En l’heure bleue los animales nocturnos ya se fueron a dormir y los diurnos aún no despertaron. El entomólogo Jean-Henri Fabre hablaba de esta hora mágica como momento privilegiado para observar la naturaleza en calma, previo al desfilar de escarabajos acorazados y otros aguerridos insectos sobre los que fabulaba como si de etnias exóticas se tratara.
Durante la hora crepuscular las formas se desdibujan, nada permanece, las sombras avanzan. El pensamiento fluye y mira hacia dentro. Es un tiempo de bisagra, un estado liminar: entre lo visible y lo invisible, la vida y la muerte, la conciencia y el inconsciente, el día y la noche.
Todo está en aparente calma cuando Irene Cruz sale con su cámara a captar ese añil extraño que tiñe los bosques.
. . En tus fotografías los cuerpos se bañan en la luz del ocaso. Creo que para ti ese momento tiene que ver con la intuición de un tiempo cíclico, del eterno retorno, intuición ancestral pero perdida salvo cuando logramos vaciarnos de nosotros mismos para llenarnos de “afectos”. Decía Agustín de Hipona: mido el tiempo por la afección que en mí producen las cosas.
Estoy completamente enamorada de la luz azul del norte, esa luz tenue y tamizada que lo envuelve todo y lo llena de misterio. Por lo general, si no se dan las condiciones idóneas no hago fotografías.
Me gusta el momento que hay entre el día y la noche, el puente que conecta los límites que no existen. Un momento idóneo para la reflexión. El paisaje es emoción y no existe si no es a través de la percepción de quien lo contempla.
Es primero un acto de ver y sentir para posteriormente ser interpretado por el arte, y transmitir nuestras reflexiones a los demás. En mis series fotográficas el cuerpo transmite la atmósfera del paisaje, y el paisaje refleja los sentimientos de las figuras. Algo no revelado. Es el lugar del misterio envuelto en el inicio de la noche. Apelo a quien lo contempla, a su empatía.
. . Titulando tus series con expresiones alemanas intraducibles que refieren estados anímicos en comunión con el paisaje (Stimmung, Waldeinsamkeit…), exploras con el lenguaje visual lo que nuestro lenguaje escrito no alcanza a describir, al tiempo que actualizas nociones de la filosofía romántica: sublimidad, melancolía… Háblanos de esas nociones.
El bosque es una de las figuras artísticas más potentes de todos los tiempos: un lugar lleno de misticismos y leyendas, el símbolo del Romanticismo y una sugerente metáfora para desarrollar sistemas filosóficos. Sumergirnos en la tranquilidad del bosque es un acto primitivo que nos hace ganar conciencia del propio cuerpo y de la unidad de éste con el entorno natural.
Waldeinsamkeit sugiere una atmósfera contemplativa en medio de un entorno natural. Es uno de esos puntos de contacto entre el mundo inmaterial y el terrenal. Se refiere a una sensación muy específica, la de ser uno con el bosque, como sentimiento y como lugar físico.
Stimmung, es otra de mis palabras favoritas de la lengua alemana. Significa al mismo tiempo estado de ánimo, humor, espíritu, clima, tendencia, moral… algo que te envuelve, algo que proyectas al entorno y a la vez determina la percepción del paisaje, y en consecuencia las emociones y sentimientos que se comparten con él. Un fluir.
. . Otro título que te permite diseccionar un término complejo es “Heimat”, rico en matices: de lo geográfico o cultural a lo anímico (patria, hogar, paraíso perdido…) Tú lo ubicas en un aeropuerto abandonado, ¿ligando el sentido de pertenencia al de desarraigo?
Heimat es donde nos sentimos en casa, casa como espacio emocional, como refugio para encontrarse con lo mejor de uno mismo. Para mí Heimat remite a un espacio más interno que físico, es decir, instalado en el recuerdo y en lo más profundo de nosotros mismos. Son todas esas sensaciones que te conectan con tus memorias, con tu esencia.
El futuro es totalmente impredecible para gran parte de mi generación. El cambio en la concepción del tiempo es muy palpable. El futuro se presenta brumoso y los planes vitales dan paso al lema “nada a largo plazo”. No sabemos lo que puede pasar mañana ni donde estaremos dentro de un año. Pero la incertidumbre ha dejado de ser un miedo para introducirse de forma natural en nuestras vidas. Nuestra actitud cada vez más acepta la ambigüedad; el cambio o la inseguridad supone una prueba de carácter. La cultura moderna del riesgo se caracteriza en que no moverse es sinónimo de fracaso, y la estabilidad parece casi una muerte en vida.
He elegido el aeropuerto abandonado de Tempelhof ya que refleja muchos de los cambios que desde años hemos estado viviendo sin apenas ser conscientes. Me represento con alguien que forma parte de mi más profundo Heimat, de mi refugio y mi lugar pertenencia, que cada vez es menos un territorio, y más las personas importantes, que de alguna manera son parte de nosotros: nuestra familia, las personas que al final siguen ahí y demuestran un profundo vínculo contigo, es desarraigo territorial, pero arraigo emocional.
. . La ruina, categoría estética en la que los románticos depositaban sus anhelos, se adueña ahora de norias espectrales, pabellones desconchados… Lotes baldíos, vacantes… propicios para que la mente también se vacíe, se vaya de vacaciones: vacation, vacate, vacant… En Urlaub ya jugabas hábilmente con palabras e imágenes para hablar del retiro y la ruina vallada.
Es necesario saber vaciarse para volver a llenarse de uno mismo, para recuperarse. Una vez más, retomo más el concepto que vertebra mi obra, la vuelta a la naturaleza.
El antiguo parque de atracciones Spreepark (Berlín), ahora en ruinas, representa esta misma idea en revisión del romanticismo alemán del siglo XVIII traído al siglo XX-XXI, los nuevos restos del pasado más reciente, los terrenos privados que pertenecen a unos pocos y permanecen abandonados, pero sólo son vistos como chatarra y objeto de especulación…
A mí estos lugares me parecen tremendamente inspiradores a la hora de alejarme de la ciudad y reencontrarme conmigo misma, en la ruina sigo depositando mis anhelos y deseos al igual que hacían los antepasados románticos.
. . En la recién inaugurada exposición “Drowning in blue” introduces el tema de la contaminación del plástico pero sin catastrofismo. Siguiendo con tus temas (tiempo, naturaleza, cuerpo), tu visión cíclica del tiempo te lleva a imaginar una especie de involución uterina, el plástico recuerda una placenta, el mar líquido amniótico, la naturaleza capaz de regenerarse… La especie humana sucumbe, se ahoga… ¿y renace?
Me cuesta y me asusta enfocar este tema de una manera catastrofista. Para mí aún existe esperanza en cuanto a la concienciación de la sociedad en lo que respecta a los residuos contaminantes.
Por lo general el ser humano solo cambia y evoluciona realmente cuando una gran crisis nos acecha, y sin duda, ésta está dejando de ser invisible y silenciosa para convertirse en nuestro propio ahogo y el de los seres a los que hemos dominado y subyugado a nuestro absurdo bienestar. Debemos hacer algo por nuestro planeta, aún me gusta pensar que no es demasiado tarde. Debemos aprender a hacer más por prevenir que curar.
Entrevista a cargo de Anna Adell
Irene Cruz, Drowning in blue
Comisariada por Andrea Perissinotto
se puede visitar en la Galería Theredoom, Madrid
hasta el 17/03/2018
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Estupenda exposición. Fotografías de aguas “gélidas”, llenas de luz del Norte…