La etimología revela las divergencias entre los parámetros morales contemporáneos respecto los de la época clásica. Pascal Quignard, en El sexo y el espanto, brinda buenos ejemplos de cómo el vocablo castitas tenía más que ver con la “integridad de casta” que con ningún tipo de pureza virginal. Asimismo, virtus se refería al vigor viril, al poder del hombre libre o vir frente al servus.
Los romanos estaban obsesionados con la potencia viril, de ahí que el falo (Fascinus) fuera el icono más reproducido, a modo de amuleto o divinidad priápica. El Príapo griego se asimiló en Roma a Mutuno Tutuno, dios fálico sobre el que se hincaban las recién desposadas en el templo de las vestales.
Durante las fiestas de fertilidad romanas era costumbre la procesión de un fascinus gigante mientras se recitaban versos obscenos, los llamados cantos fesceninos. El lenguaje que sale como torrente sin dar tiempo a mentir, grosero y soez, violento y lascivo, aleja el mal de ojo. La risa sarcástica conjuraba la potencia sexual, la fecundidad de las tierras, la victoria bélica.
Inicialmente los versos fesceninos eran insultos sexuales que chicos y chicas se lanzaban mutuamente. El disfraz y la inversión de rangos era propio de este tipo de farsas: en las saturae los hombres se disfrazaban de macho cabrío y se ataban un olisbos (consolador) en la cintura, o se vestían de lobos y se flagelaban; en las matronalias las matronas se convertían en siervas.
Quignard descubre un paralelismo entre estos ludibrium romanos y la Pasión de Cristo: la exhibición pública, la obscenidad sarcástica de la corona de espinas y de su desnudez mancillada… Cuenta el historiador que cuando los jesuitas trataban de evangelizar a los chinos del siglo XVII estos se reían de tan cómica escena.
Pero para los devotos cristianos la Crucifixión no tenía ni puñetera gracia, y fue precisamente para disipar el terror delirante del via crucis que los sacerdotes incitaron entre sus feligreses otro tipo de risa, el risus paschalis. A esta práctica ritual dedicó la antropóloga Maria Caterina Jacobelli su estudio destinado a encontrar un fundamento teológico al placer sexual.
Jacobelli siguió el rastro de una costumbre secular (que se extendió hasta la Edad Moderna) practicada sobre todo en la geografía germánica: en las misas de Pascua de Resurrección, a fin de aligerar la penitencia de la Cuaresma, el cura hacía reír a los fieles soltando chistes verdes, escenificando desde el púlpito groseras pantomimas eróticas e, incluso, mostrando sus órganos genitales.
Capiteles y ménsulas de iglesias románicas, como la cántabra colegiata de San Pedro de Cervatos, dejan constancia de tiempos más laxos, en los que la fe no condenaba al cuerpo al averno sino que invocaba su graciosa voluptuosidad para celebrar la resurrección, los ritos de fecundidad y, en definitiva, el tránsito sin solución de continuidad entre el placer mundano y el gozo celestial.
Nos adentramos así en el terreno de la risa erótica y sagrada, en el punto de encuentro de la Sara Bíblica y Baubo, de la nonagenaria madre de Isaac (“El que hacer reír”) y la sacerdotisa a la que la mitología griega dotó de un rostro púbico para divertir a Demeter.
La Biblia no está exenta de humor, y a menudo son los personajes femeninos los más rebeldes, como el de la incrédula Sara cuando recibe la noticia de su concepción: “¿acaso voy a conocer el placer ahora que estoy consumida y mi esposo es tan viejo?“. Se burla de la bizarra idea de ese Mago (así llama a Dios) que ni siquiera osa hablar con ella si no es por mediación de Abraham.
El aspecto físico de Baubo (su artífice casi podría considerarse el primer surrealista de la Historia), grotesco y divertido, monstruoso e irrisorio, propició que se reiniciaran los ciclos estacionales.
Cuenta la leyenda que esta anciana regordeta vestía un peplos cuando se encontró a Demeter, quien erraba triste por haberle sido arrebatada su hija Perséfone por el Hades. Se levantó el peplos ante la diosa de la agricultura y ésta no pudo menos que reír ante el espectáculo de su rostro-vulva danzante.
Esta deidad vulvar venía a ser el equivalente femenino de Priapo, pero el pudor misógeno de los siglos venideros fue relegándola al olvido.
