A modo de guiño al Génesis y sus 7 días de la Creación, Max Ernst tituló “una semana de bondad” a una serie de collages que sintetitzaban su visión sardónica sobre la brutalidad humana. Realizado en el convulso periodo de entreguerras, alegorizaba sobre los instintos más oscuros. Su poder subversivo estribaba en el perfecto ensamblaje entre fragmentos procedentes de publicaciones decimonónicas de todo tipo, desde ilustraciones folletinescas a extractos de revistas de ciencias naturales.
Ese modo poético y punzante de descoyuntar la realidad sedujo a María María Acha-Kutscher, y le impulsó a recomponer por sí misma retales de historia. Sus fotomontajes digitales tampoco dejan ver las fisuras entre los recortes, sumergiéndonos en un pasado donde fábula y documento, sueño y ucronía, se funden.
En un margen temporal simbólico de 365 días (serie incluida en la XV Bienal de Fotografía de Córdoba) revisa a través de fotografías reconstruidas momentos del pasado. Este trabajo forma parte de un proyecto mayor, Womankind, epígrafe que no deja lugar a dudas sobre quienes reescriben esa historia alternativa de la humanidad.
Aunque la oficialidad del término “historia” lo hace poco apto para connotar el cariz íntimo de estas narrativas fragmentarias, a las que mejor llamar “microrrelatos”. A menudo la artista parte del propio pasado, de aspectos biográficos velados, o como mínimo de recuerdos exhumados de un inconsciente colectivo esencialmente femenino.
Porque, para ella, rebuscar en archivos y baúles fotografías antiguas fue también un modo de remover la nebulosa de recuerdos que acunaban la mescolanza cultural de sus orígenes, mezclándose lo criollo con las historias que explicaba la abuela exiliada de Europa.
De ahí que en sus composiciones fotográficas esos mundos tradicionalmente segregados convivan, como cuando nos muestra africanas recostadas en elegantes camas con dosel o fumándose un puro durante la sobremesa, en ambientes lujosos de casas coloniales. No es que las sirvientas hayan usurpado el papel de las “señoras”, sino que forman parte de otra historia posible, lo mismo que las mujeres peludas y las tullidas adquieren dignidad al sacarlas del reducto circense al que se las relegaba.
Y en términos generales este es el proceso para toda la serie: las mujeres no usurpan los lugares asignados a los hombres sino que logran encontrar el suyo propio. Aunque a veces corren el riesgo de perderse como en un laberinto de espejos entre modelos de feminidad tipificada puesta en abismo: en bustos, estatuillas, pinturas… que componen matrioshkas conceptuales, cuadros dentro del cuadro, un surtido de ficciones dentro de la propia ficción, de mujeres siendo miradas por sí mismas.
Sean monjas, obreras, quiosqueras o damas leyendo junto a la ventana de suntuosas habitaciones, se reinventan a sí mismas desafiando las representaciones históricas que se han hecho de ellas.
En varios de sus proyectos (Herstorymuseum, Womankind, o en el Antimuseo que co-dirige junto a Tomás Ruiz-Rivas), María María ha dado al concepto de archivo una cualidad abierta, orgánica, subjetiva y extemporánea, inversa a la visión ortodoxa del mismo como realidad objetiva, cerrada, inexpugnable, referente a un pasado intocable, “archivado”.
Conscientes de que la historia es constructo, cabe refundarla una y otra vez, aunque sea en el fuero interno de cada quien, amoldarla a nuestras convicciones y deseos, sentirla como propia porque sin pasado no hay futuro.
Anna Adell
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se puede ver en la
hasta el 21 de mayo 2017
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