Acuchillar a la Venus del Espejo de Velázquez, “escupir” sobre Hegel, decapitar al Moisés de Miguel Ángel o “mancillar” la estatua del emperador Claudio son gestos (unos reales, otros simbólicos) sincronizados en un mismo movimiento iconoclasta contra el patrimonio patriarcal.
La sufragista (Mary Richardson) que arremetió contra la Belleza autocomplacida, la escritora (Carla Lozi) que escupió contra la comprensión hegeliana de la Historia como lucha dialéctica entre amos y esclavos (en la que la mujer, al carecer de conciencia, no adquiere siquiera entidad de esclavo), la destrucción a martillazos (Cristina Lucas) de una réplica de Moisés como patriarca de las religiones abrahámicas (religiones cuyo falocentrismo sigue modelando el sistema social), y el gesto equívoco de “limpieza” de una escultura de emperador romano en el Museo Arqueológico de Nápoles (Eulàlia Valldosera), comparten la voluntad no tanto de destruir símbolos culturales como de resignificarlos, remodelarlos aunque sea a golpe de machete.
La violencia sacude al cuerpo cuando la voz es amordazada. El de Richardson sólo fue uno de tantos actos de mujeres exigiendo su derecho al voto y expresando su rabia ante el encarcelamiento de compañeras. Las heridas sobre el cuerpo de la Venus velazqueña cicatrizaron mal y aún hoy muchos comentaristas e historiadores siguen tergiversando los motivos de esa acción al tildarlo de actitud puritana o mojigata. Lo cierto es que la iconoclastia es la contraparte del fetichismo y la idolatría que el gesto profanador ultraja y desvela.
Cuenta la leyenda que Miguel Ángel, al terminar su colosal Moisés le dijo: “Habla”. Ante el silencio del mármol le dio un mazazo en la rodilla. Cristina Lucas decidió terminar el trabajo del irascible Buonarroti, y llamó Habla (2008) a su acción. Su réplica escultórica tampoco habló, pero tras decapitarlo se sentó en el regazo del profeta y se sacudió el polvo.
Con esta acción Lucas mata al Padre, de acuerdo con la metáfora freudiana; en este caso, siendo Moisés progenitor de las tres religiones monoteístas que más han denigrado a la mujer y justificado su condición culpable o mártir, pecadora o santa, mero vientre y lágrima, un ser para el otro más que un ser-para-sí.
Este último aspecto, el ser para otro, enlaza con la pieza en vídeo de Eulàlia Valldosera que ya desde el título, Dependencia mutua (2009), plantea de algún modo el círculo vicioso de relaciones de poder. Liuba, una empleada de hogar de origen ucraniano, aguarda la salida de los últimos visitantes del Museo Arqueológico de Nápoles para quedarse a solas con el emperador Claudio.
La estatua sedente de severo semblante, como la de Moisés con sus tablas de la Ley, recibe una luz sesgada filtrándose por un gran ventanal. A medida que oscurece, las sombras acentúan la ambigüedad del gesto de la joven sacando lustre a la piel marmórea. Se entretiene con su gamuza en los dedos de los pies, en el terso abdomen, la pantorrilla… Acaricia el ancho cuello, resigue las grietas con sutil tacto. Posa su mano sobre la del gigante, cerrada sobre un rollo de pergamino con sus leyes y edictos.
Con este juego sensual en estado larvario la figura subalterna transgrede ciertos límites, al tiempo que evidencia las tensiones sexuales que nutren las relaciones de poder.
Claudio tampoco habla, pero Liuba sí lo hace. En la segunda parte del vídeo sabremos que realiza el trabajo doméstico en casa de la galerista que ha hecho posible esta obra. Inmigrante sin papeles, artista sin contrato y galerista son tres fichas de tablero en “mutua dependencia”.
En la filosofía de la historia de Hegel, el trabajo manual acaba liberando al siervo y anulando al amo. En la realidad, el giro dialéctico no suele acontecer. Aunque a decir de Hegel, la verdadera emancipación sólo ocurre con el trabajo de índole espiritual. El arte es uno de los caminos.
Valldosera y Lucas emancipan al arte de dependencias heteronormativas, cada una a su modo. La obra de Eulàlia ha ido virando hacia una “mística activista”, como ella misma la llama, una “arqueología psíquica” que en el Museo Thyssen la ha llevado a excavar capas y capas de lecturas silenciadas bajo el barniz de los siglos.
Nos referimos al performance Los otros invisibles que realizó la semana pasada circulando entre los cuadros de la colección Thyssen con los ojos cerrados: Cranach, Ghirlandaio, Klee, Mondrian… Al privilegiar lo táctil, lo háptico, en la percepción de unos cuadros cuya interpretación el sentido de la vista parece ya haber agotado, Valldosera socava lecturas formalistas e intelectuales para acceder intuitivamente a la mente de cada artista en el momento de la creación, en la que a menudo descubre un hálito sanador que irradia más allá de su tiempo.
Anna Adell
Patriarcado, exposición de Cristina Lucas y Eulàlia Valldosera
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
hasta el 31 de marzo de 2019