La ciencia cartográfica fue desarrollándose a remolque de las grandes conquistas. Así, Felipe II, abrumado por la vastedad de sus dominios, encargó un atlas al mejor geógrafo de la época a fin de que su ávida mirada pudiera abarcarlo todo, soñando con ser un Salvator Mundi con el orbe crucífero en una mano y bendiciendo con la otra.
El título de este primer atlas moderno, Teatro del Mundo (Theatrum Orbis Terrarum), no esconde su voluntad escenográfica. En la portada, cuatro mujeres funcionan como alegorías de los continentes. Custodian la entrada de un templo clásico, umbral al mundo como representación de aquellos que detentan el poder.
Europa se llamaba la joven fenicia que Zeus raptó, mito griego que dio origen en el imaginario colectivo a la asimilación simbólica del territorio conquistado con el cuerpo femenino sometido (en los mapas coloniales), y a la ya no tan imaginaria violación de las mujeres como botín de guerra.
En la exposición Territorios que importan (en CDAN, Centro de Arte y Naturaleza de Huesca), los cuerpos que importan de Judith Butler están muy presentes. Veremos cómo las cartografías de género suplantan los mapas geopolíticos, y las geografías se desplazan hacia orografías sensoriales.
Un mapamundi crece desde el ombligo del cuerpo desnudo de la mexicana Tatiana Parcero, en una de sus Cartografías interiores. Fragmentos de códices precolombinos y exégesis de los mismos (dibujo maya y texto colonial) simulan tatuajes sobre la piel, palimpsestos de memoria colectiva que arranca de lo individual.
En la Europa femenina, Europa masculina (2007) de Cristina Lucas, en lugar de los nombres de cada país vemos las expresiones usadas en cada lugar para referirse a los órganos sexuales de cada género. El argot revela las elipsis y juegos lingüísticos que rodean al tabú sexual, tan globalizado como la economía.
Pasando ya del mapa al territorio, nos apeamos en la parada de metro Casa de Campo, en Madrid, y buscamos al de la sombrilla rosa, Andrés Senra, quien nos hará una visita guiada por una zona de cruising del extrarradio. En este performance, el artista combina el tono didáctico de un guía turístico con la reflexión filosófica y la parodia artística. Durante el paseo, nos da algunas claves para entender los códigos de comunicación que se establecen en estos lugares de encuentros fortuitos, al tiempo que va lanzando guiños al Land Art (parangonando A line made by walking de Richard Long con los caminitos hechos de deseo abriéndose entre los matorrales) o a la deriva Situacionista (cómo no dejarse llevar por los efectos psicogeográficos, por las corrientes y remolinos pasionales de los que hablaba Debord).
Senra define este territorio queer como heterotópico (espacio otro, en términos de Foucault), en este caso, lo que queda al margen de las políticas heterosexuales, fuera de los límites físicos y mentales del espacio urbano heteronormativo.
Otro tipo de deriva es la que desde los años 90 emprenden el dúo de artistas canadienses Shawna Dempsey y Lorri Millan, “patrullando” como “queery rangers” los parques nacionales para “feminizarlos”. Los vídeos de la serie Lesbian National Parks and Services parodian los programas educativos sobre la naturaleza. Interpelando a los turistas sobre las nociones aceptadas acerca de lo que es o no es “natural”, se visualizan las contradicciones subyacentes a la idea de parque natural. Creado para preservar lo “salvaje”, sacrifica el territorio y la cultura indígena al “parquematizarla”.
Naturaleza versus contranatura, sea lo “natural” en tanto identidad de género, identidad sexual o pauta de comportamiento, responden sólo a conceptos “naturalizados” o “desnaturalizados” desde posiciones de poder. Así, los misioneros españoles consideraron “innatural” el homoerotismo y lo quisieron erradicar de los pueblos prehispánicos tildándolo de “perversión chamánica”, de pecado nefando, nos explica el remero indio de Nefandus, video de Carlos Motta. Voces en kogui y en castellano se alternan mientras surcan el río Don Diego, en Colombia. Pura “farsa disfrazada de verdad” la de los conquistadores contra la que, sin embargo, no es fácil lidiar, pues cada rincón de ese paraje selvático, aparentemente “salvaje”, lleva la marca de la colonización.
En el delta de otro río, el Orinoco (Venezuela), habitan los warao. El fotógrafo Álvaro Laiz nos descubre el estatus espiritual que detentan los transgénero (llamados tida wena) en la comunidad. Los warao son de los pocos pueblos amerindios que han sobrevivido al proceso de aculturación, y en claro peligro de desaparición. Este sentimiento de ocaso cultural queda plasmado en la elección de una técnica fotográfica, el ambrotipo, con la que Laiz evoca estudios etnográficos decimonónicos desaparecidos sobre ritos y tradiciones precolombinas.
La caja con 10 ambrotipos (Wonderland 2013) adquiere la textura espectral propia de un documento cuyo objeto de estudio es ya fantasma.
Y es que a veces es necesaria la ficción para hablar de una realidad. Pilar Albarracín también practica antropología de ficción en sus 300 mentiras sobre la historia de España. La nº 5 (2009) muestra una campesina sobrecargada de costales, apuntando a la multitarea (hogar, granja…) que ha pesado tradicionalmente sobre la mujer en el ámbito rural.
Lo que no responde a la ficción es la imagen de unas mariscadoras recogiendo fuel en lugar de moluscos. Juan Lesta y Belén Montero (DSK) superponen sus cuerpos inclinados a los de Las Espigadoras de Millet. El título del video (1848-2002) marca dos fechas, la llamada Primavera de los Pueblos y el hundimiento del Prestige: las revoluciones burguesas no mejoraron la situación de las clases populares, independientemente del compromiso “estético” de Millet por ennoblecerlas. Al cabo de 200 años ya no hay forma de ennoblecer ese mismo gesto, con el que las mariscadoras pagan las faltas de otros.
