La sapiencia del Homo Sapiens es cuestionable. A más conocimiento, menos entendimiento. Hubiera sido más adecuado llamar a la especie Homo Spiritualis, decía aquel antropólogo maravillado por el arte rupestre de la cueva de Chauvet. Pero, como reza el título del documental de Werner Herzog, esos sueños ancestrales se olvidaron. Ni comprendemos el sentido propiciatorio de esos símbolos mágicos ni somos ya capaces de establecer relaciones tan básicas y al mismo tiempo tan complejas con el entorno natural y cósmico.
Nuestra aptitud para fabular y construir mundos alternativos sigue intacta, pero ya no los alienta un ansia espiritual. La naturaleza se ha desnaturalizado y nuestro hábitat “natural” es artificial. Pero, a nivel emocional ¿no estamos más cerca de los hombres y mujeres prehistóricos que de la inteligencia computacional?
Sobre paraísos artificiales y nuestra “capacidad para ser infelices” ha reflexionado Paloma Pájaro, una artista que con su pintura plantea enigmas sobre la evolución e involución de nuestra especie.
1. En “Es lo bajo por oposición a lo alto” (2016) combinas fósiles con minerales, ratones, cuervos… Los cuervos sosteniendo en su pico pepitas de oro… me sugieren temas alquímicos, muerte, regeneración, metamorfosis… Los llamas “instrumentos litúrgicos de propiciación”… ¿Qué propician?
En efecto, Anna, todos esos elementos operan como símbolos, arquetipos universales que necesitan ser reconstruidos intelectualmente, que exigen ser interpretados. Los símbolos propician conocimiento y el arte, como lenguaje metafórico-simbólico tiene la capacidad de devolver al ser humano a un estado inicial y primitivo, a un estado trágico desde donde construir nuevas ficciones, metáforas libres del control social que, sin embargo, habrá que aniquilar y reconstruir una y otra vez. Por este motivo defiendo que no se puede acudir al Arte —ni a la Filosofía— esperando encontrar explicaciones del mundo, alguna suerte de satisfacción existencial o estrategias de entretenimiento banal. El Arte es una realidad compleja, una parte del mundo que necesita ser explicada, que exige interpretaciones metódicas y firmemente fundamentadas desde el punto de vista racional y crítico. El Arte no enseña nada a nadie sino que precisa de una extraordinaria variedad de conocimientos previos —religión, filosofía, teología, derecho, filología— y, del mismo modo que no basta saber leer para interpretar El Buscón de Quevedo, no es suficiente disponer de ojos o tener la capacidad de sentir emociones para interpretar una instalación de Enrique Marty o una película de Ingmar Bergman. Muy al contrario, el Arte es un desafío a la inteligencia humana —tanto del autor como del receptor— y está aquí para provocar y poner a prueba nuestras competencias racionales y críticas, nuestra voluntad total de conocimiento y nuestras capacidades para hacernos compatibles con la realidad.
2. El barroco está muy presente en tu iconografía: vanitas, querubines y serafines, guirnaldas florales a modo de orlas místicas… En “Today is the day to be real” (2016) tratas de reconducir la espiritualidad barroca hacia terrenos más introspectivos. Háblanos de este viaje que emprende el niño goyesco, guiado por Zaratustra.
Reconozco que me apasiona el Barroco histórico, la forma en que supo conciliar su exquisita espiritualidad con una racionalidad precisa, rigurosa y científica, en contra de lo que se opina habitualmente. En los últimos meses me estoy interesando por lo barroco en su formulación adjetiva, en esa manera de ser de lo barroco que resulta casi totalizadora en el mundo hispánico y que yo identifico casi instintivamente con el estado de la infancia. Este es un tema en el que todavía debo profundizar pero creo que antes que el propio personaje del niño, son sus rasgos los que en esencia operan en el impulso barroco: la inmadurez, el miedo, la pulsión, el exceso, el juego, los símbolos, la imaginación, el grito, el desfogue, la agresividad, el monstruo, la metamorfosis… Resulta muy tentador identificar lo barroco con el estado trágico al que hacía referencia Nietzsche: ese “volverse niño y abandonar la vergüenza” que declamaba su Zaratustra. Pero dicha identificación solo sería válida si aceptáramos la racionalidad del niño como una forma singular de la razón humana y no como un estadio imperfecto o deforme de la racionalidad adulta.
3. En “Zoosofías” (2018), una serie que próximamente expondrás en La Gran Art Gallery, siguen primando los fuertes contrastes tenebristas: desde un magma oscuro brota el fuego. Las ovejas de uno de los cuadros, frente a las aves del otro ¿podrían plantear alegorías acerca del comportamiento del rebaño frente al de alma libre que simboliza el pájaro?
