El lamento ante la fugacidad de la vida apenas se expresa en el arte antes del Barroco, cuando alcanza su máximo desarrollo el género de las Vanitas. Quizás ello pueda relacionarse con el inicio de la rebeldía humana contra la muerte: ni la resignación ante el destino colectivo propio de la Edad Media ni el racionalismo renacentista en cuyos límpidos espacios euclidianos no cabían las sombras.
Miguel Scheroff, interesado en el claroscuro de la existencia, en las tensiones entre carne y psique, parte de reflexiones que fraguaron en la pintura holandesa y flamenca del siglo XVII, o en el siglo de oro español, pero que se dilataron hasta nuestro tiempo, un tiempo en que no sólo nos rebelamos contra la muerte, sino que incluso la negamos.
Haber crecido en una región donde monterías y matanzas siguen practicándose, así como ancestrales ritos y procesiones devocionales, ha marcado su pintura. Salvajismo se le llamó a la primera edad del hombre (cazador-recolector), seguida por la barbarie y ésta por la civilización. Es curioso este último vocablo para referirse a una era en que la caza ya no la motiva tanto el hambre sino el placer de matar, la sed de trofeos.
El cordero místico de Zurbarán, el buey de Rembrandt, el grito ahogado de Soutine cuando de niño presenció cómo un carnicero sonriente degollaba a una oca, el sentirse una res colgado de un gancho de Francis Bacon… todo ello forma una línea discontinua en el tiempo por la que pasan también las naturalezas muertas y en tránsito de Scheroff, una “hecatombe animal” totalmente ignorada por aquel cazador que posa satisfecho en uno de sus cuadros entre dos bueyes desollados.
1 – En el ámbito del retrato has basculado entre el rostro descarnado y el exceso de carne, entre lo informe (“Deshechos”) y la sobreinformación epidérmica (huellas dactilares impresas sobre la piel del rostro), casi como buscando una esencialidad que, finalmente, no se deja atrapar.
Así es, el retrato, o más bien la forma anatómica del rostro, ha sido el principal leitmotiv de mi pintura. Desde mis primeras obras ya pensaba en que las representaciones fisionómicas podían ayudarme a acercarme a lo humano y la memoria colectiva: los procesos rituales que recoge la muerte; aquellas batallas que libramos en la oscuridad de nuestros pensamientos al enfrentarnos a la inestabilidad del mundo; cómo nos vemos representados en tradiciones y ritos donde el dolor, la angustia o el sacrificio animal se convierten en protagonistas…
Mis primeros retratos eran más convencionales, pero en ellos imprimía cierta “hiperinformación” por medio de texturas dactilares, alejándolos de una estética tradicional. Poco a poco fui entendiendo que aquellos rostros necesitaban interpelar de modo más particular al espectador, quería que suscitasen una reflexión íntima. Es aquí cuando la carne comienza una tímida aparición: primero en pequeñas pinturas donde el rojo se colaba en los rostros; después un sentimiento compasivo me impulsó a representar aquellos animales desollados que mi tío y mi primo traían a casa después de una jornada de cacería, hasta que finalmente, las grandes cabezas que aparecían en mis obras se apropiaron de toda esa vibración sinérgica convirtiéndose en gigantescos trozos de carne. Es aquí cuando el retratado no contiene raza, género o edad; un rostro universal donde cualquiera puede verse representado.
Estos lienzos de carne han ido derivando hacia imágenes más barrocas y escenográficas. Durante este proceso antropológico a través de reflexiones pictóricas, como bien mencionas, se han colado otro tipo de estudios donde el rostro acababa totalmente destruido… trasladando lo humano a lo monstruoso. Estos retratos me sirvieron para exteriorizar una parte de mi más visceral y grotesca, liberándome temporalmente de un proceso maniático y compulsivo como el que suponía pintar grandes cabezas cárnicas llenas de diminutas texturas minuciosamente detalladas. Los rostros destruidos se construían a partir de masas de material pictórico sobre el boceto de un rostro, sin respetar el volumen real. Quizá en estas piezas -entre otras cuestiones- dejo ver de manera más evidente una especie de desencanto o pérdida de esperanza en los valores humanos, algo que no sé si alguna vez he sentido.
