La práctica de la apropiación consiste en aplicar el sentido ecológico al arte, reciclar signos y formas del pasado, siendo a menudo su intención profanar iconos, subvertir cánones, resignificar verdades enquistadas en las brumas de los tiempos. Rebobinar y remasterizar con alevosía es lo que una tríada comisarial formada por Javier Díaz Guardiola, Carmen González Castro y Nino Maza proponen a diez artistas, entre los que los dos últimos se incluyen.
Al perro faldero de la duquesa de Alba se le ha erizado el pelo. No es extraño, pues a la flemática musa de Goya se le dio por hacer del pobre un yo-yo lanudo. Patricia Mateo, tomando una lámina que reproduce el célebre cuadro, sólo ha tenido que anudar un cordón al dedo índice de doña Cayetana y encrespar un poco a esa bola con patas. ¿Será el yo-yo metáfora del pintor con el que la disoluta aristócrata juega a su antojo?
Patricia le sigue el juego a la Gioconda con bigote de Duchamp, profanando también ella láminas de museo para buscar el doble sentido.
Esther García Urquijo también es ducha en desviaciones iconográficas. Se sirve de la intervención digital para estudiar cómo los patrones estéticos influyen en el comportamiento sexual. Viste con lencería fina a la Eva del Jardín del Edén bosquiano, o tiñe de negro azabache la melena de la Venus de Botticcelli, sustituyendo el dorado divino por el color de la lujuria asociado a Lilith. Forman parte del proyecto De Santas a Putas, fruto de sus reflexiones sobre el viraje que conoció la representación pictórica de la mujer a finales del siglo XIX, época en que Vírgenes, diosas pudorosas y madres enclaustradas en el hogar son reemplazadas por Salomés, Liliths y demás criaturas lascivas reencarnadas en las femmes fatales coetáneas, así llamadas las que empezaron a romper los moldes patriarcales.
Susana y los Viejos, tema bíblico que a tantos pintores renacentistas y barrocos sirvió de excusa para espolear la pulsión voyeurista del espectador masculino, haciéndolo babear junto a los viejos verdes ante la hermosa mujer que se baña sin saberse espiada, es retomado por Juan Francisco Casas pero desde la interpretación femenina y feminista que hiciera en pleno siglo XVII Artemisia Gentileschi.
Francisco Casas se apropia de la representación de Gentileschi, con Susana sufriendo el acoso de los ancianos atrincherados tras un zócalo, pero la escena queda en segundo plano, ocupando el primero una joven orgullosamente desnuda, que desde el siglo XXI poco entiende de los pudores de antaño. Al voyeurismo y a la doble moral de los jueces judíos responde con un exhibicionismo sin dobleces, a la casta y temerosa Susana le increpa a dejarse de remilgos y sacar partido de sus encantos.
Bustos de patricios romanos con los rostros salpicados de semen y columnas que se erigen con sus fustes nervudos rematados con capiteles corintios “a lo glande”, por llamarlos como si de un nuevo orden arquitectónico se tratara…, pertenecen a una serie de irreverentes collages que su autor, Nino Maza, incluyó en su trabajo Ideologías del deseo. El título “Seminario” nos recuerda la curiosa pedagogía pederasta que adoptaron los maestros griegos con sus jóvenes discípulos, y que los romanos adoptaron a su manera, pervirtiendo su ideal moral.
Quizás Nino no aludía directamente a ello, pero con sus simbiosis y gags visuales nos invita a liberar los signos de sus significados unívocos, a desactivar la carga ideológica que arrastran los iconos, que condicionan nuestros valores y construyen nuestros deseos.
David Trullo filtra iconografía extraída de revistas homoeróticas en piezas de loza fina, compitiendo en refinamiento con las antiguas vajillas de manufactura real. Son fotografías transferidas a cerámica pero simulan sutiles trabajos pintados a mano como los que decoran aquellos platos destinados a las casas más pudientes. Queer menagerie sigue en la línea de Souvenirs y Queer cabinet, apuntando al desencanto que sucede a la revuelta, décadas de luchas reducidas a memorabilia…
El vocablo menagerie, que en la misma época en que nacieron las reales fábricas de porcelanas se usaba para referirse a la exhibición de animales exóticos, cautivos en jardines señoriales añade otra capa de sentido acerca de la domesticación de lo queer.
