La parábola bíblica de los ciegos, que Pieter Brueghel El Viejo plasmó en una de sus radiografías pictóricas del alma social, es recuperada y adaptada por Anna Dot a los tiempos actuales en su instalación Escritos para la piel vidente.
En la versión de Dot, lo único que queda de la escena original son los palos, que en la pintura de Brueghel servían a los ciegos más bien poco, pues en lugar de tantear con ellos el terreno se fiaban del ciego que los precedía y acababan cayendo todos en el hoyo. En la sala de exposición de Bombon Projects (Barcelona, sept-oct. 2020), los palos flotan y el espectador deambula entre ellos sin rumbo, pero cuando deja de centrar su atención en lo que ve y atiende a lo táctil quizás descubre otros mensajes, escritos en braille. Ya nos lo advierte el título: estamos ante una exposición para ser leída con la piel.
¿Qué nuevas coreografías se adaptarían a un mundo completamente desorientado? ¿Qué nuevas dramaturgias podrían expresar la reducción del espectáculo sociopolítico a un sinfín de entreactos sin solución de continuidad?
Este otoño, la fuerza gravitatoria que atrae a las hojas caducas intensifica también su efecto sobre nuestros cuerpos. Inauguran exposiciones en las que la verticalidad bípeda del homo sapiens quiebra, aunque ello no es necesariamente negativo.
La pérdida de coordenadas que sentíamos en Bombon Project no nos abandona al franquear las puertas de Ethall, donde Eulàlia Rovira expone Amortiguar lo amortiguado. La puesta en escena también se reduce al mínimo elemento. Se nos exige, de nuevo, aguzar los sentidos y someter la realidad a un proceso de abstracción.
A primera vista la sala parece vacía pero unas cinchas de amarre sujetan falsos soportes a las vigas dejando su base en suspenso, y unos adoquines sueltos flotan a media altura: lo que debiera sustentar la arquitectura se torna inestable, proveyéndose de muletas o zancos, y lo que debiera adoquinar el suelo aspira a tocar techo. Sabemos qué imágenes inspiraron a Eulàlia estas intervenciones: un dibujo humorístico de principios del siglo pasado en el que los barceloneses caminaban por calles fangosas montados en zancos, una fotografía que mostraba la celebración de un banquete en un alcantarillado, imágenes de raíces arbóreas levantando pavimentos, una ilustración inglesa mostrando un ruinoso cementerio bajo los cimientos de un salón de baile… Se inspiró, en definitiva, en imaginarios dispares que le permitieron atisbar la posibilidad de derribar el binarismo que rige las relaciones entre el arriba y el abajo: luz cenital versus oscuro subsuelo, razón versus insania, progreso ascensional versus el “tocar fondo” como léxico consensuado del fracaso.
Rovira evidencia la porosidad del suelo, pues está lleno de “grietas” por mucho que se pretenda impermeabilizar, por mucho empeño que haya en esconder en los sótanos los detritus y monstruos de la civilización.
Hacer colapsar al espacio euclidiano, y con él al sujeto cartesiano, es también de algún modo el cometido de Pedro Torres. Time bends as we come closer (en Chiquita Room) reúne una serie de piezas que ponen al visitante en órbita, involucrándolo a múltiples niveles, desde el molecular al mental. Entramos de pie y acabamos tumbados en un espacio donde las esculturas de neón son también partituras para danza de “contacto improvisado” y donde una alfombra nos eleva hacia esferas supralunares.
Torres idea modos de hacer visible la curvatura del espacio-tiempo por efecto de la gravedad, usando telas plegadas. Mediante la confluencia de las leyes de la física y las artes (escultura, danza contemporánea y música) logra condensar en formas simples una sensorialidad compleja, con ricas resonancias acerca de nuestro modo de ocupar y sentir el espacio y el tiempo, de experimentar las fuerzas de atracción y repulsión respecto a otros cuerpos.
El “contact improvisation” supuso un revulsivo para el mundo de la danza en los años setenta. Su creador, Steve Paxton, señaló que la tensión urbana fue uno de los detonantes de su búsqueda. Entre los bailarines no se establecen jerarquías, nadie conduce a nadie, o más bien, conductores y conducidos intercambian sus papeles todo el rato. Los movimientos resultan del contacto físico, del impulso de no caer, de la percepción de las inercias gravitatorias en contraposición a las fuerzas centrífugas. Pueden ser parejas o grupos, formándose olas sometidas a corrientes dispares e imprevisibles. Caídas, cogidas y suspensiones liberan el potencial antiguo de nuestros reflejos, ponen alerta la sensorialidad periférica.
Las coreografías de Paxton nos sugieren utopías comunitarias, formas horizontales y porosas de entender las relaciones, rompiendo asimismo la rigidez de las coordenadas espaciotemporales, reinventándolas, adecuándolas a la acción-reacción del cuerpo físico.
La filosofía del “contact improvisation” atraviesa este proyecto de Pedro Torres, e influye en cada una de sus piezas, como los neones describiendo elipses y curvas de luz que, por un lado, materializan las líneas invisibles que conectan los cuerpos en una coreografía, y por otro, aluden a los movimientos orbitales descritos por la teoría gravitacional.
Las trayectorias e intereses de estos tres artistas son muy distintos pero sentimos que, a través de sus exposiciones recientes, se encuentran en el mismo cruce de caminos. Sin mapa con el que guiarse, en lugar de elegir uno de ellos optan por sentarse en la rotonda y desde aquí estudiar la cuadratura del círculo.