En esencia, todos mis retratos ponen en evidencia que el hombre es un ser de contradicciones, capaz de las hazañas más grandiosas y de los horrores más terribles. A pesar de todo, estos larguísimos procesos creativos que he mantenido en la soledad del taller me han abierto la percepción a un mundo lleno de riqueza y sensibilidad ayudándome a sobrevivir. La pintura puede salvarnos del hundimiento personal sirviendo como vía donde canalizar aquello que nos atormenta.
2- En “Flesh Vanitas” (2010-16), enormes rostros despellejados cuya mirada vidriosa parece atravesarnos sin vernos, como diciéndonos con Pavese “vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, tienen sin embargo algo de imperturbable, de superación metafísica del dolor y el miedo.
Mi pintura es de por sí muy directa y evidente, en pocas ocasiones me ando por las ramas. Al representar las vísceras en el rostro corría el riesgo de que la imagen resultante pareciese pretenciosa, así que pensé que la manera de contrarrestar toda esa carga violenta era a través de una mirada luminosa y una extraña paz o serenidad en la expresión facial. Habría sido fácil recurrir a expresiones de dolor y sufrimiento, pero considero que me estaría saliendo del ejercicio reflexivo.
Por otro lado siempre me he sentido atraído por aquello que juega a contraponer sensaciones y sentimientos: angustia y paz, calma y agitación, realidad y fantasía, fealdad y belleza… todas aquellas contradicciones presentes en lo humano y animal. La destrucción de la piel deja a la vista el drama humano de la carne, pero en el centro de toda esta violencia aparece una luz esperanzadora, la mirada luminosa y calmada expresa un “no todo está perdido, aún estamos a tiempo de ser mejores”, como un niño que sonríe y juega en medio de un paisaje destruido por la guerra, como esa luz que proyecta el ojo en el centro de los horrores del Guernica alentando a una cierta esperanza, o como la salvación que supone el avistamiento a tierra en la Balsa de la Medusa de Gericault. Las grandes obras de arte de la historia siempre han manifestado un cierto optimismo a pesar de representar la dureza de la tragedia humana.
3 – La pintura de animales en el siglo XVII daba cuenta de estatus social según los trofeos exhibidos bajo luces dramáticas (caza mayor para los príncipes, caza menor para los aristócratas…) Tus naturalezas muertas recuerdan a algunas de Frans Snyders o Pieter Boel, cuyos cisnes degollados y los “ojos vigilantes” del plumaje de los pavos reales incitan a lecturas subyacentes.
Siempre he sentido una profunda admiración por la pintura barroca y tenebrista, especialmente por aquellas imágenes dramáticas donde todo parece formar parte de una compleja escenografía. Los personajes y el claroscuro en Caravaggio son una constante revisión en mi obra, pero sobre todo, lo que realmente me interesa del barroco es rescatar su mensaje desde una percepción contemporánea, y es aquí donde me apropio de los protagonistas que aparecen en los bodegones de artistas como Clara Peeters, Frans Snyders, Paul de Vos, Rubens, Pieter Aertsen o Melchior d’Hondecoeter entre otros muchos.
Las enormes cabezas en las que había trabajado durante años sufren ahora una transformación hacia imágenes más barrocas. Donde antes sólo hallábamos carne, vísceras y una mirada, ahora además encontraremos una agitada escena llena de personajes en la que lo humano y lo animal protagonizan un episodio crispado y amenazador, que pretende reflejar la alterada y delicada situación del mundo actual. En este nuevo proyecto transmito el estado anímico que produce el hecho de formar parte de una generación convulsa y sumergida en la inestabilidad emocional, lo que deriva de los sentimientos volubles, donde la belleza fascinante se ve continuamente salpicada por el más amenazante de los horrores.
