El Génesis bíblico narra la creación de hombre y mujer a imagen de Dios. No hablamos de Eva, salida de la costilla de Adán como si de un quiste se tratara. Hablamos de Lilith, nacida del polvo junto a Adán el sexto día. Pero pronto desapareció del guión maniqueo del bien y el mal. Abandonó el Paraíso e incursionó en el desierto, refugiándose en las costas del Mar Rojo. “Empáchate a gusto con tus malditas manzanas, a mi esperan otros frutos para degustar”, dijo para sus adentros.
La escritora libanesa Joumana Haddad reivindicó la figura de Lilith (en sustitución de la sumisa y complaciente Sherezade) como estandarte para la mujer árabe contemporánea: liberada, independiente, conocedora de su cuerpo y sus deseos.
Las artistas que participan en la exposición En rebeldía (IVAM) combaten, cada una a su manera, el reduccionismo con el que desde parámetros occidentales ha quedado forjado aquel arquetipo de sumisión femenina.
La muestra se estructura en cuatro secciones (espacio público, intimidad, deseo y conflicto bélico) que en la práctica son indisociables en lugares (los países árabes del Mediterráneo) donde las circunstancias históricas hacen que la simple idea de hogar sea a veces utópica, que la identidad de género pueda obligar al exilio (interior o exterior), que el espacio privado sea la última trinchera, que todo acto público sea político o potencialmente subversivo… y donde, para la palestina Raeda Saadeh, ser mujer es vivir en estado de ocupación permanente.
Vacuum es una proyección en doble pantalla en la que vemos a Saadeh pasando la aspiradora en las áridas colinas que bordean el Mar Muerto, desierto estéril cuyo silencio rompe el monótono sonido del aparato. Tras el gesto absurdo de limpiar la montaña resuena el eco de otra limpieza, más siniestra.
Aferrarse a labores hogareñas cuando la casa es solo ruina o mero recuerdo, que también vemos en el video Light horizon (2012) de Randa Maddah, filmado en el Golán sirio ocupado (la artista, tras barrer un suelo sin ya apenas azulejos, pone la mesa y se sienta para otear el horizonte), desbarata los roles de género al transformar en herramienta política, en arma de resistencia, el trabajo doméstico.
A la insania del mundo oponen la suya propia; su locura nace como negación de aquella, último bastión para salvaguardar la cotidianidad dentro de un estado de excepción insalvable.
Incluso para una fotoperiodista, la realidad puede ser tan desquiciante que opte por no positivar esas fotografías, y lo que quede sea una Incursión Negativa, la negación del derecho a existir (Rula Halawini, Negative Incursion, 2002, Ramala).
Tras un tropiezo por las calles de Gaza con un yihadista ofendido por su forma de vestir, algo ligera, y ante el estado de sitio que se vive en la región lindante con Israel, Nida Badwan tomó la decisión de sitiarse a sí misma en su propia casa. Registró el día a día en fotografías escenificadas (One hundred days of solitude, 2013) mostrando un interior acogedor y colorista (frente al hostil y gris paisaje exterior). Se dedica a dibujar, escribir, esculpir, cocinar…; la creatividad como válvula de escape.
Las referencias pictóricas, sobre todo a la tradición holandesa, se hacen evidentes en la puesta en escena. No es extraño que la pintura flamenca del Siglo de Oro, especializada en idílicas escenas domésticas, sean evocadas en tierras de apátridas, como también ocurre en la serie fotográfica Traces of War (2003) de Farida Hamak. La artista libanesa documentó la vida cotidiana de refugiados chiíes en el antaño esplendoroso palacio Dahesh de Beirut. La luz tamizada por la ventana bañando esos rostros infantiles de mirada madura suaviza la decadencia del lugar con una mística a lo Vermeer.
