Es tan respetable levantarse y preocuparse con “qué me pongo” como reflexionar sobre si una escultura tiene la forma, material y escala apropiados. Me atrevería a decir que a veces es el mismo ejercicio. Esta afirmación, que rescato de una conferencia que impartió Ana Laura Aláez en Arteleku, nos da la clave para entender sus inicios en el arte y la evolución de su obra.
Para ella la auto expresión (primero en el vestuario) tronó como fuego de artificio ante el gris fabril y el mono de trabajo que conformaban el monótono paisaje del Bilbao en el que creció. La fantasía frente a la funcionalidad, la extravagancia frente a la uniformidad, principios que contagiaron su visión del arte, pues también aquí tuvo que pugnar contra otra losa, el imperativo de hacer arte social ante un clima conflictivo (terrorismo, opresión de la clase trabajadora…)
Así, la creación fue para Aláez doblemente emancipadora, del veto a la imaginación impuesto a la clase trabajadora y del tabú de la expresión personal inculcado a los artistas socialmente comprometidos.
Sobre esos silencios fue modelando su obra: la omisión del goce femenino, del hedonismo, de las trivialidades que nos conforman. El cuerpo de la mujer, tanto tiempo confiscado como territorio de dolor y mancha, cabía recuperarlo como órgano vital, tabla experimental, asaeteado de placeres, mediador de ficciones desde las que reconstruir su identidad.
Aprendió del dandismo que lo trivial esconde una naturaleza insondable, que toda superficie es símbolo (Oscar Wilde), sea un espejo de tocador, una piel de naranja o un rostro maquillado, superficies que camuflan más de lo que muestran, engañosas y juguetonas.
Aláez introdujo en el mundo del arte los cosméticos, zapatos de plataforma, cabinas de belleza, salas de discoteca…, haciéndonos ingresar en mundos ilusorios pero valiosos en el momento de forjar nuestra personalidad en la adolescencia. La impostura, el artificio, como aliento vital. Convirtiéndose ella misma en modelo, diseñadora de ropa, diva de la noche…
De la inmediatez fotográfica y del performance pasó a la escultura y la instalación, de materiales efímeros o extra-artísticos se ha decantado últimamente por materiales clásicos, nobles, regresando de algún modo a sus orígenes. Pero el uso del bronce no está reñido con ese rastreo en la “arqueología personal” que ha caracterizado su búsqueda: cuerpo y vivencia, aunque ahora entre ambos cuaja la memoria, el dejar reposar la propia historia.
El objeto escultórico (desde una chaqueta de cuero hasta un túnel de luz) siempre ha sido para ella extensión metonímica del cuerpo, órgano, sensación, interficie, prótesis o antena.
Trayectoria (like Gold and Faceted), que estos días puede verse en Es Baluard (dentro de su propuesta Trans-Estatua), integra a pesar de su sencillez formal múltiples resonancias: las láminas de aluminio insinúan pliegues erógenos (velado homenaje a las vaginas realizadas con chicle con las que Hannah Wilke se fotografíaba), imagen que se solapa con la de la res colgada de Rembrandt (los pliegues cuelgan del techo mediante barras y poleas). Apropiándose del concepto trans-estatua con el que Oteiza aludía a la voluntad de trascender la materia para plasmar la energía, la Trayectoria de Ana Laura esculpe directamente la fuerza vital, la energía erótica abierta al canal y al mismo tiempo vaciada de sí misma, abstracta, estilizada hasta la mínima expresión. El vaciamiento que se llena, la superficie que se monda como una piel de naranja.
Anna Adell
Trans-estàtua, Ana Laura Aláez
Es Baluard, Museu d’Art Modern i Contemporani de Palma
Comisariado: Nekane Aramburu
Hasta el 8 de enero 2017