Cuando un tema carga con una intensidad tan demoledora como lo fue convertir el arte moderno en herramienta de tortura es probable que cualquier exposición acerca de ello nos defraude.
Pero también puede ocurrir que, como en la muestra Habitación de Pedro G Romero, el aligeramiento lúdico del peso de la Historia nos predisponga a lecturas más flexibles y audaces, liberadas de servidumbres morales y verdades inventadas.
Durante la guerra civil española, las checas fueron centros de detención del bando republicano, sobre cuyas prácticas vejatorias el bando nacional volcaría torrentes de literatura terrorífica. Los falangistas, obviamente, no les iban a la zaga en cuanto técnicas martirizantes, pero les faltó un “director de arte” como Alfonso Laurencic.
Pedro G Romero recupera el nombre soviético, cheka, para refererirse a las tres celdas “psicotécnicas” diseñadas por aquel esquivo individuo yugoslavo que frecuentó los ambientes vanguardistas parisinos. Las chekas ocupan un lugar destacado en el curioso archivo que el artista andaluz viene desarrollando on line desde los años 90’s (Archivo F.X), donde pone en relación conceptos de arte radical y de política revolucionaria con documentos gráficos de iconoclasia antisacramental en la España del primer tercio de siglo.
La iconoclasia y el fervor religioso son el anverso y el reverso de un mismo impulso, aquel que concede a las imágenes un poder supremo. La doble naturaleza de los actos cuando se extreman, la fricción que hace chispear supuestas polaridades o antagonismos, la trampas en que caen los ideales emancipatorios, el poso dogmático de la retórica libertaria… son aspectos que de un modo u otro han interesado a Romero, y que en las “checas psicotécnicas” alcanzan su máxima expresión.
El Servicio de Información Militar de la Segunda República Española radicó sus checas en monasterios e iglesias previamente confiscados. A la profanación de esos lugares sagrados se sumó la profanación de los ideales del arte, cuando Laurencic tuvo la idea de aplicar los efectos psicológicos de la forma y el color teorizados por Kandinsky y otros miembros de la Bauhaus a los reclusos.
Una réplica a escala 1:1 de dos de estas chekas preside la exposición en el MNAC. Originalmente ubicadas, respectivamente, en una iglesia de la calle Zaragoza de Barcelona y en el convento de santa Úrsula de Valencia (1937-39), una de las celdas consta de un suelo con ladrillos puestos de canto entre los que no cabe un pie, formando una especie de laberinto destinado a impedir el estar de pie. En la otra, los catres de hormigón lastimaban la espalda del reo con su superficie estriada, además de estar inclinados para dificultar el descanso. Una potente luz roja a tiempo completo y el incesante tic-tac de un metrónomo hacían el resto.
Las paredes de la checa de Vallmajor están “decoradas” con pinturas abstractas de supuestos efectos hipnóticos y enervantes. En una de las fotografías de las hojas impresas del Archivo F.X. vemos a Himmler junto a otros oficiales nazis en el interior de la checa, junto a una composición ajedrezada y lunares multicolores. Es una imagen representativa del momento en que las checas se abrieron al público para dejar constancia de los “horrores de inspiración soviética”.
En los monitores se emiten dos películas de propaganda realizadas en los años cuarenta en las que se dramatizan las torturas perpetradas en las checas comunistas. Los franquistas muestran aquí también habilidad para “ser modernos” en el uso vanguardista del lenguaje expresionista e incluso eisensteiniano cuando el guión lo exige.
Junto a los pseudo-documentales, una vitrina exhibe una libreta manuscrita. El display adjunto nos informa que fue encontrada en un mercadillo de Barcelona, y transcribe el texto junto a múltiples anotaciones a pie de página a modo de exégesis del críptico contenido. El hallazgo casual de esta joya entre libros de viejo, en la que Laurencic deja constancia de su paso por la Bauhaus de Weimar, de su empaparse con las teorías de Kandinsky, Klee, Theo van Doesburg…, nos deja fascinados. Pero la suspensión de la incredulidad dura poco.
La broma de Juan José Lahuerta (autor de la libreta) nos descoloca por un momento, pero también nos pone en guardia sobre las fallas de la memoria histórica y lo fácil que es mixtificar o tergiversar para acomodar en los relatos a sus héroes y anti-héroes.
