Así como los monumentos de nuestras ciudades se nos hacen invisibles a fuerza de verlos, tampoco solemos preocuparnos demasiado por las efemérides cuyo despliegue patriótico trufa nuestras calles año tras año. Pero quien llega a España desde cualquiera de las regiones que sufrieron la invasión, genocidio y sometimiento que, de modo implícito o indirecto, se celebra el día de la fiesta nacional, sentirá una clara aversión al tiempo que se preguntará el grado de psicosis colonial que puede llevar a un Estado a basar su orgullo identitario en el holocausto que provocó allende los mares.
Uno de los grupos escultóricos que decoran el monumento a Colón de Barcelona muestra a un indígena arrodillado y besando la mano del misionero Bernando Boyl. La artista peruana Daniela Ortiz, el día de la Hispanidad del 2014, se postraba de ese mismo modo entre los congregados y las banderas desplegadas en la plaça de Catalunya, provocando reacciones violentas y xenófobas en los interpelados. Ese mismo día, dos años antes, Daniela robó la ofrenda floral depositada ante la estatua a Colón para colocarla a las puertas del CIE (Centro de Internamiento para Extranjeros) de Zona Franca.
También en el 2012, coincidiendo con susodicha efeméride, Daniela se marcó un itinerario por las calles de Madrid, portando la imagen la mujer congoleña Samba Martine, quien había fallecido tras ser internada en el CIE de Atocha. El Hospital 12 de Octubre, donde murió Samba, fue la última de las paradas procesionales del Homenaje a los caídos de Ortiz, junto con lugares significativos de los contubernios internacionales contra toda lucha anticolonial. Así, se detuvo también ante la que fuera residencia de Moise Tshombre, implicado junto a la CIA y el Estado belga en el asesinato del líder congoleño Patrice Lumumba en 1961, tras ser éste elegido primer ministro. Tshombre recibió asilo político en España.
Estas acciones urbanas de Daniela ponen en evidencia que la efeméride del “Descubrimiento” de América no es sólo un rancio homenaje a un pasado imperialista sino una justificación tácita de los crímenes gubernamentales del presente o, cuanto menos, de la violencia legalizada que siguen sufriendo las personas procedentes de ex-colonias.
Estos registros en vídeo pueden verse en la retrospectiva que el Palau de la Virreina dedica a la artista. Comisariada por Valentín Roma, la sede de exposición no es un espacio neutro. Esta casa señorial que saca pecho en el corazón de las Ramblas barcelonesas fue mandada construir a su regreso de las colonias por Manuel d’Amat, administrador del Virreinato de Perú entre 1761 y 1776, para hacer gala de la fortuna amasada en la explotación minera con mitayos esclavizados.
Un retrato del virrey Amat preside el salón-comedor, lugar que ha elegido Daniela para colocar sus pinturas de castas (2019). Siendo éste el género pictórico que se extendió por Nueva España y Perú en el siglo XVIII para estratificar las razas, la artista peruana emula el formato pero actualiza el contenido, ilustrando lo que considera patrones más sutiles pero igualmente lacerantes de supremacía blanca. Las 16 razas y cruces étnicos estipulados por los colonos han sido sustituidos por 16 tipos de blanquitud (burocrática, corporativa, médica, asistencia social…)
Así, desde el opulento salón irradian temas incómodos que van desarrollándose en obras repartidas por otras salas: unas tijeras institucionales cortan las sujeciones de un columpio, haciendo referencia a uno de los casos documentados de pérdida de custodia por no tener papeles alegándose otras causas (Walter 2019) ; el busto previamente agredido a martillazos del director de FRONTEX (Agencia Europea de Control de Costas y Fronteras) se expone junto a retratos de otros directivos de organismos implicados en el control migratorio, incluidos aquellos que se lucran con la ayuda humanitaria, como ACNUR (Condecoración 2006); el ABC de la Europa racista (un guiño al ABC de la Guerra de Bertolt Brecht en su combinación pedagógica de texto crítico e imagen) emula aquí la estética de un libro escolar, enfatizando la necesidad de reaprender sin el velo que impone la naturalización de las prácticas discriminatorias.
