De entre todas las criaturas vivientes solo la especie humana es libre y excéntrica, a decir de Pico della Mirandola, pues su libertad le permite elevarse hasta las esferas supracelestes y a la vez hundirse en su fangosa podredumbre.
Su colega Marsilio Ficino fundaba en Eros, el amor, el principio integrador entre la materia y el espíritu, entre lo inteligible y los órdenes invisibles que moran más allá del mundo astral. Porque el anhelo de belleza, el desiderio di bellezza, cataliza a través del arte la transmutación de lo material en claritas o baño de luz divina.
Botticelli plasmó plásticamente su adhesión al neoplatonismo de sus coetáneos, sobre todo en El Nacimiento de Venus y en La Primavera, que Eugenio Trías interpreta (en Lo bello y lo siniestro) como un díptico del amor profano y el amor sagrado.
Sospechamos que Adrián Pino Olivera, libre y excéntrico como el que más, si hubiera nacido en época renacentista sería también adepto a los metafísicos florentinos que trataban de frenar el irrefrenable avance del racionalismo cientifista.
Su desiderio di bellezza lo dejó claro en un performance cuyo jugo mediático supo aprovechar para criticar la sed de carne y tabú (retomamos sus palabras) de la prensa: entró en la Galleria degli Uffizi (Florencia, 22-03-2014) y se desnudó ante el El nacimiento de Venus de Botticelli, se postró y le lanzó pétalos de rosa con su mano teñida de rojo, color (sangre, pasión) que en sus acciones poéticas posteriores se sigue cargando de simbolismo.
P- Adrián, la Venus de Botticelli te impresionó desde niño, quizás porque intuías ya ese trasfondo siniestro que el arte (nos dice Trías) revela sin mostrarlo. La escena omite al tiempo que evoca la guadaña con la que Cronos castró a Urano, de cuyo semen transformado en espuma marina nace Afrodita. Reivindicas a menudo ese estado limítrofe entre lo bello y lo siniestro. ¿Crees que el arte está perdiendo esa capacidad reveladora? Porque a menudo, o se mantiene en una belleza superficial o se regodea en lo siniestro, con lo que pierde su valor estético.
Completamente de acuerdo con esta última afirmación. Vivimos en un tiempo en el que, desde mi punto de vista, el arte se ha desprendido del misterio, de la poética que envolvía esos cuadros del Renacimiento que desde niño he amado. Por un lado, está el arte digital que completamente alejado de lo material (piedra, pintura, madera…) se genera a través de vectores, cifras, y termina siendo un producto frío, hiperrealista, cuyas superficie lustrosa, brillante y perfecta difícilmente puede compararse al efecto sensorial que desprende el oficio de un artesano. Ese arte ha perdido la conexión emocional y su único objetivo es producir fantasías que por su surrealidad formal impresionen al espectador, algo, por otra parte, muy propio de esta época de banalidad en la que la estética ha sustituido al contenido. Y por otra parte, hay una serie de manifestaciones artísticas que basan su fuerza en el grito, el vómito, la destrucción, recursos que yo personalmente he usado (y abusado) a lo largo de estos tres años que llevo como performer.
Para mi tuvieron una función profundamente catalizadora, pero visto con perspectiva, creo que ese grito siniestro, sucio, ya ha perdido su fuerza. Primero porque recuerda a acciones ya realizadas en los 70 u 80 y genera una sensación de deja vu constante; después, porque la violencia para mi ya no es una opción.
Mi opinión es que el Arte hoy debe seguir luchando contra las estructuras represivas pero apelando más que nunca a la belleza. El mundo está necesitado de un Nuevo Renacimiento que apele a lo emocional, lo sensorial, lo erótico, lo ligero y lo bello, porque ha llegado el momento de dar respuesta al vacío y el dolor que genera el capitalismo y no podemos conformarnos con evadirnos en fantasías digitales ni tampoco con gritar y romper sin proponer nada.
P- El mismo día, tres años después (22-03-2017), irrumpes en el Louvre: aprovechando el efecto escénico de la escalinata ante la Victoria de Samotracia, te plantas ante la estatua moviendo los brazos para emular las alas al tiempo que escondes los genitales entre las piernas. Si el de Venus fue un culto a la Belleza (entendida como categoría metafísica), esta última acción podría interpretarse como anhelo de libertad y justicia (Niké era diosa conciliadora), al tiempo que invocas la indeterminación genérica de los ángeles para reclamar la polivalencia del ser?