Líbano fue también país de acogida para la familia de Mona Hatoum, como de tantos otros palestinos forzados a abandonar su tierra. Pero el desgarro más amargo vendría luego, cuando la artista, encontrándose de visita en Londres, no pudiera regresar a casa porque estalló la guerra civil en aquel país. Su madre, en una de las cartas que intercambiaron durante ese doble exilio, escribió: siento como si me hubieran desnudado el alma. De ahí nació Measures of distance (1988): primero se suceden fragmentos corporales tras un enrejado de caligrafía, después va apareciendo el cuerpo entero de la madre, desnudo, en la ducha, y las letras parecen gotas cayendo en aguacero.
Buena parte de los países del Medio Oriente y el Magreb han sufrido una clara involución en el terreno de la permisividad. Con Eastern LGTB (2004-06), Ahlam Shibli nos introduce entre los bastidores de vidas nocturnas que transcurren al margen de la sociedad, muchas veces lejos del lugar de origen, donde ser gay o transexual es penalizado.
La bailarina Milad Siri tampoco se siente ya segura cuando transita por la calles de Bagdad escondiendo su atavío exótico bajo el vestuario islámico. Zohra Bensemra la fotografía en su ritual diario: antes de salir de casa, tras leer el Corán guarda su pistola en el bolso (Milad Siri is examining her handgun, 2004).
De la mano de Bensemra viajamos de la capital de Irak a las playas argelinas, donde una mujer cubierta de pies a cabeza se tapa los ojos ante el escándalo que le supone ver a su compañera en bikini (A girl, 2003).
En otra playa, Nermine Hammam sitúa escenarios solapados donde los jóvenes adoptan poses de anuncio o de viejas glorias de celuloide, mientras las mujeres de riguroso negro apenas muestran un palmo de cuerpo, lo que no les impide bañarse y chapotear en el agua.
En esta serie, Escaton (remitiéndonos a escatología, al fin del mundo), capas culturales y capas de historia conforman confusos estratos mezclando pasado, presente y ficción, de modo similar a como en Unfolding la artista egipcia mezcla brutalidad policial en las calles de El Cairo con tigres y leones campando en antiguas estampas japonesas. De la Primavera Árabe al Estado de Terror.
Sin abandonar El Cairo, acompañamos a Amal Kenawy abriéndose paso entre la muchedumbre y el tráfico como “pastora” de su “rebaño de hombres”: Silence of the lambs (2009) abrió encendidos debates en plena calle, reacción prevista por Amal y que daba sentido pleno al performance. Transeúntes indignados al ver a aquellos jornaleros desplazarse a cuatro patas, conducidos por una mujer. ¿Esto es arte? Preguntaban. Una acción que no precisa de explicaciones, que habla por sí misma de la sumisión acrítica a normas e imposiciones injustas.
Insumiso ejemplar fue Matoub Lounes, el cantante bereber que luchó contra el colonialismo cultural desatendiendo una y otra vez las amenazas de muerte. Nadia Benchallal nos trae el recuerdo de este mártir argelino.
Cuando caciques y empresarios coligan esfuerzos, cuando al fundamentalismo islámico se suma la propaganda consumista nacen engendros como la muñeca Fulla, la buena mujer musulmana (contra-imagen de barbie). Diana El Jeiroudi nos muestra el grado de fascinación que despierta esta muñeca que se cuela en los hogares sirios (Dolls, a woman from Damascus 2007) desde la pantalla del televisor.
El condicionamiento religioso se filtra en el dormitorio de recién casada, nos da a entender Ghada Amer (Private Room, 1998) cuando cose textos del Corán referentes a la mujer en bolsas para guardar ropa y demás elementos del vestidor. Pero esos textos están traducidos al francés, y de algún modo también nos habla de la brecha cultural, de los malentendidos que producen la traducción literal.
Anna Adell
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En Rebeldía. Narraciones femeninas en el mundo árabe
IVAM Valencia
Comisario: Juan Vicente Aliaga
hasta el 28 de enero de 2018
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