La higiene es la religión del fascismo, espetó Paul McCarthy a su interlocutor en una entrevista en la que hablaba de su afán por transformar figurillas de porcelana Hummel en grotescos personajes de narices fálicas.
Su voluntad de mostrar el reverso obsceno de la idílica vida pastoral representada por esas estatuillas kitsch, de profanar su empalagosa pulcritud, es extensible a toda su producción artística, dedicada a dar la vuelta al guante de la moral patriarcal.
Y frente a la higiene social McCarthy propone el descalabro orgiástico, haciendo retroceder a hombres y mujeres a un estadio infantil desquiciado, como si las distintas fases del desarrollo sicosexual de las que hablaba Freud (oral, anal, fálica, genital…) eclosionaran a la vez.
Hollywood y Disneyland vienen inspirando sus vodevils escatológicos desde los años setenta. Desde sus primeros video-performances, como aquel Rocky (1976) asestándose puñetazos a sí mismo (en un in crescendo que solo interrumpe para hacerse pajas salpicadas de ketchup), hasta remakes hardcore de Pinocho, Heidi o Blancanieves…, McCarthy corroe con humor negro el mito de la virilidad, el del artista heroico, el de la familia feliz… engendradores de violencia a distintos niveles.
Las dos series pictóricas que se exponen estos días en la Fundació Gaspar, Snow White y Coach Stage, han conocido ya versiones anteriores en formato fílmico y escultórico…, de acuerdo con el proceder característico del artista que reitera personajes e iconos populares, degradándolos hasta la náusea.
En Stage Coach, que toma el nombre de la mítica película de John Ford (La diligencia, 1939), el género genuinamente americano del western le sirve para poner en escena vaqueros a punto de ser castrados, o fusionándose con sementales cabalgados por amazonas igual de salidas que ellos, con vaginas abiertas recortadas de revistas porno, entre anuncios de botas de cowboy y perfume Dolce&Gabbana.
A modo de carteles de cine X de lo más gore, lo que muestran estas pinturas coloristas en gran formato (entre cuyos brochazos inflamados asoman fotos de Brad Pitt o Robert Redfort extraídas de las mismas revistas) es la sexploitation como régimen totalitario que invade la publicidad, el cine…, y que en definitiva fundamenta el american way of life.
Los guiños a la pintura clásica y moderna también son una constante en sus subversiones iconoclastas, tocándole ahora el turno a Manet y su Déjeuner sur l’Herbe. En la versión de McCarthy, el desnudo se democratiza. Ya no es la fémina expuesta y vulnerable ante la mirada del hombre vestido, sino que todos pierden sus papeles por igual.
En cuanto a la otra serie, Snow White, la damisela de Disney no es ya ni blanca ni pura. El príncipe la toma entre sus brazos y logra despertarla, pero no precisamente con un beso. De amores necrofílicos nos hablan también los dibujos que acompañan los lienzos: Blancanieves se hace la dormida para dejarse manosear por un príncipe que más bien parece un sátiro, y de vez en cuando asoma algún enanito cual íncubo tentador.
El lazito en el cabello es lo único que conserva Snow White, manteniéndose incólume a pesar de las bacanales, felaciones y demás.
Coprofagia, sodomía… no hay agujero que no sea penetrado o taponado de mierda, siendo ésta metáfora de una gula consumista que idiotiza y adocena, de una educación que también nos tragamos sin filtros colándose de generación en generación como virus aniquilador de conciencias, de un deglutir sin reciclar la basura mediática con nuestro cuerpo poroso que deviene pura viscosidad informe. El ser reducido a perturbación abyecta.
Anna Adell
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Paul McCarthy: WS & CSSC, Drawings and Paintings
Fundació Gaspar. Barcelona
hasta el 16 Julio
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