Lahuerta, con sus interpretaciones del texto apócrifo de Laurencic, incursiona libremente en la mente de un personaje que imagina acudiendo a las clases de la Bauhaus, quizás como alumno o quizás como falso periodista con el fin de apropiarse de los estudios psicológicos de color, luz y arquitectura, de la integración vanguardista de las artes plásticas, musicales y escenográficas, y finalmente pervertir las buenas intenciones de los modernos.
Con similar tono lúdico, deslegitimador de la Historia oficial, Romero ha desplegado sobre las paredes documentos desclasificados de la Causa General contra la “dominación roja”, siguiendo un patrón minimalista cuya disposición en cuadrículas y el propio título (Ajedrez) nos remiten a una partida a muerte entre la memoria y el olvido.
Un lindo recortable en papel de la cheka de Vallmajor pone la guindilla a esta apuesta crítica por desdramatizar la memoria.
De los peligros del arte “aplicado” nos hablan también las entradas del tesauro de Pedro G Romero, donde entrelaza las tres chekas con proyectos artísticos: Decor de Marcel Broodthaers, Barraçao de Helio Oiticica y Notas sobre la escultura de Robert Morris.
Desde ámbitos dispares, estos tres artistas desplazaron la atención desde el objeto artístico hacia el espacio del espectador y la teatralidad: Morris con su concepto ampliado de escultura, Oiticica partiendo de las favelas como arquitecturas mínimas donde experimentar nuevas formas de relación humana, Broodthaers poniendo en primera línea de fuego a la guerra y la decoración de interiores, al museo como institución y a la retórica imperialista.
La lectura cruzada de textos sobre las checas (“tamaños ajustados al cuerpo”,”sensación cambiante del espacio”) y de las propuestas experimentales de estos artistas (“pasillos opresivos”, “redes que aprisionan al cuerpo” en Oiticica, por ej.) activa un doble sentido en cada palabra, en cada frase.
“El color es la tecla, el ojo el martillo”… “el alma es el piano” que “el artista hace vibrar”. Kandinsky era consciente del potencial manipulador del color y la forma cuando eran supeditados a estudios científicos sobre las emociones. Creía poder transformar al hombre haciendo vibrar las “cuerdas” de su “teclado” anímico, y siempre puso énfasis en los peligros de traicionar los principios éticos que regían sus investigaciones.
Las barras y cuadrículas del arte minimalista y conceptual reverberan por el espacio, evocando la idea de reclusión alucinatoria. Lola Lasurt, una de las artistas invitadas, presenta un friso pictórico a modo de “frames” o fotogramas inspirados en el final de la película de Anton Giulio Bragaglia Thais, donde la mujer recluida muere víctima de su propio delirio. Vectores de inspiración constructivistas y evanescencias futuristas actúan como trasuntos del derrumbe psíquico de Thais. Entre el humo y los efectos hipnóticos se cuelan guiños a la checa de Vallmajor.
El adjetivo “revolucionario”, tanto en arte como política, es ambivalente y se supedita a la esquizofrenia de los acontecimientos, sobre todo en tiempos turbios. Recordamos el aviador poeta con el que Roberto Bolaño construye un relato fragmentario ambientado en tiempos de Pinochet donde coinciden ultraderecha y happening artístico, arte y crimen, desmesura y nuevo orden, donde el mal y el bien son dos láminas demasiado pegadas, donde todo se desdobla como en los sueños.
Salimos de la exposición más confusos de lo que entramos en cuanto a episodios enrarecidos de un pasado cercano, pero aceptar su condición irresoluble no agota nuestro deambular. El desencanto de la memoria nutre de encanto las paradojas que nos brindan el arte y la historia.
Anna Adell
Habitación. El Archivo F.X., las chekas psicotécnicas de Laurencic y la función del arte
Un proyecto de Pedro G.Romero
Colaboran Lola Lasurt, Patricia Gómez & María Jesus González y Álvaro Perdices
Comisariado: Ángel Calvo Ulloa y Nuria Enguita
en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, MNAC, Barcelona
en colaboración con CA2M (Madrid) y La Nau (Universitat de València)
hasta el 28 de abril 2019