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Lorenza Böttner: caída, vuelo y salto al vacío

Ocurrió regresando de la escuela, por el camino tantas veces recorrido. Pasaba por debajo de un poste cuando vio caer una pluma de pájaro, y antes de que ésta tocara el suelo Ernst ya había trepado a lo más alto, en busca del nido. Le fascinaban las aves. Allí estaban los pichones, pero la irrupción de la madre lo asustó. Como acto reflejo se agarró a los cables para no caer y la descarga fue atroz.

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Lorenza Böttner, Sin título, 1982

Tenía 9 años. Sobrevivió, aunque sin brazos. En Chile, donde le tocó nacer, los periódicos locales pronto se harían eco del tesón de ese “muchacho ejemplar”, hijo de inmigrantes alemanes, que pintaba con la boca.

Pero esta no va a ser una historia de superación personal y adaptación a un mundo condescendiente con los “discapacitados”. Ernst, en su renacer como Lorenza, no va a conformarse con ser ni “ejemplar” ni “muchacho”, y mucho menos “minusválido”. Rechazará no sólo las prótesis que habrían de darle una apariencia “normal” son también el tipo de vida al que el sistema productivo adscribe los cuerpos “deficientes”.

El nombre se lo cambia en la escuela de arte de Kassel, donde logra ser aceptado a finales de los años 70. “¿Qué iba a ser sino artista?”, escribe Roberto Bolaño acerca de ese personaje marginal, marica y sin brazos que aparece como fugaz cameo en su Estrella distante. Bolaño se lo imagina como artista callejero, uno de tantos pintores virtuosos con la boca y los pies.

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Lorenza Böttner, Sin título, 1982, polaroid

Por supuesto pintó y actuó en la calle pero no para pedir limosna. La performatividad en el espacio público era esencial para ella, interrogar al transeúnte e interrogarse sobre las paradojas del arte y la belleza, sobre la mutabilidad del ser, sobre los cuerpos excesivos… pintando con la boca o los pies, bailando, usando el rostro como lienzo usando el rostro como lienzo y como materia moldeable.

Cuando se inauguró la Documenta 7 de Kassel, siendo Lorenza estudiante, se instaló con sus bártulos a las puerta de la gran exposición, celebrando su propio evento alternativo. Su vida sería una contra-feria, un contra-acto, un anti-arte, una cara b del arte que acabaría poniendo en evidencia la cerrazón del mundo artístico, que creyéndose crítico con las instituciones normativas reproduce con su snobismo los modelos de normalización y exclusión contra los que supuestamente lucha.

Paul B. Preciado, comisaria de la exposición dedicada a Lorenza Böttner en La Virreina, descubrió a la artista cuando investigaba manifestaciones marginales en la Barcelona de finales de los 80’s. Lorenza había encarnado a Petra, la mascota paralímpica de Mariscal, sometiéndose cual muñeco saltimbanqui al número de feria.

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Lorenza Böttner y Johanes Koch, Sin título (1983), fotografía en blanco y negro

Los encuentros nunca son del todo casuales. Para Preciado el pensamiento filosófico nace del cuerpo y lo atraviesa. Para Lorenza arte y vida son una misma cosa. Ambxs han deconstruído el concepto de identidad experimentando consigo mismxs la falacia de los binarismos: hombre-mujer, activo-pasivo, productivo-improductivo, capacitado-discapacitado.

Un nombre que parecía condenado a quedar como pie de página en las necrológicas de una publicación deportiva en su número de enero de 1994 (dando noticia de la muerte de Petra a causa del sida), ahora es rescatado y puesto en su lugar, un lugar claramente pionero en la comprensión del potencial subversivo del cuerpo no normativo, que Lorenza exploró hasta sus últimas consecuencias.lorenza bottner - autorretrato - le bastart

Leyendo a Butler entenderíamos que el género siempre es performativo, pura repetición de actos aprendidos que refuerzan el ser hombre o mujer. Leyendo a McRuer, entendemos que la diversidad funcional viene llamándose “discapacidad” para perpetuar las políticas de exclusión. Hoy contamos con un marco teórico y activista sensibilizado con los movimientos queer y crip, pero en los años 80 Lorenza sólo contaba consigo misma. Tomó un curso intensivo de todo ello que fue su corta vida.