La ilustradora Laia Arqueros ha rescatado a Baubo en reiteradas ocasiones, haciéndola capitanear su navío de féminas aventureras (Desembarco en la Rive Gauche), encaramándola en su cerda negra (versión particular, en cerámica, del jabalí sobre el que cabalgaba la diosa), o mimetizándose con ella en el gesto de levantarse la falda; dado que el deseo y la sexualidad femenina, su naturaleza indómita, es un aspecto medular de sus reflexiones.
Asociada al carácter purificador de la risa erótica, la anciana cuya actitud desinhibida descarga la libido femenina y renueva la alegría de vivir, la fertilidad y el goce de la carne, era conmemorada en los ritos eleusinos (en honor a Demeter) mediante el recital de obscenidades y el sacrificio de cerdos.
Baubo también se evocaba en las Tesmoforias, otro culto a Demeter al que solo podían acudir mujeres, y en el que la exhibición de vulvas formaba parte del ritual. Arqueros ha rememorado también estos conciliábulos femeninos, rebosantes de sensualidad y misterio.
Retazos de leyendas mediterráneas y cuentos granadinos que espolearon su imaginación siendo niña se nutren entre sí para producir breves narraciones en las que se mezclan biografía y mito.
Su lenguaje plástico, de línea estilizada, trazo simplificado y discreta gama cromática, se emparenta con el de los frescos etruscos y los vasos griegos, devolviéndonos a un origen desde el que todo puede ser reinventado.
Es curioso que el sintoísmo narra una historia paralela a la de Baubo: cuando la diosa del Sol Amaterasu se encerró en una cueva porque su hermano había arrasado los campos con tormentas e inundaciones, la única que logró sacarla del agujero y devolver la luz al mundo fue Ame-no-Uzume gracias a las carcajadas que arrancó a los presentes con su baile erótico, cuando con el frenético contoneo se le abrió la túnica mostrándose su desnudez.
Baubo y Uzume encarnan el poder de persuasión de la danza erótica y la alegría obscena que transgrede la solemnidad sagrada.
De transgresiones rituales también sabían mucho los precolombinos, en cuyos códices Rurru Mipanochia se inspira para explayarse en una sexualidad polimorfa entre seres quiméricos, donde aguerridas féminas dotadas de arneses sexuales y máscaras transforman los cultos fálicos y sacrificiales de antaño en limbos de placer desprovistos de tabúes.
Rurru, en cada nueva saga, va ampliando su panteón, invitando a sus orgías pangenéricas deidades aztecas y nahuas en las que lo femenino, lo masculino y lo zoomorfo conviven, se confunden y alternan en festines lujuriantes.
El sustrato mítico adquiere en la obra de Stefan Rinck un tono más siniestro y pesimista, pero exorciza mediante el humor la escisión contemporánea entre la vida y la muerte, en cuya continuidad cíclica cifraban nuestros ancestros el sentido de la existencia.
Poco le queda de talismán sagrado a su Príapo post-mortem de arenisca, que reduce los amuletos itifálicos de las civilizaciones antiguas a ridículos esqueletos con falo erecto, cuyo simbolismo regenerador y victorioso queda anulado por su propia condición descarnada.
Volviendo al ejercicio etimológico con el que iniciamos el texto, parece ser que los antiguos griegos acuñaron la palabra “obscenidad” para referirse a lo que ocurre ob skena en la representación teatral, lo que no se puede mostrar pero tampoco obviar (básicamente, escenas de violencia y sexo), lo que en el cine se llamaría fuera de campo.
El arte se ha interesado en mostrar lo que ocurre entre bambalinas, en colarse en los intersticios de la moral, desvelar el tabú, reírse del falso pudor… Decía el fotógrafo Erwin Olaf que retratar mujeres maduras auto-parodiándose en poses de pin-up fue liberador y divertido. Al conjugar erotismo y vejez de modo desinhibido Olaf mostraba lo que normalmente queda off escena. El grado de enfermedad social puede medirse por el sonrojo interior que sentimos ante estas imágenes naturales, sanas y, si ustedes quieren, obscenas.
Anna Adell
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Exposición individual de Rurru Mipanochia
Xochiquetzal: erotismo y procreación
en Art Space Mexico (Ciudad de México), hasta 31 Marzo
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