Andy Warhol quería ser una máquina, desvincular el quehacer artístico del pulso humano, eliminar la pincelada. Alejandro Bombín quiere humanizar la máquina, recuperar el gesto, el margen de error. Entre uno y otro aconteció la revolución digital que nos convirtió a todos en productores masivos de imágenes, cumpliéndose el sueño del portavoz del pop art.
Llegados a este punto de utopía (o distopía) democratizadora, en el que nos asalta un torbellino infinito de imágenes sin remitente ni destinatario, se evidencia que la capacidad contemplativa se ha esfumado. Bombín nos obliga a recuperar la facultad de observación, que tiende a mermar con el uso irreflexivo de las tecnologías comunicacionales. Pues toda prótesis es también amputación, como bien decía McLuhan.
Alejandro se sirve del escáner para “traducir” códigos lingüísticos: de la foto analógica a la imagen sintética, o imprimiendo la digital para después devolverla modificada al flujo electrónico, siendo su proceso puramente pictórico, artesanal. Recorta la imagen escaneada a tiras horizontales emulando el modo en que se divide y recompone para pasar de un canal a otro, y la reproduce meticulosamente haciendo visibles tanto esas franjas como las distorsiones de forma y color producidas durante el escaneado.
- El canal nunca es neutro, sea tecnológico o humano. Cuando afirmas yo soy un canal me parece escuchar el eco del conocido aforismo de Marshall McLuhan: el medio es el mensaje, con el que este filósofo nos instaba a tomar conciencia de la forma en que se transmite la información a fin de entender los cambios sociales que conlleva cada revolución tecnológica.
La mediación se une al mensaje, modificando su efecto. En realidad, todos somos canales, transmitiendo automáticamente nuestra herencia educacional, sociocultural, perpetuando el pasado en el presente con precisión. A través de mis procesos intento que las características propias de la pintura sean el mensaje. Su dignidad, su carácter sanitario y presencial, su valor reflexivo y sensibilizador.
- “Viviseccionas” el medio tecnológico para que nos interroguemos sobre cómo percibimos, cómo aprendemos… Paralelamente, ofreces una especie de estudio sociológico que nos lega un testimonio sobre cómo queremos ser recordados en la era de la saturación social. ¿Cual es tu diagnóstico de esta época en que acabamos siendo pastiches o sucedáneos unos de otros?
Parece que en la actualidad es el desconocimiento de los referentes lo que hace la obra novedosa. Lo cierto es que todo producto es referencial. El Arte se apoya en Arte. Casi podemos mirar una pieza de Arte contemporáneo en una galería y decir: 20% Koons 45% Duchamp y 35% Boguereau, negándole al artista una verdadera contribución. Yo aplico a mi trabajo una dimensión anti creativa, de selección y apropiación, que busca encarnar este paradigma de confusión y superpoblación artística.
Mi diagnóstico es que vivimos una época dual, marcada por la sobreinformación, que produce un efecto de indefensión cognitiva. Esto favorece la repetición, perpetuadora de lo establecido: la errónea consideración del ser humano como fin en sí mismo. En contraposición, las tecnologías sociales permiten la conexión en la distancia de personas más sensibles, divergentes, lo que favorece la adopción progresiva de mejores ideales éticos. Seremos recordados como consumidores aturdidos o como aquellos que aprovecharon las nuevas herramientas para afrontar los problemas globales.
- Durante la modernidad, mientras duró la confianza en el progreso, hubo el deseo de suprimir el pasado. En cambio, siento que tú patentizas el viraje nostálgico que sacude el presente, aunque sea para ironizar sobre ideales fallidos acerca del alcance del cientificismo y el optimismo tecnológico.
Si recalco esos ya viejos ideales es porque me temo que seguimos atascados en ellos. Pero mi nostalgia es fingida, no añoro un pasado que no he vivido. Por eso utilizo imágenes que parezcan reconfortantes pero que encierran cierta perturbación. Al mostrarla con detención se rompe la idealización y empezamos a observar la nostalgia como un disfrute engañoso y triste, inútil.
En realidad, lo que me atrae verdaderamente de la imagen pasada es su transformación, su aspecto presente, en el que apreciamos una alteración física y semántica.
- Oscar Wilde vaticinó para el arte lo que en el futuro pasaría con la cultura visual: los impresionistas, decía, han cambiado la forma en que miramos la naturaleza, hasta el punto que ésta ha dejado de existir por sí misma. ¿Podemos seguir celebrando el artificio como hacía Wilde ahora que ya ha usurpado del todo la realidad?
El sueño de Warhol no es el mío, desde luego. Podemos seguir celebrando el artificio honesto y reposado, a fin de desengancharnos un poco del exhibicionismo continuo y mediocrizante. Quizá así podamos sensibilizarnos, utilizando el auge tecnológico para minimizar nuestro impacto negativo, no como alimento de la euforia antropocéntrica. Porque la naturaleza, aunque intentemos deformarla a nuestra imagen y semejanza, existe por sí misma. Y el Arte es sólo su simulacro.
- La fotografía y los medios audiovisuales no sólo modelan nuestra mirada sino que también construyen nuestros recuerdos. Pero también los destruyen, parece decirnos tu pintura cuando rescata lo que algún día fue noticia y ahora ya nada comunica. ¿La celeridad informativa nos hace olvidadizos?
La memoria tiende a la mezcolanza, es un mecanismo creativo. La precisión de la imagen mental respecto a lo percibido es frágil. Si recurrimos a ella, construimos y destruimos, la intervenimos y le damos nuestra impronta. Creo que la celeridad nos impide utilizar la memoria de forma constructiva. Recrear la noticia, jerarquizar la información y hacerla nuestra.
- ¿Qué proyectos tienes en curso?
Estoy metido en un par de proyectos sobre la copia en relación a la escultura y pintura clásicas. Para uno utilizo lo que queda de un libro de bustos romanos, que ha sido materia prima para los estupendos collages de Pablo Milicua. Para el otro me valgo de la pintura reproducida en gigapixel.
Entrevista a cargo de Anna Adell