La crónica de una muerte tantas veces anunciada, la de la pintura, no es más que la narración de un progresivo liberarse de capas y capas de dogma e ideología. Con las primeras vanguardias se la eximió de la obligación de representar el mundo exterior pero se le encomendó la búsqueda del absoluto o de un yo extraviado. Con el minimalismo se la quiso despojar de espíritu para que fuera solo materia y forma, lo que la llevaría a un cul-de-sac o punto cero del que vendría a rescatarla la eclosión posmoderna de sampleados de estilos y técnicas del pasado.
Fue en esta década ecléctica y posmoderna, la de los 80’s, cuando la Fundació La Caixa empezó su colección de arte contemporáneo. La exposición La pintura, un reto permanente (Caixaforum, Barcelona), formada por obras de la colección y algunos préstamos, testimonia el paulatino destensarse, en el transcurso de las generaciones, de antagonismos y dicotomías entre figuración y abstracción, expresión y concepto, idea y materia.
Actualmente, la pintura se expande por cualquier superficie y se adhiere a otros lenguajes, sea el fílmico, el fotográfico o el escultórico. En la sección expositiva donde se reúnen estas “mutaciones”, encontramos unas latas rebozadas con la pintura que originalmente se encontraba en su interior: Jaime Pitarch invirtió años en ir depositando el contenido de los botes (previamente trasvasado en recipientes herméticos) en sus paredes exteriores. Vaciar y pintar sobre el vacío, repetir día tras día un mismo gesto que ni resta ni suma (sólo invierte la relación entre continente y contenido) toma forma de ritual absurdo e improductivo. Dos adjetivos, estos últimos, a los que Pitarch les da la vuelta, porque el gesto mínimo y perseverante que fue remodelando las latas se inspira en la filosofía de Lao Tse sobre la no-acción (lo más blando vence a lo más duro. La nada penetra donde no hay resquicio) a la par que contrapone esa nada silenciosa a la verborrea del poder corrupto (la locución de Juvenal “¿quien vigilará a los vigilantes?” Quis custodiet ipsos custodes da título a esta obra terminada en el 2019).
Si la poética del absurdo no está reñida con el Tao, nos diría Pitarch, la ironía y el desencanto no deberían restar impulso al espíritu revolucionario, a decir de Bernat Daviu. Sus pinturas monocromáticas transformadas en monos de trabajo (Overall paintings 2012) expresan con elocuente sarcasmo el choque entre la precariedad en la que viven tantos creadores y el cosquilleo utópico que les mueve a seguir trabajando. Precisamente, inspirándose en los “ismos” de las vanguardias, Daviu fundó hace unos años el “garrofismo”, un movimiento artístico imaginario que celebraba banquetes a lo socrático y rendía culto a la algarroba (garrofa en catalán, fruto especialmente valorado en épocas de hambruna). Véase el cortometraje “Guanyar-se les garrofes” (co-dirigido con Joana Roda).
Por esos azares y serendipias que suelen ocurrir en el taller, Ángela de la Cruz un día retiró el bastidor de cruceta de una pintura y la caída del lienzo le abrió un campo de posibilidades que aún hoy sigue explorando. La palabra inglesa clutter rotula varias de sus obras de bastidor quebrado y telas plegadas, algunas incluso ya perdieron el bastidor y se derramaron por el suelo, otras se acorazaron en armarios y armatostes. Todas ellas responden a esta acepción traducible como desorden, revoltijo, caos, para hablar de la condición humana, de su vulnerabilidad, y en ciertos casos, de un amasijo de huesos, del devenir escombro o cuerpo violentado, vagabundo, cadáver.
Un concepto que aflora en varias obras de la exposición de Caixaforum es el de “aura”. ¿Qué ha pasado tras la pérdida del aura vaticinada por Walter Benjamin? El filósofo alemán vislumbraba, tras la pérdida de unicidad y lejanía simbólica (necesarias para que un objeto, artístico o de culto, conserve su “halo”), un potencial revolucionario para el arte del futuro. Pero ¿en la época de la reproducción técnica (la de Benjamin) y multimedia (la nuestra), acaso se ha esfumado el valor “sacro” y de “autenticidad” que antiguamente atesoraba la pieza original? Más bien, el aura se ha desplazado: del valor de culto o contemplativo al valor especulativo. Ignasi Aballí y su serie Papel moneda (2007) riza el rizo del valor aurático del dinero tras ser triturado y transmutado en pinturas monocromas de índole minimalista. Ante esos cuadros, la experiencia contemplativa flota en un infinito suprematista a tonos azulados o violáceos según si sean de 10, 20, 50, 100€… los billetes hechos viruta.
Los barridos de Gerhard Richter también nos sugieren una condición aurática, pero el aura no se encontraría en su caso en la obra en sí, en el objeto único, sino en el motivo o tema, que en su carácter inasible no se deja pintar más que como espectro. Apariencia (1994), el título de la obra incluida en esta muestra, da nombre al problema irresoluble de una mirada que nada puede apresar. ¿Bajo tanta veladura acaso hay algo que desvelar?
Sigmar Polke, como Richter, supo pronto que para rescatar algo de la realidad había que rascar estrato tras estrato. Ambos crecieron en la posguerra en una Alemania desmembrada, y el modo que encontró Polke de invocar los fantasmas reprimidos fue a base de palimpsestos de símbolos nazis, abstracciones y tramas simulando impresiones fotográficas. Con el paso de los años no abandonó su sardónica mezcla de lenguajes al tiempo que experimentaba con productos tóxicos que transformaban las texturas y los colores de forma imprevisible. Su obra Mefistófeles (1988), donde el mal acecha entre pisadas y lametazos ígneos, se incluye en la sección dedicada al “lapsus de la figuración” asomando en composiciones aparentemente abstractas.
Así como Richter logró que la pintura al óleo volviera a tener cosas que decir, aunque para ello tuvo hacerla pasar por el objetivo de una cámara fotográfica incapaz de enfocar, Wolfgang Tillmans libera la fotografía de la mimesis sumiéndola en una ambigüedad que en cierto modo es de herencia pictórica. Por otra parte, la disparidad técnica y temática de sus fotografías, en las que lo más trivial se llena de sentido, se hace eco del rechazo de Richter a la noción de estilo: me gustan las cosas sin estilo: los diccionarios, las fotografías, la naturaleza, yo mismo y mis cuadros. Estilo equivale a violencia y yo no soy violento (Notas 1964-65).
Esta exposición demanda una mirada reposada capaz de deshacer con sus pausas la rígida geometría o de ver como en un test de Rorschach talismanes ocultos en la materia. Así, tras una alambrada nocturna quizás veamos los ojos inquisidores de una monja (según nos revelan los pliegues de la memoria de Juan Uslé en Asa-Nisi-Masa, 1995), o bien, nos salgan al paso los jinns o geniecillos camuflados en una piel aparentemente humana (Lui Shtini materializa aquí los influjos invisibles en la vida cotidiana de esas criaturas sobrenaturales del folclore árabe).
Sólo nos queda decir See you later, au revoir (1990), el adiós ralentizado con el que Michael Snow se despide de su compañera de oficina, adquiriendo ese film de unos pocos fotogramas la textura de un sueño. Pero ¿soñamos en colores?
texto de Anna Adell
La pintura, un reto permanente
en CaixaForum Barcelona
Comisaria: Nimfa Bisbe, directora de la colección de arte contemporáneo de La Caixa
hasta el 29 de septiembre 2019