Que su frondosa barba no nos lleve a engaño. Anthony Stark no es un hipster rezagado, más bien nos lo figuramos una especie de vástago indisciplinado de Courbet.
Pero el origen del mundo del pintor decimonónico es el ocaso del suyo, pues para Stark el deseo es la antesala del deceso, su anuncio extático, la escalada previa al vértigo del abismo. Porque, como reza su última serie pictórica echando mano de otro de sus adalides, Fassbinder: el amor es más frío que la muerte. “El amor engendra violencia y viceversa”, dijo el cineasta tratando de explicar los contradictorios comportamientos de los personajes en su primer film.
Courbet ensanchó los temas de la pintura al representar lo que por entonces se consideraba sucio, vulgar e impropio de las bellas artes. Cuando trató el desnudo, llegó a prescindir de todo sostén histórico o excusa literaria.
P- Anthony, con esa voluntad de excitar y asquear (si atendemos a los extremos de un amplio abanico de reacciones), te revelas contra la tradición de la pintura contemplativa. ¿Aún pesa esa tradición?
De hecho, opino que casi más que nunca. Si echamos un vistazo al panorama de la creación pictórica actual, nos daremos cuenta de que está dominado por una vuelta a la moda más puramente “esteta”, inofensiva, repetitiva y, por lo general, vacía de contenido. No es casual, claro. El mercado del arte es hoy un mercado sometido a la frivolidad del capitalismo más salvaje (actualmente en una deriva desesperada) y de los mercados financieros.
El contenido es lo de menos. La calidad, por lo general, también. Y esto sirve a la perfección a la desactivación del poder crítico del arte y de su capacidad para cuestionar los discursos dominantes. En España, todo esto es llamativamente obvio: ¿te has dado una vuelta estos últimos años de la feria ARCO, prestando atención a la pintura? El peligro ha sido eficazmente neutralizado. La neutralidad es absoluta (y demasiado parecida a sí misma).
Es cierto que la pintura está volviendo, que hay una reivindicación de la pintura. Pero está claro que es la reivindicación de una pintura aséptica, aburrida, burguesa y pasiva.
P- Si en “Los groseros” satirizabas sobre la perversión de los políticos, en “Fucking paintings” y en esta nueva serie que presentas en la galería Fernando Pradilla el sexo es tema en sí mismo. Pero en esta última la celebración hedonista se tiñe de cierta melancolía. Te centras en el momento extático, en el desespero de hombres y mujeres por eternizar el goce para ahuyentar la idea de la muerte. ¿Algo así?
Eso es. Pero en esta última serie creo que he conseguido acercarme aún más a mi manera de, para bien o para mal, sentir mi propia experiencia en el mundo. Supongo que por eso percibes esa melancolía. Para mi todo esto es puro amor. El amor-sexo, cuando lo vivimos de manera descarnada y sin ambages, siempre es un acto irresponsable, fútil, de abandono al placer finito.
La pintura me da la oportunidad de -casi- eternizar ese placer y acercarlo a la desmesura y violencia con que lo sentimos. Las escenas que protagonizan esta exposición, son profundamente personales para mi. Me aferro a ellas con todas mis fuerzas, deseando que no acaben nunca. Y así intento pintarlas, con la violencia con la que te agarras a lo que sabes que tiene un final.
P- Ello me hace pensar en lo que Susan Sontag describía como “erótica de la agonía” en referencia a Bataille y su visión de la sexualidad como necesidad transgresora de afirmar la vida y sus fluidos hasta devenir indistinguible de la pulsión de muerte. En tus lienzos la voluptuosidad carnal tiende a disolverse en abstracciones matéricas, como precipitándose hacia esa “continuidad del ser” que la “petite mort” permite vislumbrar, tal como explica el autor francés.
La influencia de Bataille en mi obra es importante. De su idea de la relación entre la sexualidad, el deseo, el erotismo y la conciencia de muerte nacen esas contraposiciones entre unas partes realistas, y otras violentadas por la propia pintura, desapareciendo entre la carne-materia.
Esa voluptuosidad de la carne, como tú dices, contiene esa carga erótica, de placer intenso, que solo dura unos segundos y se esfuma. La manera en la que está pintada esa carne también habla del proceso. En el proceso plástico, en mi caso, coincide la búsqueda de un abandono consciente para llegar a una transgresión de mis propios límites impuestos como artista.
Y esta forma visceral de afrontar el proceso me lleva a Rainer Werner Fassbinder, de cuyo primer film, El amor es más frío que la muerte, nace el título de la exposición. Me fascina su proceso de trabajo intenso, que parece rebosar una sensación de necesidad, de inevitabilidad y, por tanto, de amor trágico y descarnado hacia la producción de sus obras.
P- Pero tus pinturas nos remiten también al doble pulso, exhibicionista y voyeurista, que alientan las redes, a la proliferación de videos amateur, a las escenificaciones porno caseras ¿Vería aun Bataille en esas vías de escape contemporáneas la transgresión liberadora de la norma social, la dialéctica revelada entre lo obsceno y lo sagrado?
En esta última exposición he abandonado esa estética más cercana a la pornografía amateur o casera, para centrarme en algo más íntimo. Pero, por supuesto, la enorme presencia de la pornografía en la actualidad y la hipocresía reinante hará que muchos espectadores vean las obras como algo más cercano a ella que a su propia intimidad y sus propias experiencias o deseos. Lástima. Pero para eso están, para que cada cual las interprete como quiera o las sienta como sus filtros moralistas o su honestidad y apertura de ideas les permitan.
Respecto a Bataille, creo que estaría encantado con la proliferación de la pornografía casera amateur. Ojo, antes debemos separar esa categoría de pornografía -que nace del deseo de exhibir el propio placer, de hacer partícipes del mismo a otras personas, del placer de ser mirados- de otro tipo de pornografía que busca un rédito económico u otros objetivos alejados del placer y que estaría más relacionada con el mundo del trabajo del que habla Bataille, en contraposición al mundo del disfrute, del deseo, del erotismo. Pienso que lo consideraría más sagrado y liberador, que obsceno. Lástima que no podamos preguntarle.
Anna Adell
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La exposición “El amor es más frío que la muerte”
se puede visitar en la galería Fernando Pradilla, Madrid
hasta el 5 de mayo de 2017