Imaginamos el taller de Carmen González Castro atestado de volúmenes de historia del arte esparcidos aquí y allá entre sus bártulos de pintura, cada página glosada con notas a lápiz, subrayados y tachones.
Porque su cometido artístico siempre ha sido peinar esa historia a contrapelo, apropiándose de determinados recursos pictóricos o ciertos mitos fundacionales para reescribirlos con pulso propio.
Su espíritu lúdico y transgresor la lleva a detenerse en las técnicas más ingeniosas que ha alumbrado la pintura, como la anamorfosis, juego de perspectivas que espolea tanto la imaginación como el intelecto del espectador.
En O tempora, o mores (2015) retomaba el épico lamento de Cicerón ante la relajación de las costumbres romanas para dar título irónico a unas pinturas en las que audaces anamorfosis reducían los dioses del Olimpo a motivos fálicos velados de los que las musas se sirven a su antojo. Sólo observándolo desde la perspectiva justa se desvela el misterio, el motivo del arrobo de Danae, Io, Dafne…
En esta serie trataba el tema de la contienda tanto en el amor como en la guerra a partir de enfrentamientos míticos (Teseo y Centauro, Perseo y Medusa…) e impulsándonos a una mirada elíptica, al sesgo (como la llama Zizek). Al usar un técnica que niega la visión frontal nos interroga sobre la naturaleza esquiva de la sexualidad, las pasiones y las rivalidades que nacen de ellas.
La anamorfosis sirvió a pintores renacentistas para encriptar mensajes en cuadros más o menos convencionales, como la calavera que en el óleo de Holbein El Joven transformaba una escena amable en reflexión metafísica, o los divertimento de Erhard Schon (como aquel Jonás tragado por la ballena viéndose desde un lateral como un hombre defecando, o parejas galantes que vistas del lateral mantienen relaciones menos pudorosas).
En la franja que comparten uno y otro, entre la especulación metafísica y el divertimento, en la voluntad de minar lo canónico insertando calambures ópticos, acertijos, distorsiones…, se desenvuelve la obra de Carmen González Castro.
El juego reversible entre encubrir y desvelar marca también la pauta de su último proyecto, Pigmalión y Galatea (2017). Carmen invierte el mito demiúrgico que narra el proceso de mutación del frío marfil de la estatua en carne turgente, usurpándole como mujer artista el lugar al misógino Pigmalión. La serie pictórica traslada al lienzo la metamorfosis de la mancha en forma que va corporeizándose hasta dejar adivinar (de nuevo) una contienda, esta vez amorosa, entre dos anatomías enroscadas entre sí, fundiéndose en un único ser, el de la creación.
El pigmento pugna por emanciparse de un fondo presidido por versiones clásicas del mito (las de Gérome, Lagrenée, Regnault…) reducidas a puro delineado y que acaban solapándose a las carnaciones como tenues tatuajes. De modo que lo informe, el escorzo, la textura… ganan terreno. Cada imagen se acompaña de una frase del poema de Ovidio: le pareció que estaba tibia, se enamoró de su propia obra, por fin su boca ya no besó una boca falsa…
Para su exposición en la galería Ruiz Linares, Carmen ha elegido un epígrafe, “Metanamorfosis”, que traduce su amor por lo mudable, lo inestable… Contiene en su seno la palabra metamorfosis al tiempo que el prefijo expande el vocablo anamorfosis con un ir más allá, un trascender el alarde de proeza técnica para reflexionar sobre el propio recurso como metáfora de creación, y sobre la creación como empeño de apresar lo inasible, de formalizar lo imposible, de vislumbrar esa llama que prende tres veces.
Anna Adell
–
La exposición “Metanamorfosis” se puede ver
en Anticuario Ruiz Linares, Granada
hasta el 1 de abril de 2017
.
.