Múltiples ojos escapan de sus órbitas y campan a sus anchas por un mundo agónico. Nos recuerdan a los ojos heretópicos de la pintura románica con su representación del Cordero divino. Iex Cosmonauta los coloca bajo la cúpula de San Pedro, con la plaza vaticana convertida en un campo de tiro. Mateo el Evangelista ha cambiado su pluma por un rifle.

Las escenas postapocalípticas que dibuja Iex, en gran tamaño y con trazo virtuoso, nos adentran en zonas devastadas pero que se resisten a desaparecer. Todo renace en un ciclo eterno, pero los relojes se han parado y las etapas geológicas colapsan, se enredan unas en otras. Pareciera como si los espacios siderales y el océano abisal, como si las eras precámbricas y las poshumanas, se fusionaran.

Así que no es raro encontrar reptiles y dinosaurios paseándose entre rascacielos high tech; el Poseidón de Artemisio convive con sirenas galácticas y efigies africanas, antiguos ídolos se funden con nuevas quimeras, el saludo vulcano se cuela entre mudras indescifrables.

Iex baraja múltiples arquetipos y simbolismos (referentes bíblicos, alquímicos, ocultistas, budistas…), tratando de “romper la barrera que nos separa de lo que está más allá de esa máquina de generar conceptos que llamamos cerebro”.

Estas palabras del artista enlazan con aquel lamento de Rilke acerca de las “trampas” cognitivas que nos auto-imponemos. En la Octava Elegía el poeta deploraba la pérdida de la facultad para acceder a “lo abierto”. Sólo los animales y los niños la conservan. Salvo por algún destello de sublimidad (mística, amorosa… o en el umbral de la muerte), sólo vemos hacia atrás, hacia el ocaso, en lugar de mirar hacia el puro espacio, eterno, sin horizonte.

¿No lo decía ya William Blake en El Matrimonio del cielo y el infierno? Si las puertas de la percepción se depurasen, todo aparecería a los hombre como realmente es: infinito.

Escribe Rilke, ¿Quién nos ha invertido de tal modo, que hagamos lo que hagamos, adoptamos la postura del que parte? Siempre despidiéndonos, meros espectadores de nuestra propia desintegración, ajenos a un movimiento acelerado de sístole y diástole al que sometemos al mundo.

Terra Incognita, una de las series pictóricas y collages de Iex, se inspiraba en el concepto rilkeano de “lo abierto”, pero de hecho podríamos hacerlo extensible a su visión del arte como integrador de tiempos y espacios, a su visión de la vida y la muerte como “continuo existencial”.

La música es su musa, y como Orfeo se vale de ella para cruzar umbrales, para alcanzar los abismos del inframundo y apaciguar a sus bestias, pero también para dispersarse por la galaxia como polvo de estrellas.

Anna Adell

Junto a su obra gráfica, centrada en el dibujo y el collage, Iex Cosmonauta es co-fundador del grupo Insectotròpics, que conjugan audiovisuales, música, pintura, interactivos y performance.