La acción en el Louvre era para mi precisamente un punto 0, en mi obra y en relación a lo que he comentado antes. Tras un viaje artístico y personal de tres años, sentí que ya había vomitado mucho, que ya me había regocijado lo suficiente en el lado oscuro de mi ser y de mi Arte. He dedicado muchas acciones a mostrar cómo esta sociedad es una auténtica porquería y está sustentada en los valores más tóxicos que uno puede imaginar. Ahora he creído necesario hacer tabula rasa y empezar de nuevo, para evocar de manera decidida ese Otro Mundo que he dejado intuir en todas mis performances pero que ya no puede ser solo un guiño sino un manifiesto total.
En el Louvre quise plasmar la necesidad de abandonar ya la condición de hombre occidental para ascender a una nueva condición divina, etérea, femenina, donde el ser se entrega por completo a lo espiritual. Y la acción lo describe perfectamente: dejo atrás lo material (simbolizado por la ropa) y a través de la escalinata asciendo a lo sublime, lo divino, donde mi cuerpo experimenta una metamorfosis y deviene ángel. Ese es el camino que siento debe hacer la Humanidad para llevar a cabo una evolución real que no se concrete solo en una evolución tecnológica y material. Hay que dinamitar por completo el mundo que conocemos y quedarnos desnudos para empezar de cero.
P- De hecho, el polimorfismo, la metamorfosis, la condición anfibia como identidad fluctuante, siempre entre dos aguas, está muy presente en tus performances: desde el ciclo de las Mitomorfosis (2014), pasando por distintos alter egos (Ofelia, Lola…), hasta la paródica Sirenas y sardinas (2017). En el fondo, ¿no vienen a lamentar todas ellas el fatídico tránsito del Mito al Logo del que a veces hablas?
Exacto, ese tránsito de lo mitológico al conocimiento científico para mi representa una verdadera desgracia. Mi obsesión es regresar a esa dimensión del mito donde todo es eros, cuerpo, símbolo y drama. Porque siento que es ahí y sólo ahí donde reside la verdad de las cosas. Siempre que hablo sobre esto me remito al mito de Apolo y Jacinto: el dios amaba a ese muchacho, pero como el viento Céfiro estaba celoso, desvió el disco con el que estaban jugando, golpeó la cabeza del joven y lo terminó matando, de modo que Apolo se quedó sin amante.
La reacción de Céfiro, matando a Jacinto porque no puede poseerlo me parece preciosa, porque es auténtica, es pasional, es sincera. En estos tiempos nuestros de hipercorrección y educación forzadas, echo de menos esos momentos viscerales, esos momentos de desbordamiento, donde la emoción no se puede contener. El mito no es más que esa voz nuestra del inconsciente que desea y odia de manera extrema, que no se anda con rodeos.
Podemos frenarla con el consciente racional pero siempre estará ahí. Toda la civilización se ha basado en contener y reprimir esa voz para mantener el Orden. El problema es que al reprimirla la vuelve más grande y ese es el principal motivo por el que el sistema no funciona y la gente está insatisfecha: porque no se escuchan sus verdaderos deseos y el Eros es algo que solo se puede experimentar en secreto. Los dioses de los mitos no se andaban con tonterías: amaban y mataban. Quizás su mundo era más caótico pero era mucho más poético y auténtico que el nuestro. Con mi arte busco desesperadamente volver a ese pasado mítico.
P- Siguiendo con el rosario de reencarnaciones que escenificas, lisérgicas son las fusiones entre estrellas del pop y Jesucristo, o entre la puta y la guarra encarnada en una especie de María Magdalena bajo cuya túnica blanca exhibe lencería roja. ¿Todos ellos mártires del sistema?
Esas figuras cristianas me interesan precisamente, porque son estandartes de ese mundo de Orden y Perfección. El peso de llevar encima esa responsabilidad solo puede llevar adscrita un deseo de pecado igual de grande. Quizás ahí imprimo parte de mi experiencia vital: la presión por ser un chico perfecto en mi infancia y adolescencia me generó tal ansiedad que busqué vías de escapatoria y el arte, particularmente el teatro, fue la principal.