De los bodegones barrocos me interesa apropiarme de esas posturas en las que los animales caen brutalmente apilándose unos sobre otros, o bien se muerden y despedazan de manera brutal en una batalla sin propósito. No pretendo que la imagen sea bella sino todo lo contrario, quiero poner en evidencia el salvajismo y la falta de sensibilidad presente en tradiciones como la caza y la matanza de especies animales, en muchas ocasiones incontrolada.
4. – En “Hecatombe animal”, entre cabezas de ciervos y jabalíes asoman extremidades humanas. El blanco y negro suaviza la dureza de esas imágenes. En tu última exposición, “Víscera animal”, las naturalezas muertas alternan con escenas de caza inspiradas en Rubens, donde la fiereza del hombre no es menor a la del tigre o león. Los caballos son testigos ciegos de esta vorágine predatoria, ¿quizás en la figura equina reside algún ápice de cordura?
La obra Hecatombe animal supuso un punto de inflexión en mi pintura, considero que es una de las piezas que mejor me representa como ser humano, en ella dejo al descubierto mi postura animalista sin veladuras. De hecho me alegra saber que el espectador entiende el mensaje que propongo en esta obra, justo hace una semana fue premiada en el certamen de artes visuales Málaga Crea 2018, los compañeros allí presentes me comentaban que percibían una evolución positiva en esta pieza, lo cual me convence de que debo seguir trabajando con convicción.
Hecatombe animal nació de un hondo sentimiento de tristeza, como casi todas mis obras, pues llevaba varios meses trabajando con unas imágenes muy duras de una montería (donde sólo acudo para registrar lo que allí sucede, jamás como participante del evento). En esta obra los animales muertos se apilan y aplastan unos contra otros, tal y como sucede en estas sangrientas monterías, sin adornos, sin color y como si se lanzasen brutalmente sobre una mesa. En ella quería reflejar el terror, la angustia y la necedad con la que hoy nos toca convivir. El cadáver que asoma sus brazos entre la masa de bestias es un autorretrato; se trata de una visión anti-especista y anti-antropocéntrica donde me posiciono en el mismo lugar que esos animales muertos, evidenciando que el material es el mismo, carne y huesos, y que la muerte mezcla la materia orgánica sin distinción. De nuevo el hombre es sepultado por las consecuencias de sus actos.
Hasta el momento, la figura del caballo en mis pinturas ha sido un protagonista noble, que mantiene una postura conciliadora entre las especies, o quizá una víctima que desea escapar del dominio del hombre viéndose obligado a ser partícipe de la violencia. Me gusta la idea de que sea un animal libre, como he plasmado en Meat Horse o Holy Horse donde elimino los elementos que se colocan en la cabeza del animal para su doma y lo doto de mirada humana, convirtiéndolo en una especie de divinidad.
Gracias a la exposiciónVíscera Animal he tenido la oportunidad de desarrollar estas últimas ideas en torno a la convivencia del ser humano con otras especies en el mundo contemporáneo, obteniendo diferentes conclusiones.
El animal se ha ido posicionando en mis pinturas como el ser ideal del orden natural frente al modelo de vileza y destrucción encarnado por el hombre. Como explica la crítica de arte Reyi Pérez Castillo en su texto para la exposición: Nuestra conexión con el medio natural está fallando y éste nos lo hará saber de alguna u otra manera antes de que acabemos destruyéndolo por completo. La naturaleza se revelará de manera violenta en un acto desesperado de supervivencia, por ese motivo leones, tigres y cocodrilos atacan violentamente a quien durante siglos ha sido su principal depredador, el hombre. Comienza entonces la batalla en la que el ser humano jamás podrá vencer, pues se enfrenta a toda la fuerza del peso de la naturaleza (…) en estas pinturas podemos hablar, sin lugar a dudas, de un Scheroff cada vez más historicista, que rebusca y retoma modelos de violencia presentes en nuestro pasado artístico dotándolos de un espíritu plenamente contemporáneo. Las palabras de Reyi resumen a la perfección el propósito de mis últimos trabajos.
Entrevistado por Anna Adell