La militancia de Daniela se nutre de sus propias vivencias y de puestas en común con otras personas emigradas del Sur Global, pero también de la lectura con lupa de la ley de extranjería española, de normativas europeas y tratados internacionales. Estando embarazada de cuatro meses realizó el performance Ius Sanguinis (2016), una transfusión sanguínea de un ciudadano español, con lo que su bebé burlaba metafóricamente las fronteras nacionales. El derecho de sangre prima en el código civil español sobre el derecho de lugar (ius soli), lo que, aparte de su lacra casticista, resulta cuanto menos incongruente en tiempos de movilidad global.
En otra acción intravenosa, Forcible drugging to deport (2012), Daniela se inyecta un sedante mientras lee el Tratado de Libre Comercio entre Perú y EUA, proporcionando previamente cifras de deportados peruanos en los últimos años, y cuantos de ellos han sido sedados. La sedación forzada es un método usado de modo indiscriminado por los agentes de inmigración y control de aduanas en los Estados Unidos.
Para la artista peruana, el mundo se divide entre euroblancos y racializados. La izquierda blanca puede ser casi tan nociva como la derecha a su modo de ver. En la exposición vemos unos dibujos que emulan vidrieras de iglesia en las que esgrime un imaginario vinculado a movimientos de espiritualidad anticolonial (como la Teología de la liberación latinoamericana), tomando así distancia del laicismo de la izquierda eurocéntrica, que a lo sumo promete “asimilación” de la diferencia.
Este binarismo o segregación entre la blanquitud y la otredad impregna toda la exposición, y como euroblanca paseando entre estas obras una puede sentir que esta especie de “condena” por ser bisnieta indirecta de tataranietos de colonos es algo arbitraria, fatalista y determinista. Por un parte, usar títulos rabiosos como el que da nombre a la exposición (Esta tierra jamás será fértil por haber parido colonos) tiene un efecto positivo al sacarnos de nuestra zona de confort ya antes de cruzar el umbral de la primera sala, y a lo largo del recorrido entendemos que su visión binaria es exactamente proporcional al supremacismo que rige el mundo, el de ayer y el de hoy.
Pero las sentencias categóricas a veces caen en generalizaciones simplistas, incriminando a priori toda “blanquitud” y reproduciendo a la inversa los mismos prejuicios a los que se trata de combatir, de modo que el diálogo se rompe. Por ejemplo, cuando en sus pinturas de castas nos da a entender que todo voluntario y cooperante blanco refuerza el racismo, que las feministas occidentales son machistas, que sobre los hombros de los ecologistas blancos pesa la culpa de la deforestación del Amazonas al consumir soja… El feminismo blanco no es un bloque de un solo color: la mayoría no defiende la esterilización forzosa ni la abolición del trabajo sexual, tal como insinúa Daniela. Tampoco todas las ONGs buscan el lucro a costa del sufrimiento ajeno: gracias a asociaciones altruistas como Noves Vies están revirtiendo las fraudulentas “pruebas de edad” que la artista denuncia en una de sus pinturas, pruebas a las que se somete a los menores migrantes en los centros médicos para no protegerlos institucionalmente.
Es vital que las voces del sur global construyan un discurso propio, y plenamente comprensible que no quieran que la izquierda blanca hable por ellos. Como decía Audre Lorde, “las herramientas del amo no destruirán la casa del amo”. Daniela Ortiz contribuye a forjar esas narraciones con un trabajo valiente y sumamente documentado, mostrando versatilidad en técnicas y lenguajes. Pero Lorde también escribió: “el árbol de la rabia tiene tantas raíces que a veces las ramas se quiebran antes de dar frutos”. El de Ortiz es árbol de jugosos frutos pero erige en torno a su bosque un cerco de espinos.
Anna Adell
Daniela Ortiz, Esta tierra jamás será fértil por haber parido colonos
La Virreina, Centre de la Imatge
Comisariado: Valentín Roma
hasta el 16-02-2020