Más bien se trata de todo lo contrario: personalmente considero que la idea de libertad humana solo puede definirse dentro de un determinado marco sociopolítico, esto es, dentro de un cierto ámbito normativo, restrictivo. En este sentido, me resulta muy difícil defender cualquier tipo de autología —del griego autos=por sí mismo—, ya que su uso acrítico suele dar lugar a conceptos límite, a ideas extremadamente problemáticas como pueden ser las de autodidactismo, autodeterminación, autoconsciencia o la propia idea de autor. La razón es una facultad humana capaz de interpretar la realidad en términos compartidos, siempre en función de experiencias comunes, colectivas, consensuadas. Cabría insistir, por tanto, en que nadie puede razonar aisladamente del mismo modo que nadie puede autoformarse, autoconocerse o autodeterminarse.
Hace pocas semanas escribí un artículo tratando de justificar la imposibilidad de hablar de una autonomía del artista. Esta idea parece impugnar la imagen de autor romántico heredada de la modernidad y que ha llegado a nuestros días doblemente reforzada: la mayoría de nosotros aceptamos la idea de que el artista contemporáneo no está determinado por fuerzas exteriores —mágicas, religiosas o políticas— y que es libre para tomar sus propias decisiones a través del ejercicio de la voluntad y del propio esfuerzo. Por otro lado, tendemos a creer que el artista —y el intelectual, visto desde un ámbito más amplio— es un individuo dotado de una particular conciencia crítica y digno, por tanto, de una amplia credibilidad. A mí me interesa cuestionar esta mentalidad laxa y por ello trato de desmontar la idea de autor como sujeto libre y libertador, así como la imagen del arte como manifestación autónoma, disidente y emancipada de lo políticamente correcto. Ni el arte ni los artistas son autónomos porque el autos es una fantasía conceptual.
Pero volviendo al proyecto Zoosofías que comentabas, lo que me interesa evidenciar es el hecho de que la supervivencia de la vida animal humana es co-dependiente y no autónoma de la vida animal no humana y que una vez alcanzado el nivel de complejidad tecnológica y demográfica de nuestras sociedades contemporáneas, dicha relación ecológica se transforma en una confrontación directa y extremadamente violenta. Todas las imágenes de fuego que aparecen en esta serie de pinturas hacen referencia a conflictos bélicos actuales o históricos: detonaciones de galeones seiscentistas, campos de minas de la II Guerra Mundial, pozos de petróleo incendiados en Irak, etc. Al trasladar dichas explosiones a la tabla pintada, sin embargo, he hecho desaparecer su causa material: solo vemos la masa de fuego amenazante, la conducta inquisitiva de los grupos de animales y las alas de Durero incendiadas. Me interesa poner de relieve que la causa de los conflictos nunca es única ni absoluta y que la figura animal casi siempre funciona en mi trabajo como trasunto de lo humano.
Ahora bien, en contra de la pretendida autonomía interpretativa del receptor —ampliamente validada por la Postmodernidad—, debo advertir que este proyecto no nace como un alegato en contra de la guerra o de los intereses crematísticos de determinados grupos humanos; no es una proclama en favor de los derechos de los animales o una denuncia de los excesos del capitalismo o de otras formas de poder social. Zoosofías se presenta más bien como un soporte para repensar lo humano desde sus profundas contradicciones y peligros, renunciando —en la medida de lo posible— a estériles idealismos o a blandas moralinas. Aunque suene excesivamente solemne y enfático, debo reconocer que Zoosofías se ha convertido en un difícil desafío personal que me está obligando a reevaluar la posición dominante de Homo sapiens más allá de mis propias opiniones privadas, preferencias morales y subjetivismos fútiles.
4. En cuanto a los retratos, desde aquellas figuras de expresiones teatralizadas junto a arquitectura de veraneo, pasando por los de personas tomando entre sus manos pelotas de playa como si de bolas de clarividencia se tratara, hasta los más recientes con animales totémicos (“Pray Time” 2014), me parece ver como si hubiera habido una progresiva reconciliación del retratado consigo mismo, ¿es así?
Hay una cita de Antonin Artaud que me obsesiona desde hace años. Dice así: El rostro humano es una fuerza vacía […] A veces he traído junto a las caras humanas, a objetos, árboles y animales, porque no estoy seguro todavía de hasta dónde llegan los límites del cuerpo y del yo humanos. La declaración de Artaud, concentrada aquí en unas breves palabras, vehicula ética y estéticamente gran parte de mi trabajo. No creo que haya un fondo de nosotros mismos que podamos llamar verdadero, una naturaleza metafísica que defina nuestra esencia personal y que pueda descubrirse tras el Velo de Maya. Más bien pienso que todos nos encontramos en un proceso continuo de construcción, de destrucción y de cambio y que dicha transformación solo puede tener lugar en la confrontación con el mundo, en la asunción de una dialéctica no siempre amable con los otros. A día de hoy tengo la certeza de que no estamos auto-determinados sino co-determinados por aquellos objetos, árboles y animales que indicaba Artaud.
Entrevistada por Anna Adell
Próxima exposición de Paloma Pájaro
La Gran Art Gallery+Editions, Valladolid
mayo 2018