Desde el descubrimiento de la técnica de los paños mojados en la Grecia Clásica hasta la vertiente más arty de la foto publicitaria, desde Fidias hasta Erwin Blumenfeld, velar las voluptuosidades carnales ha sido el mejor modo de realzarlas.
Ahora que todo está tan sobreexpuesto el velo es un bien preciado, una reliquia de tiempos más sorpresivos, como los que alentaba el porno codificado, con sus tramas de grises en cortinilla sobre los cuerpos acoplados. Esos filtros, con su poder para estimular la imaginación lúbrica, incitaron las primeras pajas de los adolescentes de los 90. Veinte años después el arte extraña esos filtros interpuestos a las burdas fornicaciones escenificadas, de lo que dan testimonio proyectos como el fanzine Carnal+.
Sugerir en lugar de mostrar acucia el deseo, pero no solo el carnal. El velo también ha sido empleado en el arte como correlato de una verdad no revelada. En la escultura barroca y rococó proliferan las representaciones marmóreas de mujeres envueltas en paños que, aparte del alarde de virtuosismo propio de la época, remiten a esta segunda acepción.
La capilla napolitana de Sansevero cobija estatuaria turbadora en las que el velo simboliza sabiduría y tránsito de la vida a la muerte, de la ignorancia a la revelación. La Modestia de Antonio Corradini sobrecoge por su sensualidad sibilina. Junto al Cristo cubierto por el sudario (mármol de Giuseppe Sanmartino) son la contraparte de las máquinas anatómicas conservadas en la cripta de esta pequeña iglesia, unos y otros ideados por el masón Raimondo di Sangro: las anatomías se desnudan hasta la médula, mostrando vísceras, venas y arterias en fascinante filigrana, mientras que las figuras de piedra esconden su secreto, se velan. Los esqueletos simulan hierro forjado, los finos paños de mármol parecen de lino; todo transmuta en esta capilla alquímica.
Como Di Sangro, pero dos siglos más tarde, Fernand Khnopff se apasionó por el ocultismo. El velo asociado a la feminidad inaccesible fue motivo reiterado en los retratos que realizó de su hermana. Pero es probable que en esa obsesión cifrara no tanto el hermetismo de las mujeres sino el suyo propio, indagando a través de esa recurrente figura andrógina su lado femenino y la dificultad para expresarlo.
Y porque en todo retrato hay algo de autorretrato también el que Dora Maar realizara a Nusch Éluard con una telaraña cubriendo su rostro posee esa doble capa: su propio resquebrajo psíquico sobreimpreso a la belleza vulnerable de su amiga, viéndose ambas cautivas del entramado de afectos que ellas mismas tejen.
El dúo italiano conocido como Santissimi recuperan el simbolismo asociado al deseo de trascendencia adscrito a la veladura. Sus instalaciones de cuerpos hiperreales apresados en cajas transparentes de resina o rostros congelados en un rictus postmortem aunque embellecidos por una pátina esmerilada, nos remiten a métodos de criogenización. Algunas de esas cámaras exhalan vapor, lo que garantiza algún tipo de existencia confinada en materia vítrea, en espera, en trance. Conservan cierto aura esotérica a pesar de la asepsia quirúrgica.
Estos cuerpos de silicona suspendidos pudieran ilustrar las palabras de Don DeLillo en Cero K, cuando reflexiona sobre lo humano puesto en conserva, cuando lo imagina sumido en un continuum de tiempo dentro de una cámara criogénica: ¿cuan humano eres sin noción del tiempo? ¿lo eres más, o uno se vuelve fetal, como algo aún no nacido?
Para el irlandés Kevin Francis Gray el velo garantizaba la clandestinidad de sus chicas disidentes, esculturas de guerrilleras que tras la minifalda de colegiala escondían explosivos caseros. Las cortinillas de perlas aparentemente ocultaban su identidad, pero de ellas solo quedaba el cadáver. Retomando la estatuaria funeraria barroca, estas mártires de las calles de Belfast fueron realizadas con materiales nobles; el velo mortuorio como emblema de heroicidad anónima.
Eulalia Valldosera también ha usado la iconografía del velo para desvelar problemáticas contemporáneas vinculadas a las relaciones de poder, subvirtiéndolas. Como parte de un proyecto que llamó Dependencia mutua, grabó a una asistenta ucraniana sacando el polvo de la escultura de un efebo en el Museo Arqueológico de Nápoles. En el video, el trapo de limpieza se convierte paulatinamente en velo étnico, bandera, hiyab, paño que traviste el cuerpo masculino, que erotiza al femenino… y que finalmente viene a cuestionar los roles de sumisión versus objeto de devoción.
El velo como aquello que revela lo que la sociedad trata de esconder reaparece en un proyecto más reciente de la artista, Velos plásticos (2016), una serie fotográfica de lo que parecen vírgenes espectrales, envueltas en mantos delicuescentes. Como un guiño a las vírgenes protectoras del mar, aquellas a las que los marineros erigían sagrarios en los puertos, las de Valldosera están hechas de materiales tóxicos. La protección vira en admonición.
De la excelencia helenística de los paños mojados concretizada en el torso de la Victoria de Samotracia, alegoría del triunfo naval que desde su santuario costero oteaba el mar, pura potencia y sensualidad alada, llegamos a los paños plásticos que solo ocultan su propio embrutecimiento.
Anna Adell
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