Los códices precolombinos informan de cosmogonías preñadas de crueldad y erotismo, magia y transformismo. Las primeras interpretaciones de tales pictogramas, completamente sesgadas, nos llegaron de las huestes de conquistadores hispánicos, escandalizados con tanta divinidad polisexual y culto fálico.
En las culturas maya y huasteca, deidades vinculadas a la sexualidad como Ixchel y Tlazolteotl eran hermafroditas. La segunda incitaba a la lujuria y la embriaguez pero era matrona de las parturientas, sanadora, diosa madre y lunar. A menudo se la representaba defecando para simbolizar el proceso de limpieza interior.
No sorprende que la mexicana Rurru Mipanochia tenga a Tlazolteotl en el eslabón más alto de su propio panteón. Rurru se inspira en antiguos códices nahuas para reescribir el presente de la erótica tal como desearía que fuera leída por arqueólogos del futuro. Eso sí, un codex subjetivo, narrado en primera persona, experimentado desde el ardor de su propia panocha.
En sus ilustraciones retoma el simbolismo cromático que mayas y aztecas otorgaron al turquesa (jade) y el amarillo (maíz), el polimorfismo que desplegaron en viñetas sobre las vicisitudes de jaguares sagrados, raptos, sacerdotes bailando con pieles de jóvenes desolladas, semen engendrador de murciélagos, vulvas transformadas en flores… Rurru recupera la carga transgresora de aquellas identidades escurridizas, metamórficas, quiméricas… para reivindicar la apertura del placer hacia gustos no normativos, cuerpos no canónicos, sexualidades no regladas.
Así, personajes con tocados de plumas, cabezas de jaguar o de canes Xolotl calzan zapatos de plataforma, llevan pantis de fantasía sujetas a ligueros y bajo sus minifaldas asoman arneses sexuales. En ocasiones van provistos de extensiones ortopédicas, con lo que la artista da visibilidad a parafilias como la atracción hacia discapacitados motrices, que a la vez alude al recurso pictórico mesoamericano de asociar la deformidad corporal con la transgresión sexual. Las representaciones del perro Xolotl como ser tullido o con alguna extremidad torcida responde a su desviación de ciertas normas en el ámbito sexual, de acuerdo con estudios antropológicos recientes.
Rurru rescata esa función liberadora de la transgresión ritual a través de la figura del monstruo y de lo que escapa a preceptos dicotómicos: travestismo, bestialismo, homosexualidad… También reactualiza el sentido ambivalente que los fluidos corporales tenían para aquellas culturas, el poder mágico otorgado a la menstruación y las secreciones sexuales (simientes de vida y presagios de muerte). La existencia de una diosa de las inmundicias que es a la vez diosa del amor da cuenta de la aceptación de los confusos límites de la identidad, de sus desparrame viscoso, placentero y perturbador. Es decir, de la plena aceptación de lo que la modernidad denostó como perverso, abyecto.
Como sus progenitoras Xochiquetzal y Tlazolteotl, las mujeres caracterizas por Rurru con sinuosas melenas y piercings en los pezones, son también voluptuosas y guerreras. Disfrutan de sabios cunnilinguis practicados por serpientes emplumadas, mientras que los descendientes de Quetzacoal derraman su semen en copones sacros. Onanismo o rito orgiástico, fecundidad telúrica y satisfacción carnal, todo cabe cuando el placer es visto como don divino y savia vital.
Anna Adell
Próxima exposición individual: Recyclart, Gallery 21, Bruselas, 26 mayo – 19 junio