umbral, conocedores del pasado y el futuro. Este personaje misterioso sienta al héroe en su regazo, haciéndolo navegar por el flujo del tiempo. El cuento de Kafka, El silencio de las sirenas, no sólo da título a la exposición, también inspira una puesta en escena que nos hace reflexionar sobre el papel de los héroes y los arquetipos que nos lega la mitología.

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Detalle de instalación, Raquel Algaba, Fúcares
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Detalle, Raquel Algaba, Fúcares, Almagro

En aquel cuento, Kafka imagina un Ulises que no sólo se amarra, también se tapona los oídos, por lo que al pasar ante la isla de los pájaros con cuerpos de mujer sólo las ve gesticular y contonearse con sensualidad. El narrador plantea inicialmente que Ulises (el primero de los héroes míticos cuya astucia le permitió burlar el destino, y con ello la autoridad divina) está ahora siendo burlado por las sirenas. Pero, el final de la narración deja abierta otra posibilidad: quizás Ulises sabía del silencio de las sirenas, pero “representó la farsa para ellas y para los dioses”.

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Detalle, instalación de R. Algaba en Fúcares.

“Las sirenas poseen una arma más terrible que el canto”, escribe Kafka. Su silencio es más perturbador que su canto porque corroe el mito desde dentro. El mito queda reducido a una pantomima en la que ya nadie cree, ni siquiera el héroe.

Adorno dedicó su Dialéctica de la Ilustración a demostrar que el Mito no es previo al Logos, como se acostumbra a pensar, pues las trazas ideológicas del pensamiento ilustrado ya estaban en la Odisea, del mismo modo que la fe moderna en la razón instrumental está infestada de mitología. El filósofo alemán interpretó en clave marxista a Ulises, como sujeto burgués entregado al placer estético (el canto de las sirenas), mientras los remeros-proletarios trabajan para él. En su teoría estética, Adorno arremitió con ímpetu contra el arte contemplativo, al que consideraba reaccionario, pero también contra el deliberadamente político, por ser fácilmente reducible a consignas vacías.

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Detalle, instalación de R. Algaba en Fúcares.

La obra de Algaba no estaría en el blanco de los ataques de Adorno porque nos remueve sin necesidad de discurso. La creación, para ser emancipadora, debe ser renuente al concepto, discurría el filósofo ejemplificándolo con la música de Schonberg: la atonalidad hacía aflorar las disonancias sociales, retiraba las vendas que cubrían los ojos heridos de la humanidad. La música tiene la capacidad de llegar a las capas más profundas del subconsciente histórico.

Es esa ambigüedad interpretativa la que nos impele, ante “El silencio de las sirenas” de Algaba, a aventurar otras lecturas, a nutrirla con aquello que a cada una nos sugiere. Así, cuando veo a este Ulises vulnerable, dejándose arrastrar por una garra de sirena, pienso que su comportamiento se parece aquí al de Butes, aquel melómano suicida a quien Pascal Quignard dedicó un bello ensayo.

 

Pascal Quignard identifica poéticamente al Nadador de Paestum con Butes

Butes es un personaje periférico, secundario, de la épica argonáutica narrada por Apolonio de Rodas: Orfeo, sentado en el puente del navío, tañía su cítara con ahínco para sofocar el embrujo de las voces guturales procedentes de la isla de los pájaros, pero uno de los remeros, cuando el barco ya se alejaba del peligro, saltó. Butes sintió la llamada primigenia del canto animal y se arrojó a una muerte segura. Se nos figura como la pura contraimagen del Ulises de Adorno, del esteta aburguesado.

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Raquel Algaba. “El silencio de las sirenas”, en Galería Fúcares de Almagro

 

 

El arte irreductible (al que aspiraba Adorno), el sonido anterior al lenguaje articulado (las sirenas de Quignard) y el silencio kafkiano coinciden en entender la creación como algo que sucede entre dos notas musicales o en las páginas nunca escritas. Es una sensación similar la que nos embarga en la muestra de la galería Fúcares, donde cada figura guarda para sí su secreto. La economía de formas que modelan las anatomías, el hermetismo de los rasgos, sus portes serenos, la blancura de su piel de cerámica, las atalayas desde las que nos observan y los proscenios desde los que no representan otra cosa que su silencio, todo ello, nos cubre con el manto de un instante eterno.

 

 

 Anna Adell

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