Su tesis de licenciatura fue su manifiesto. Titulado Behindert?! (¡¿Discapacitado?!) defiende, partiendo de su experiencia, la inclusión del cuerpo no conforme con la norma como agente transformador y creativo. Se inscribe dentro de una genealogía de artistas sin brazos y dialoga con sus predecesoras mediante su pintura, pero critica la mezquindad de relegar a un nivel subalterno el arte hecho por cuerpos mutilados.

lorenza bottner - face art - le bastartEstudia el fenómeno de los freak show y el modo de revertir el estigma y el espectáculo circense en revulsivo social. Flirteando siempre con los límites (entre el ideal de belleza y el monstruo, entre el glamour y el exceso…), purga una y otra vez las mentes estrechas.

En 1982, en Berlín, Lorenza se mimetizó con la Venus de Milo y se colocó ante una entrada de museo. Los visitantes apenas miraban aquella excelente copia de la escultura helenística, hasta que se bajó del pedestal y empezó a bailar preguntándoles “¿Qué pensarían ustedes si el arte cobrara vida?”. Así nos lo narraba Pedro Lemebel, aunque Preciado comprueba que el performance lo llevó a cabo unos años después, en el East Village de Nueva York y en Munich.lorenza bottner - dibujo eros - le bastart

Fuera donde fuera, la intención es clara: ¿porqué admiramos la belleza de una estatua sin miembros, y nos aturde mirar un tullido de carne y hueso? A los que nos suene este planteamiento será porque más de veinte años después Marc Quinn nos hace la misma pregunta con su escultura de mármol de una chica sin brazos, Alison.

Llevó a la praxis la fuerza transgresora del acto performativo, desnaturalizó tanto el concepto de género como el de “discapacidad”, y reivindicó la belleza y la sexualidad de los sujetos desexualizados por la institución médica (aún hoy siguen sacándonos de nuestra zona de confort documentales como “Yes, we fuck” de Antonio Centeno, mostrándonos que sí, que “ellos” también follan, y por cierto, son mucho más audaces que “nosotros”).

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Lorenza Böttner, pastel sobre papel

Su transformismo iba más allá del género. En sus autorretratos (en foto o dibujo) encarna hombres y mujeres de distintas épocas y círculos sociales sin dejar de ser Lorenza, casi como Orlando de Virginia Woolf viajaba en el tiempo y cambiaba de sexo como de abrigo. Dama decimonónica tocada con sombrero, gentleman con barba, madre dando el biberón, bailarina, estatua griega, dominatrix…

Metamórficos son también sus estilos pictóricos. Recorriendo la exposición nos da la sensación de adentrarnos en un anticuario repleto de pintores bohemios olvidados. Cuando no se autorretrataba pintaba a sus cofrades del lumpen global: negros arrestados en Nueva York, prostitutas en Ámsterdam…

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Lorenza Böttner, pintura al pastel.

En la primera sala, un breve documental nos muestra a Lorenza en su día a día. Sus palabras denotan aquel tipo de lucidez que sólo la franqueza con uno mismo otorga. Siendo adolescente había pensado en operarse para cambiar de sexo pero hurgando en el porqué de querer ser mujer se dio cuenta que envidiaba la libertad en el vestir, en el transformarse, y para ello no hacía falta pasar por el quirófano. Se diseñaría la ropa y se transfiguraría a través del arte. Sería Ícaro y Victoria de Samotracia, con una “cosmética travesti (…) que le haría crecer las alas calcinadas de su pequeño corazón homosexual”. Así lo veía Lemebel.

Tenía un sueño recurrente: caía de un árbol y quedaba jorobada pero pronto empezaban a crecerle alas. Sin embargo, ante los demás sólo podía mostrar su deformidad porque si le veían las alas la encerraban en una jaula para exhibirla.

En la última sala, en un breve spot realizado por el mismo director, Michael Stahlberg, Lorenza lleva una camisa de fuerza, pero dibuja en una pared de la celda una ventana con los pies y logra escapar.

El arte fue su salto al vacío.

Anna Adell

lorenza bottner - face art - le bastart

 

Lorenza Böttner, Requiem por la norma
en La Virreina Centre de la Imatge, Barcelona
comisariado por Paul B. Preciado
hasta el 03/02/2019

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