El envés de la realidad consensuada nunca antes de Joel-Peter Witkin había sido mostrado con tan diabólica perfección y enrevesado cruce de géneros. Fue en la Baja Edad Media cuando se desarrollaron iconografías que con jugosa vena cínica erosionaban el status quo, siendo el mundus inversus (los burros montando a los hombres, los ricos sirviendo a los pobres…) y la danza macabra los que mayormente arrasaban con jerarquías sociales y tabúes.
Teniendo en cuenta que en época medieval la imagen de la muerte con guadaña convivía con la iconografía de la muerte arquera, cabalgando como Eros mientras tensa el arco con su flecha, vemos que la imagen especular (el doble oculto) arraiga desde antiguo en el dúo Eros-Tanatos.
En los años ochenta, Witkin empezó a reescribir la historia del arte retomando estéticas y procedimientos fotográficos del siglo XIX, interviniendo en los negativos como los pioneros más experimentales manipularon los daguerrotipos, y poniendo en escena sus visiones místicas como antaño Julia Margaret Cameron o Rejlander teatralizaron las suyas.
Pero las madonnas de Cameron mutan en mujeres adiposas, dominatrix, Evas nonagenarias, alegorías del holocausto… Pues en este juego de espejos del que hablábamos, las diosas de la fertilidad devienen cuerpos estériles que sólo engendran muerte, una anciana toma impasible el dildo de un semental muerto pero encabritado (en una especie de aporía zoofílica), un enfermo de sida se encarna en la Flora de Rembrandt (John Herring posed as Flora with lover and mother, 1992), las ninfas griegas son tullidas o enanas (Daphne and Apolo,1990), Jesús es mujer o hermafrodita, los cadáveres humanos sustituyen a las aves y liebres de las naturalezas muertas barrocas (Still live with mirror 1998, Anna Akmathova 1998)…
El alma no tiene género. Son palabras del fotógrafo tomadas al vuelo y que se revelan en cada toma. A Witkin no le interesa retratar personas concretas sino conciencias de ser en los márgenes del no-ser. Y desde esos márgenes, pone en cuestión la historia de la representación recombinando múltiples géneros artísticos y extra-artísticos: fotografía médica-forense, retratos victorianos de difuntos, antiguas postales porno, freak shows…
Sería burdo el experimento si el artista se limitara a coreografiar con fenómenos de circo pinturas renacentistas o de cualquier otra época. Cuando Witkin fotografía un torso de espaldas como hiciera Man Ray con El violín de Ingres (a su vez, guiño a la bañista de Valpinçon) pero lo despoja de cualquier seña de feminidad más allá del corsé extremo que deforma la cintura, y sustituye las aberturas acústicas por dos incisiones que emulan las marcas de alas caídas (Woman once a bird 1990), denuncia siglos de profanación del cuerpo femenino por la mirada masculina, al tiempo que condensa en una imagen sobrecogedora la muda soledad del ser.
En Two Art Gallery todos estos espectros salen a nuestro encuentro, susurrándonos desde el limbo de grisalla en el que figuran como parte de un atrezzo, de un teatro di morte, como indica el título de la exposición. Mitos griegos y alegorías barrocas recompuestas bajo la influencia de Hypnos y otras criaturas subterráneas que trocan el amor en necrofilia, transforman lo grotesco en belleza singular y el horror en deleite.
Si el objeto del placer es lo bello, el del deleite es lo sublime, escribe Edmund Burke, un deleite que se funda en el horror: si el dolor y el terror se modifican de tal modo que no son nocivos; si el dolor no conduce a la violencia y el terror no acarrea la destrucción de la persona, son capaces de producir una especie de horror delicioso […] que por su pertenencia a la autoconservación, es una de las pasiones más fuertes de todas.
Las fotografías de Witkin son obscenas en tanto acogen lo que usualmente queda fuera de escena, son siniestras en tanto muestran el lado oculto de lo que nos resulta familiar de tanto verlo en la historia de la pintura (bodegones, bacanales, crucifixiones, fábulas, comidas campestres…) Pero son extrañamente bellas porque parte de lo abyecto para sublimarlo: cuerpos que transgreden los límites de la identidad (Julia Kristeva), escenografías que perturban el orden, y sin embargo no se pierden en el caos sino que conforman otro reino, otras reglas sin tiempo ni lugar.
No se puede llegar a la causa última de las emociones, reconocía Burke, pero las grandes imágenes, las que nos remueven hasta abrir un abismo bajo nuestros pies, siempre serán nocturnas. Consideraba que los pintores fracasaban en su uso de colores vivos y en su afán representativo, y que sólo los poetas (era gran admirador de Milton) eran capaces de transmitir visiones interiores, de preservar el misterio, la ambigüedad irresoluble de lo no representable. ¿En qué categoría situaría Burke a Witkin?
Anna Adell
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Joel-Peter Witkin, Teatro di Morte
En Two Art Gallery, Murcia
hasta el 13 de julio