El historiador Aby Warburg instaba a sus contemporáneos a leer las imágenes en lo que tienen de síntomas, no ya como símbolos ni como significantes. Lo sintomático emerge cuando un sustrato coreográfico (gestos, emociones…) activa relaciones inconscientes entre ellas. Hoy, ante la cascada de imágenes líquidas sin contexto ni entidad, las lecturas transversales resultan aún más acuciantes.
Cristina Toledo, en su pintura, emprende un sutil “decapado” de las superficies en blanco y negro de fotografías antiguas que encuentra en internet, logrando rescatar latencias apresadas en la gama de grises subyacente. Esas huellas (“supervivencias” las llama Didi-Huberman) o síntomas se revelan en gestos, en rituales cotidianos y, especialmente, en el residuo espectral e incluso siniestro adherido a los cuerpos por el paso del tiempo.
En su última serie, Una historia victoriana (actualmente expuesta en DA2), espolea nuestra pericia asociativa, nuestra capacidad para desgranar el aleteo dialéctico (de nuevo Didi-Huberman) entre verdad e ilusión, entre documento e imaginación, que se despliega sobre cada imagen puesta en relación con el resto de esta “historia” sin linealidad.
En un primer acercamiento nos envuelve una atmósfera romántica y misteriosa: los personajes (viudas, plañideras…) velan sus identidades dándonos la espalda u ocultándose detrás de pañuelos o periódicos. Nos viene a la mente el paroxismo decimonónico del duelo, la ritualización del llanto tan del gusto victoriano, el tabú del sexo que asociamos con esos vestidos negros que no dejan resquicio de carne a la mirada…
Tras esta primera impresión supeditada a patrones preconcebidos sobre una época aparentemente tan diferente a la nuestra, caemos en la cuenta de que los modelos fotográficos fueron tomados de variedad de fuentes. Pero Cristina empaña de ambigüedad el conjunto haciendo que en nuestro imaginario se confundan los tips de belleza con los trucos de ilusionismo, y estos con los anuncios de piernas artificiales, o que la coqueta “tapada limeña” se nos aparezca como recatada dama victoriana. Tampoco la dama ecuestre de esbelto talle nos da la espalda por mojigatería. Es Catherine Walker, influyente y bella cortesana, admirada y envidiada por saber vivir su vida, sin rendir cuentas.
Asociamos la fotografía victoriana con el costumbrismo mórbido de los retratos de difuntos, con la clausura de la mujer en el hogar, con las supersticiones, con la doble moral… Toledo se interroga sobre esos parámetros y nos invita combinar la retrospección con lo prospectivo, esto es, el pasado con nuestro presente, centrándose principalmente en la mujer y sus roles.
En Hidden mother (2018), la madre es puro regazo sin cabeza para una niña que ocupa todo el cuadro. La luz incide sobre el peto y baña su rollizo rostro, aposentado sobre la negra sombra de su progenitora.
También encontramos una niña mirando a su inquietante muñeca vestida de novia… El tema de la maternidad, las tradiciones, la seducción, el fanatismo y la superstición (los dos últimos pueden aplicarse tanto a la religión o a la moral como a los “milagros” de los tratamientos de belleza) se reactivan en lo que tienen de “supervivencia” en nuestro tiempo, sea por rechazo o por herencia.
En las sociedades contemporáneas, la exaltación del duelo parece haberse invertido en el tabú de la muerte, y el tabú del sexo parece haber virado en paroxismo pornográfico. Pero, es justamente en este juego de inversiones donde se ve que no hay ruptura, sólo polaridad de unas mismas obsesiones.
Todas las series de Cristina Toledo proponen este juego de espejos entre la mujer de un ayer no muy lejano y la mujer de hoy, en todos los casos releyendo imágenes fotográficas (extraídas de revistas de moda, de fotografía documental, de fotogramas fílmicos, de revistas científicas…)
La serie de Tatuadas (2014), de modo similar a las mujeres veladas, muestran el doble filo del tatuaje como arma emancipadora y subversiva a la par que instrumento de dominación, marcaje o posesión por parte del marido, el padre, víctima de un secuestro (Olive Oatman) o del espectáculo circense.
En Un acto de fe (2015), desplazaba la mirada del campo de batalla a la retaguardia civil, al día a día de las mujeres en el ámbito doméstico. Pintoras, enamoradas, madres, enfermeras… resilientes, pese a todo.
Con Sacrifice (2017) visitamos salones de estética a cuya bizarra aparatología se someten entusiastas féminas. El tratamiento lumínico, de grises tamizados y tonos sepias, nos recuerdan fotogramas de ciencia-ficción de los años 40. Está claro que los aparatos de hoy parecerán igualmente bizarros a futuras generaciones, y en cierto modo de eso se trata, de filtrar lo siniestro en una cotidianidad que es la nuestra.
Anna Adell
Cristina Toledo. Una historia victoriana
puede verse en DA2. Domus Artium 2002, Salamanca
hasta el 13 de enero de 2019
Del 15 al 18 de noviembre Cristina Toledo ha participado en MARTE
Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Castellón
con Galería Pep Llabrés Art Contemporani
comisarios: Fernando Gómezdelacuesta y Avelino Sala