La noche sexual de cada uno corresponde a aquella escena primera que nos está vedado conocer pero a la que debemos la existencia, y cuyo secreto no dejaremos de sondear de modo inconsciente.
De ahí que detrás de toda imagen busquemos siempre otra imagen subyacente, nos dice Pascal Quignard, quien ha hecho de esta búsqueda el leitmotiv de su travesía ensayística, rastreando las nupcias culturales entre el sexo y el espanto, entre el Sueño y el Rapto (en el amor, en la muerte), entre las cuevas paleolíticas y la noche uterina.
Oriol Vilapuig toma también la vela para iluminar sin deslumbrar las imágenes engendradas en la noche cavernosa, o admirar los frescos románicos de bóvedas mohosas.
Exégeta de la mística erótica más oscura (Bataille, Klossowski, el propio Quignard), profana con ellos la falsa integridad de los cuerpos, mostrando sus fisuras, desgarros, disoluciones.
Su gramática la conforma el fragmento, la cita, la copia de la copia, el simulacro como único modo de vislumbrar algo de verdad (a decir de Klossowski).
Como cuidadoso calígrafo reescribe frases de Las lágrimas de Eros o párrafos de El erotismo de Bataille, de La noche sexual de Quignard o El baño de Diana de Klossowski…, las sobredimensiona hasta el punto de que las palabras adquieren calidad plástica, al tiempo que las acompaña de dibujos propios que más que ilustrar complejizan y enriquecen la lectura. Tachones y borraduras ocasionales erosionan texto e imagen, quedando así desmenuzadas las fuentes.
En estas veladuras, oscurecimientos o eclipses reside el ejercicio metafórico de desvelamiento. Como si en el gesto de rascar o rayar se revelaran los surcos ocultos de la matriz del conocimiento.
Porque para sentir el rapto nocturno hay que oscurecer los contornos, empañar el lenguaje, sumirse en la noche previa a la memoria y restituir los misterios. Así, el eclipse lunar preside el inventario anárquico de sueños orgásmicos, arrebatos místicos, engendramientos primigenios, que Vilapuig recupera y recompone como cartografía mental: desde la unión cósmica entre la bóveda celeste y la tierra fecundante, Geb y Nut, hasta la hierofanía fálica que acosa a Leda o la teofanía mortífera sufrida por Acteón.
El trazo silueteado de Vilapuig parece expresar aquella “ruptura de crisálida” con la que Bataille describía el desgarro interior en la experiencia erótica. Pero la embriaguez del Sueño (Hypnos) interfiere en la pugna entre Eros y Tanatos, apaciguando el pavor que despierta la cercanía de la noche eterna (así llama Quignard a la muerte).
Fabular el mundo, escenificar una y otra vez la imagen prohibida, aunque nos abisme en la noche eterna, acucia al artista, al filósofo, al literato: Klossowski desnudará una y otra vez a la casta Diana ante los ojos fascinados de Acteón; Bataille cifrará el origen del erotismo en el dibujo paleolítico del hombre de pene erecto que fenece ante el bisonte, y Vilapuig hilará las visiones nocturnas de unos y otros haciéndolas dialogar con las suyas propias, invitándonos a ver cómo es nuestra propia noche por dentro.
Anna Adell
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La nit sexual, Oriol Vilapuig
exposición individual en la Fundació Suñol, Barcelona
hasta el 02.09.2017
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