Por otra parte, la relación de esas figuras con el pop radica en dos cosas: primero, el sentido de iconos de la sociedad capitalista, ya que al final del día María y Britney Spears son lo mismo; dos mujeres envueltas en un aura y adoradas por la masa. Después, está el precio que se paga por esa divinidad y que en la mayoría de las estrellas pop termina en un martirio persecutorio por parte de los paparazis del que solo pueden escapar matándose.
En este sentido, la figura de Britney Spears me ha marcado mucho desde pequeño ya que la veo como la viva imagen de una mártir contemporánea, hija de un sistema que se lo da todo y luego se lo arrebata todo. Una Jesucrista llevada a la cruz y luego resucitada para seguir explotándola comercialmente en un bucle de insatisfacción constante.
P- De esta guisa (con velo y sostenes) se te ha visto bailando entre embutidos y carne envasada en algún supermercado de Barcelona. La parodia de la cosificación del cuerpo femenino es evidente, y en general la crítica al heteropatriarcado despunta claramente en tus propuestas. Hablas de feminizar el mundo. ¿Cómo hacerlo?
Para mí la feminización del mundo empieza por la completa destrucción de la civilización, sin excusas. El mundo que conocemos es solo un espacio de dolor y frustración, y resulta urgente un regreso a la Naturaleza. Hace pocos días vi la película Capitán Fantastic, con Viggo Mortensen: a ese tipo de sociedades me refiero, individuos que han entendido que antes que ellos había la Selva y que no pueden explotarla, sino integrarse y venerarla. Hay algo que me genera mucho placer y es cuando hay desastres naturales y observo en los telediarios como el Planeta nos recuerda que es Ella quien tiene el poder, que nosotros solo somos unas hormiguitas habitándolo y que puede terminar con nosotros cuando le apetezca. La Naturaleza recordándonos que es ella la que Reina.
Otra imagen recurrente respecto a ese mundo femenino es el Jardín de las Delicias del Bosco: esa es exactamente mi visión del Nuevo Mundo, todos desnudos en espacios naturales, comunicándonos a través del cuerpo, en una suerte de orgasmo eterno. Me molesta cuando la gente dice que eso es una Utopía: me parece una mera excusa para no llevar a cabo algo que sería hermoso y sincero, que nos obligaría a rechazar muchas cosas, pero cosas que no son necesarias en la consecución de una evolución real y profunda del alma humana. Así que la feminización del mundo para mí empieza en una nueva veneración de la Naturaleza, en un regreso a Pangea. Regresar a La Madre y ser Uno con ella.
P- Junto a lo que llamas microperformances insurrectas perpetradas en el corazón urbano (museos, tiendas de ropa, sedes del PP…), el extrarradio es escenario de otro tipo de acciones, donde da la impresión que lo apocalíptico se mezcla paradójicamente con cierta promesa de redención (vías del tren, carreteras suburbanas, arqueología industrial… y el mar…)
El Mar es el Uno, siempre regreso ahí porque de ahí surgimos. Paradójicamente mi nombre, Adrián, significa el que viene del mar. Y ahí es donde ahora siento que debo apuntar toda la artillería performántica. En el sentido de Origen. Es decir, las acciones insurrectas en el corazón Barcelona ya se me hacen infantiles, son como pataletas contra el Padre Capitalista que detesto y al que provoco, pero frente al que no me rebelo sinceramente planteando ese otro mundo.
Ahora a través de mi cuerpo quiero hacer una llamada a esa otra dimensión. Quiero plasmarla, y volver a ese tiempo del mito en el que solo había hombre, paisaje. Y drama. Mis acciones frente a Venus y Niké son una invocación de la belleza mítica, del canto de Orfeo. Dos performances rituales con las que estoy gritando en silencio que anhelo una belleza, un amor, que no encuentro en este mundo. Por eso cada cierto tiempo me alejo de la urbe y voy a sus periferias: es como adentrarme en ese silencio primigenio, ancestral. Un silencio desde donde empezar de nuevo. Un mundo femenino y ligero.
Anna Adell