Cuando se establecen las reglas de un juego hay dos figuras que vienen a desbaratarlo: el tramposo y el aguafiestas. Al primero se le puede llegar a perdonar porque, al menos en apariencia, respeta el “círculo mágico del juego”. El aguafiestas, en cambio, deshace la ilusión y merece ser expulsado. De ello nos habla Huizinga en su Homo Ludens. Eugenio Merino siempre ha sido un aguafiestas, un apóstata, un hereje.
Merino seguramente se ha nutrido más leyendo tiras de cómic que manuales de arte. El tema que se trae ahora entre manos, por ejemplo, quedaría bien apostillado con aquella viñeta de El Roto que reza: “Les rascas a los patriotas en los bolsillos y resulta que son suizos”.
En anteriores ocasiones, su estética ha estado aliñada por un humor negro propio de un fiel lector de El Jueves, con esculturas hiperrealistas y metáforas kitsch donde ruedan cabezas, se congelan dictadores, los presidentes se someten a programas de lavado de cara (Face Wash)…
Con gags cáusticos radiografía el cinismo del sistema capitalista en sus muchos prismas y facetas, pero esta vez no veremos a ningún monigote reproducido con verosimilitud espeluznante. Más bien, si atendemos a la hilera de relojes marcando horas distintas, el lenguaje es casi conceptual, con ecos de On Kawara y su incansable registro del tiempo o de Joseph Kosuth y su Clock one and five. Pero no os vayáis que la similitud es sólo aparente; tal como anda el mundo no estamos para distraernos con pajas mentales o juegos lingüísticos.
Los relojes muestran husos horarios de distintos paraísos fiscales, los mismos cuyas banderas funcionan como telas de tumbonas dispuestas en una de las salas de DA2. Un felpudo en el que se lee Home Swiss Home nos da la bienvenida al Paraíso.
En la sala contigua, imanta nueva mirada el oropel de las miles de monedas rebosando en grandes cajas de cartón. Parece que hemos entrado en las cueva de los ladrones y sufrimos el síndrome de Ali Babá, auque nuestra avidez será por glotonería, pues son de chocolate suizo.
A diferencia de las hamacas en las que no nos podemos tumbar y de los tiempos paralelos e inaccesibles para nosotros que señalan las agujas en las blancas esferas, las monedas sí están de nuestra parte. Acuñadas con un imperativo eat the reach, mientras deglutimos con ansia el chocolate negro sentimos la fugaz satisfacción de triturar el aún más negro secreto bancario.
Que no nos intimiden las cámaras de vigilancia, son falsas. Aquí nos protege la misma impunidad que a los ricos, pues estamos en su paraíso. Bienaventurados los que birlan, porque de ellos es el reino de la evasión fiscal.
La exposición, con sus tumbonas y fórmulas de bienvenida, es un claro guiño a la idea de paraíso turístico. De hecho, si el caso es evadirse, tú o tu dinero, tanto da un paraíso exótico como uno sexual, cultural o fiscal. La prensa usa términos similares para hablar de los destinos punteros para uno u otro menester: “Singapur, el paraíso fiscal de moda”, rezaba un titular.
Sin embargo, aunque las noticias tienden a desplazar la imaginación popular hacia la periferia situando los negocios turbios en islas paradisíacas, Merino corrige esas fuerzas centrífugas poniendo especial atención en la Suiza neutral, tan neutral que no osa herir los sentimientos del capital.
Anna Adell
Paraíso, Eugenio Merino
Comisariado de Adonay Bermúdez
en Domus Artium 2002 DA2, Salamanca
hasta el 28 de abril 2019