El visitante de museo como turista sexual

La sauna gay, en cierto modo, nació en los gimnasios de la Antigua Grecia, lugares de socialización masculina donde los jóvenes se adiestraban tanto en ejercicio físico como en lo espiritual. Atletismo practicado en cueros (gymnos significa desnudo) por mancebos untados de aceite, con pectorales cincelados cual Discóforos, admirados por mentores (erastés) que se ocuparían de su educación militar, intelectual y sexual.

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Elmgreen & Dragset. Amigos,2011

Gymnos, baños, palestras, symposium… conformaban la ruta gay friendly de la época, con la gran diferencia de que no actuaban al margen de la cultura dominante sino que la representaban.

El imaginario homoerótico sigue impregnado de aquellos Adonis y Apolos en cuyas henchidas colinas musculosas Wincklemann se adentró sin reservas dando un vuelco a la historiografía del arte.

Orestes y Pilades, a los que el mito griego une en férrea amistad, daban la bienvenida al visitante de la sauna gay instalada por Elmgreen & Dragset en la galería Helga de Alvear (Madrid, 2011). El rótulo de neón que ilumina sus torsos anuncia el nombre del lugar, Amigos. Pasado el mostrador, una cortinilla tintineante nos interna en el vestuario, entre paredes decoradas con reproducciones de efebos neoclásicos (el Ganímedes de Thorvaldsen) vistiendo ropa moderna, para después llegar al solarium, donde la luz añil baña el cuerpo distendido del sátiro embriagado (Fauno Barberini) recibiendo una transfusión de sangre. Mórbida concupiscencia en carne de mármol, eros y thanathos presagiando el desenlace: un cadáver flotando en la piscina.

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Elmgreen & Dragset. Amigos 2011

En ese punto reexaminamos los objetos, que devienen pistas para resolver el crimen o las causas del suicidio: el libro de Mishima dejado en la tumbona junto a la ropa elegante doblada con cuidado, las sandalias de pie pequeño que vimos en el vestuario… Recordamos la muerte trágica de Winckelmann y conjeturamos… ¿serán las chancletas del efebo que con sigilo asesinó a su protector?

Resolverlo no es la cuestión, sino el dejarse llevar por las múltiples lecturas que suscita la puesta en escena, sobre la historia del culto al cuerpo masculino, desde la visión integradora de soma y psique de los antiguos griegos, hasta la escisión actual del cuerpo como carcasa vacía, prótesis alquilable; sobre la degradación del concepto amatorio entre adultos y adolescentes; sobre la supeditación de la cultura homosexual a un capitalismo rosa expendedor de clichés e ideales alienantes.

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Ed and Nancy Kienholz, instalación en National Gallery

Por otra parte, al transformar una galería de arte en sauna de chicos apuntan de algún modo las similitudes entre dos lugares destinados a saciar nuestras ansias por poseer, mirar y aparentar. Lo que nos lleva a otras puestas en escena del negocio sexual dentro del negocio artístico: la recreación del barrio rojo de Ámsterdam en la National Gallery de Londres (Ed y Nancy Kienholz), y el traslado de un club swinger al respetable Pabellón de la Secesión Vienesa (obra de Christoph Buchel).

En ambos casos se establece un diálogo con obras del pasado que sendos museos custodian. La pintura holandesa del periodo barroco trató a menudo el tema de la prostitución, estableciéndose incluso un subgénero, el Bordeeltje, dedicado a los burdeles. Alcahuetas, proxenetas, jóvenes incautas… animan los cuadros costumbristas destinados a denunciar el sexo venal. En la pinacoteca londinense se conservan muchas de ellas, y al compartir espacio con la intervención de Kienholz (The Hoerengracht, El canal de las putas) quedaba manifiesto lo retrógrado de ciertas actitudes contemporáneas ante el tratamiento de un tema clásico. Con o sin marco dorado que las encuadre, existe una línea de continuidad en lo que a temática se refiere, aunque el tufo moral de antaño ha dado paso en Kienholz a una inmersión personal en el reverso de la sociedad de consumo.

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Ed and Nancy Kienholz, Hoerengracht, 1988

El visitante de la National Gallery podía pasearse por esas calles estrechas flanqueadas de bolardos y bicicletas, para admirar a las muñecas de tamaño natural aguardando a sus clientes en diminutos cuchitriles tamizados por luces rojas y azules; reproducción fidedigna de esos escaparates ante los que diariamente cientos de turistas morbosos y clientes ocasionales se embelesan, los primeros por simple ansia de folclore, los segundos para tasar la mercancía.

Kienholz reprodujo con extremo realismo cada detalle del mobiliario urbano y de esos interiores apolillados, en los que el tiempo parece haberse detenido, tapizando con una pátina dulzona esos hogares artificiales, con sus aparatos de radio, teléfonos de disco, flores de plástico…

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Ed and Nancy Kienholz, Hoerengracht.

Este artista siempre supo extraer el alma de cada objeto, o de la conjunción de ellos conformando una atmósfera, efluvios petrificados de su memoria. Así, los rostros tristes e impenetrables de las prostitutas nos devuelven la mirada de Kienholz, su visión melancólica de esa realidad, tal como la percibió cuando visitó la zona roja por primera vez, a la que regresó una y otra vez para ir ahondando dentro y fuera de sí, en el diálogo con esas mujeres a las que de algún modo rinde homenaje.

Lejos quedaba la rabia que el joven Kienholz volcó en Roxy’s tras la visita de un burdel de Las Vegas, reinterpretado en clave macabra. Pero en todos los casos constata su deseo de expresar mis sentimientos sobre los prejuicios y la opresión (…); con ello quiero sondear sentimentalmente quien soy yo realmente, cómo veo las cosas.

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Christoph Buchel. installation view, Vienna Secession, 2010

Cuando Christoph Buchel invitó a un club swinger vienés a instalarse unos meses en el Pabellón de la Secesión, también reactivó lecturas de campo a través, en primer lugar, a través del arte en cuya representación se erigió este pabellón (el friso de Beethoven de Klimt, una especie de relato épico de redención a través del arte y el amor, convivió esos días con artilugios sadomasoquistas, reservados, table dance…, todo ello funcionando en ciertos horarios). En segundo lugar, subrayando con este tableau vivant el doble rostro de esta ciudad elegante, con sus salas de conciertos, capital de la música clásica pero también cuna del psicoanálisis y del arte nacido de la asfixia ante esta cultura-mausoleo: el enquiste emocional y la patología sexual que Thomas Bernhard y Elfriede Jelinek en sus novelas, Schiele y Kokoschka en pintura, el accionismo vienés con violentos performances, Michael Haneke en cine… se han encargado de mostrar.

Como reza el lema secesionés, escrito en letras doradas bajo la cúpula del Pabellón: A cada tiempo su arte, a cada arte su libertad.

Anna Adell

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