Ya lo advertía René Chair: si el hombre no cerrara de vez en cuando sus ojos terminaría por no ver lo que vale ser mirado. Nuestros ojos insomnes ya no pueden dejar de mirar, sumidos en una especie de horror vacui.
La ceguera crece en consonancia con la sobreexplotación de la catástrofe. Ambos temas, la imposibilidad de ver y el martilleo de la violencia, nutren muchos de los proyectos de Carlos Aires, al tiempo que apuntan a cierto hedonismo estoico como espíritu de nuestro tiempo.
El artista malagueño ha rebuscado en archivos fotográficos para rescatar las mil y una formas que ha tomado la catástrofe en la historia reciente. La linealidad causal sólo existe en la historiografía; la historia real, en cambio, está hecha de instantes, de ruinas. Y a esas ruinas, decía Walter Benjamin, cabría interpelarlas, sustraerlas, peinar la historia a contrapelo.
Benjamin creía que haciéndolo podríamos conjurar la continuidad de la catástrofe, romper el hechizo de la fatalidad. Suena hoy demasiado utópico pensar en la efectividad de que esos instantes de barbarie actúen como fogonazo revelador, como él pretendía.
Pero Aires encuentra un modo de reactivar los efectos y afectos de la ruina. Su espíritu de collagista le lleva a extraer figuras de fotografías de guerra y pegarlas sobre cuchillos de carnicero (Love is in the Air 2007), a recortar siluetas negras en discos de vinilo que al ser reducidas a su esencia icónica conforman retablos de la contemporaneidad (como el tríptico Let’s get lost 2011). Los títulos, como vemos, a menudo introducen un contrapunto irónico que nos descoloca, llevándonos a la situación embarazosa de escuchar dentro de nuestra cabeza hits poperos mientras contemplamos escenas mórbidas.
En la yuxtaposición de antagónicos el soporte también juega su papel, como aquellos farolillos de fiesta realizados con fotografías extraídas de fondos documentales en su sección de “catástrofes” (Opening Night 2012). Entre los agonizantes y aterrados se cuelan algunos rostros orgásmicos que casi nos pasan desapercibidas, tan cerca está la fisionomía del placer y del dolor extremos.
Pero si hay un soporte del que Carlos ha exprimido todo su jugo simbólico es el papel moneda. En la serie Desastres (iniciada en el 2013) adhiere recortes de prensa sobre billetes de distintos países, vinculando suceso y lugar, señalando los intereses económicos que siempre están detrás de los conflictos.
De dinero están hechos los “dulces sueños” de los ricos: en Sweet dreams (are made of this) 2015, la letra de la canción de Eurythmics está pacientemente transcrita con billetes recortados de los países más poderosos del mundo. Cada letra ha sido pinchada con alfiler como si de un espécimen venenoso se tratara, o quizás con la esperanza de hacerle vudú.
Porque algo de esperanza se vislumbra en la obra de Carlos Aires, a pesar de su humor corrosivo, o más bien, gracias a él. Es en el individuo y su desobediencia donde se cifra la esperanza, incluso en su aparente evasión, en su actitud hedonista ante la vida.
Se considera infracción romper un billete de banco o alterarlo, pervertir su valor de cambio. El potencial transgresor de la ilegalidad se expresa también en el vídeo Sweet dreams (2016), donde dos policías antidisturbios bailan una versión tango del mismo tema de Eurythmics.
La imagen es chocante, y más tratándose de la suntuosa sala de baile del Museo Cerralbo (Madrid). En ella el gesto ilegal o subversivo toma sus vericuetos. Por una parte, remite al origen de un baile arrabalero entre hombres, considerado pecaminoso por la sociedad porteña más pudiente, pero que acabaría entrando en sus grandes salones (en versión hetero, claro). Por otro, es burlada la ley “mordaza” que prohíbe fotografiar a las fuerzas policiales o usar sus uniformes.
Desastres y sueños se reúnen en la exposición actual que le dedica la galería Specta de Copenhague. Una de las blancas paredes ha sido tapizada con multitud de caras “ilustres”, eminencias con las que cada nación pone rostro a su santoral pecuniario. Globos dorados nos dan la bienvenida a la fiesta, invitándonos al relajo estival. Pero cuidado, llevan impresos ojos vigilantes…
Anna Adell
Carlos Aires, Summertime, and the Livin’ is Easy
Specta Gallery, Copenhague
hasta el 22-09-2018