“Entonces aprenderás de nuevo a bailar al revés como en el delirio del vals musette, y este reverso será tu verdadero lugar”, Antonin Artaud
Corrían los años treinta cuando Antonin Artaud salía de un manicomio para entrar en otro, la misma década en que Carol Rama iba diariamente a visitar a su madre ingresada en una clínica psiquiátrica cuyos cuerpos ahí recluidos inspiraron sus primeras acuarelas.
En 1945, Rama celebra su primera exposición en Turín. La galería es clausurada y ella tildada de pornográfica. En 1946, Artaud escribe Pour en finir avec le jugement de dieu, una creación radiofónica que será censurada antes de su emisión.
Aquellas Apassionatas de Rama, cuerpos desnudos apresados bajo nebulosas de muelles de somier, figuras atadas con correas o inmovilizadas en sillas de ruedas, no son meras mujeres postradas, no se someten fácilmente al sistema carcelario. Las jardineras que brotan de sus cabezas las llevan lejos de aquellos reductos disciplinarios, con sus lenguas erectas se burlan de sus carceleros; de sus vaginas salen culebras. Aunque amputadas, transforman sus orificios en falos con los que pueden auto-satisfacerse. Saben que el placer es político.
Se han “liberado de automatismos”, en su delirio “bailan al revés”, como escribía Artaud al referirse al “cuerpo sin órganos”, esto es, sin organismo al que supeditarse. Si los órganos se desorganizan no habrá Dios ni ciencia médica que pueda seguir instrumentalizando el deseo, cosificando el cuerpo.
“El pecado ha sido mi único maestro”, decía Carol Rama cuando le preguntaban por sus influencias. Hoy se cumplen 100 años de su nacimiento. En su Turín natal lo celebran someramente. El Musei Reali di Torino ha adquirido una obra suya, y aprovecha para presentarla en la Galleria Sabauda junto a su amigo Carlo Mollino, famoso como diseñador pero clandestino como fotógrafo. Parece ser que eran vecinos, de calle y de mente.
Cierto, en via Napione cada uno se había atrincherado en su cuarto oscuro particular: en sentido literal en el caso de Mollino, pues en él revelaba sus fotos altamente fetichistas; en cuanto a Carol Rama, selló ventanas y porticones, emancipando su universo creativo de los rumores urbanos. En la indistinción entre el día y la noche gravitaban sus visiones más íntimas.
El poeta Edoardo Sanguineti la definió como bricoleur, pero sus bricolajes implicaban sobre todo el cuerpo y sus periféricos: prótesis de pies, dentaduras postizas, pelos, brochas de afeitar, urinarios, ojos de cristal… Testimonios fósiles de la historia de un individuo o grupo (los llama Levi Strauss en “El pensamiento salvaje”). Para Carol, residuos de vidas próximas que le cautivaron de niña y terminó atesorando en su casa: hormas de su tío zapatero, muñecas con ojos de mayólica en la habitación de su tía, aparatología bucal, neumáticos viejos de la fábrica de bicicletas de su padre…
Así como organismo y ortopedia conformaban sus primeros dibujos de cuerpos, deseantes y sufrientes por igual, lo orgánico y lo inorgánico seguiría solapándose en su obra posterior: en los 50’s, camufló su lenguaje visceral tras una abstracción matérica acorde con la vanguardia coetánea, pero pronto las tripas reventaron, los cíclopes subterráneos emergieron, garras arañaban la tierra calcinada… Llegamos a los años 60, las agresiones bélicas van laminándose con sus abrasiones interiores. En la década siguiente, cánulas y jeringas cuelgan entre caucho tratado como si fuera piel de elefante en manos de taxidermista… Regresa, aunque de otro modo, la pugna entre la asepsia médica y el desbordamiento orgánico, entre la “lavativa” y la “abyección”.
En los 80’s, la figuración irrumpe de nuevo en la obra de Rama y ya no la abandonará. Los cuerpos se animalizan, prefigurando lo que será una de sus últimas series, en la década siguiente, la dedicada a las vacas locas, la enfermedad y el sacrificio masivo. Animales herbívoros contaminados por ingerir pienso de carne, antropofagia inducida por la industria alimentaria…, la realidad siempre confirió a Rama la materia prima para escarbar dentro de sí. Yo soy la vaca loca, decía.
Ni observadora distante ni narcisista atormentada sino que realidad interior y exterior se agazapaban en Carol Rama, en su cuerpo de múltiples suturas. Fue sin serlo una enferma de hospital cuando frecuentó esos lugares, sufrió la abrasión de la bomba atómica y el napalm, fue también una vaca loca… Atravesó el siglo XX y sus terrores, aún cegando sus ventanas, aún ignorando y siendo ignorada por los movimientos estudiantiles, feministas, vanguardistas… que le fueron en cada momento coetáneos. En lo intempestivo encontró su tiempo, su lugar.
Anna Adell
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Musei Reali di Torino, Galleria Sabauda, Turín
Confronti 4: Animali e segni: Carlo Mollino e Carol Rama
Hasta el 4 junio 2018
Miart, Feria de Arte, 23 ed., Milán, abril 2018.
Carol Rama. Capolavori per Milano, 1938-2005.
comisariada por Maria Cristina Mundici
Simmons & Simmons