Pero, al mismo tiempo, Trullo se resiste a que los iconos se vacíen de sentido, por lo que seguirá colándose metafóricamente en los hogares burgueses, incomodando a los biempensantes, sustituyendo las tranquilizadoras estampas bucólicas de su vajilla con deseos y ardores que parecen querer brincar fuera del plato.
Sacar lo de dentro fuera, un proceso que podemos vincular con prácticas médicas (radiografías, evisceraciones…) del que se sirven Marina Vargas, Carmen González Castro y Ángeles Agrela para dotar a sus apropiaciones iconográficas de sentido renovado.
La Venus Esquilina de Marina Vargas se cubre con abrigo de vísceras. La blanca tersura marmórea (aquí resina) contrasta con el rugoso rosado cárnico, el interior dionisíaco desborda la armonía apolínea… El choque e integración de contrarios prima el trabajo escultórico Ni animal ni tampoco ángel, que insufla al estático canon grecorromano mutaciones alquímicas inspiradas en Paracelso. Así, el cuerpo recupera su triple condición: carnal, astral y psíquico.
En los dibujos de Carmen González Castro (With the inside out 2015), los cuerpos descontextualizados (tomados de la escultura de Miguel Ángel, o de pinturas de Tiziano, Tintoretto, Boucher…), se interrelacionan con texturas orgánicas que, paradójicamente, en lugar de restar sensualidad a los bellos desnudos establecen con ellos cierta compenetración erótica. Formas mullidas, envolventes, serpentinas… que rompen la rigidez de las anatomías cerradas y abren un sinfín de posibilidades lúdicas.
Las Vanitas de Ángeles Agrela traicionan la aspiración de eternidad de mecenas y pintores. Los primeros pagaban por legar a la posteridad su imagen aristocrática a la par que daban a los segundos la oportunidad de hacerse un hueco en los anales de la historia del arte.
Agrela desprovee a los retratados de esa envoltura de estatus o halo místico, sean príncipes, duques, el Niño Jesús o la joven de la perla. Radiografía cuerpos, muestra pieles desolladas o la estructura ósea, pone las tripas por sombrero o el corazón sangrante por cabeza.
En esta ocasión le toca el turno a una damisela de Vermeer, aquella a la que un conquistador impele a beber vino para ablandarla. Agrela la aísla, centrándose en el retrato, a cuya cofia añade un segundo tocado, tétrico y burlón, hecho con las costillas de la dama. Se nos antoja casi una vanitas invertida, avisándonos no ya de la banalidad de los placeres sino de lo efímero de la vida. Un carpe diem dirigido a esta joven puritana.
A lo largo de la historia, el arte fue una poderosa herramienta para hacer perdurar la dictadura de lo canónico, hasta que la publicidad le tomó el relevo. Desde la filosofía platónica al dogma eclesiástico y el colonialismo mental, la noción de canon imbrica ética y estética, moral e ideología. Mateo Maté tuneó una colección de copias de modelos grecorromanos y neoclásicos para soterrar esa noción bajo la diversidad étnica, de género, edad y conceptos de belleza extra-apolíneos.
En este punto del artículo, ya nos ha quedado suficiente claro que la historia del arte es una novela a entregas narrada por y para hombre blancos heterosexuales. Uno de sus evangelistas fue Ernst Gombrich, autor del manual de cabecera por excelencia para los estudiosos de arte. Fueron Griselda Pollock y Rozsika Parker las primeras en constatar la flagrante ausencia de mujeres artistas en este extenso compendio de la historia del arte occidental.
Este dúo de historiadoras titularon su ensayo Old Mistress (1981), evidenciando el sexismo inserto en el propio lenguaje: los antiguos maestros se convierten en viejas amantes en su contraparte femenina.
María Gimeno, tras leer a Pollock y Parker, pronto pondría solución a esas inmensas lagunas que presentaba el libro de Gombrich. En una conferencia-performance (a la que siguieron otras), tomó un cuchillo de cocina y diseccionó un ejemplar de esa historia del arte sesgada, y fue insertando capítulos nuevos, los correspondientes a artistas ninguneadas. De Queridas viejas (2017) resulta un libro intervenido en cada ocasión. Uno de ellos puede consultarse en esta exposición.
Anna Adell
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Rewind & Remaster
Exposición colectiva
en Galería 6más1, Madrid
hasta el 30 de noviembre 2017
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