En los años setenta, mujeres artistas de distintas latitudes enfocaron su obra hacia el concepto de Madre Tierra. Se nutrieron de antiguos cultos matriarcales que tomaban a la diosa madre como fuerza primigenia. Se manifestaban, por ejemplo, como actos efímeros para feminizar simbólicamente el territorio (Judy Chicago y sus vapores púrpuras suavizando el agreste paisaje), como rituales (Mary Beth Edelson y sus fotomontajes de arcanas divinidades portadoras de simbolismos jungianos), sugiriendo fusiones con el elemento natural (Fina Miralles mimetizándose con la paja, o volviéndose mujer-árbol; las Siluetas de Ana Mendieta)…
El ecofeminismo nació en aquellos años, apelando a la urgencia de sustituir las políticas patriarcales de dominio sobre la naturaleza y la mujer por relaciones horizontales e integradoras, tomando como modelo los matriarcados primitivos. En los 80’s y 90’s el acercamiento a la naturaleza se complejiza. Las mujeres ya no se identifican con los valores esencialistas de sus predecesoras sobre la sexualidad y el género. La autoafirmación de la feminidad mediante felices comuniones con el medio natural ya no es factible.
Dentro de las poéticas ecofeministas actuales destaca el trabajo de Lucía Loren. En 2008, dentro de la convocatoria El busto es mío, talló en roca de sal pechos de mujer y los semienterró en una zona de pastoreo. Los animales fueron lamiendo los pechos, de modo que éstos acabaron reintegrándose a la tierra, transformándose en materia orgánica, estableciendo así una bella metáfora de la tierra-madre nutricia.
Cuando la tierra está empantanada en sangre, cuando sedimenta capas y capas de atrocidades, violencia de Estado, asesinatos, violaciones de indígenas…, la comunión con el medio natural pasa por la expiación. La artista colombiana María Evelia Marmolejo, en 1982, escarbó un triángulo a orillas del río Cauca, colocándose en él envuelta con placentas de mujeres que habían parido ese día. “Anonimo 4” fue un ritual sanador y doloroso, casi una plegaria para que las próximas generaciones no sufrieran las vejaciones que el machismo doméstico y político estaba infligiendo a sus congéneres.
De terror paramilitar atenazando comunidades indígenas también nos habla Regina José Galindo. Su acción Mazorca (2014) rinde tributo a la resistencia del pueblo, primero ante la política de arrasamiento de maizales durante la guerra civil guatemalteca, y años más tarde, cuando lograron derogar la ley Monsanto. En este performance, varios hombres van cortando el maíz con machetes hasta descubrir el cuerpo desnudo e inmóvil de Regina, que al principio quedaba oculto entre las plantas.
El maíz, alimento básico pero también imbuido de valores míticos, sustancia con la que se modelaron los primeros hombres y mujeres, según cuenta el Popol Vuh, otorga a la acción de Regina contundencia dialéctica entre la precaria contemporaneidad y los orígenes cosmogónicos de una civilización.
Viramos el rumbo hacia territorios violentados por el lastre de reparticiones rapaces sobre el mapa sin tener en cuenta los pueblos, por la avaricia imperialista y sus falsas promesas. La artista israelí Sigalit Landau hace girar un hula-hop hecho de alambre de espinos sobre su vientre desnudo (Barbed Hula, video 2005). Las lesiones que va infligiéndose sobre la piel (supurando referencias a los estigmas de la Pasión de Cristo) traducen las heridas que surcan el territorio fracturado tras la construcción del Muro de Cisjordania.
La artista palestina Larissa Sansour encuentra en la ciencia-ficción la solución al conflicto, claro está, una solución preñada de absurdo existencial. Ante la falta de territorio y la dificultad para moverse, imagina una nación vertical en un rascacielos high-tech. Para ir de una ciudad palestina a otra sólo habrá que apretar el botón del elegante ascensor (Nation State, 2012).
También Afganistán vive una realidad postapocalíptica. Y también Lida Abdul acude a la poética del absurdo, pero en los escenarios ruinosos que nos muestra no cabe ninguna idea de futuro (ni que sea distópico como el de Sansour). En el video White House, Kabul (2005), vistiendo indumentaria afgana, pinta de blanco los escombros de una casa bombardeada. Su gesto es el de un autómata; incluso pinta la espalda de un hombre. Pero el trauma revierte en rebeldía, denunciando la invasión estadounidense y el blanqueo de la historia desde narrativas imperialistas.
Tanto territorio violentado merece terminar en aguas más tranquilas. Eulàlia Valldosera viajó a la Campania, y una vez allí viajó de nuevo pero a través de los siglos, hasta acceder a una época en que las fuerzas del inframundo se manifestaban en el nuestro. Los vapores del Hades supuraban en la solfatara de Nápoles; las sibilas se bañaban en el lago del averno y sus augurios reverberaban entre las rocas. En el asentamiento griego de Cumas habitaba una Sibila cuyo saber mediúmnico Eulàlia recoge. En el video “Plastic Mantra”, la voz sibilina posee a la artista y recorre la costa tirrénica, antaño sagrada, para subsanar el daño que el crecimiento desmedido provoca.
Anna Adell
Territorios que importan: género, arte y ecología
en CDAN, Centro de Arte y Naturaleza, Huesca
comisariado por Juan Guardiola
hasta el 20 de enero 2019