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Cuando el aire se hace visible

La física presocrática nos sorprende hoy por la candorosa belleza de sus razonamientos acerca de los fenómenos naturales, encontrando una continuidad entre el ser humano, la tierra, la atmósfera y el universo. Anaxímenes de Mileto consideró al aire el principio ordenador y creador de todo: el mismo soplo que cohesiona las “animas” sostiene los astros. El pneuma, aliento vital, engendra el movimiento continuo de todas las cosas y las relaciona entre sí. El aire enrarecido produce el fuego y con él los cuerpos celestes; el aire condensado provoca la lluvia, que se sedimenta y es génesis del mundo mineral, vegetal y humano.

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Piero Manzoni “Aliento de artista” 1960

También para Demócrito el aire era la sustancia que mantenía unidos alma y cuerpo. El dualismo platónico vendría a quebrar esa visión integradora de materia y psique, concepción que, en cambio, mantendría la filosofía oriental.

Salvo cuando escasea, no solemos pensar en el aire. Estos últimos meses, debido a un virus que inflama los pulmones más delicados, la sustancia gaseosa invisible e insípida que sustenta la vida se hace visible y deliciosa.

Pero el arte nunca se olvidó de él, interesándose en su esencia creadora, esto es, en el aliento como “inspiración”, pero también explorando el soplo vital como aquello que nos une y a la vez nos separa, e incluso, como Beckett, reduciendo la vida a un solo acto respiratorio, del jadeo del neonato al último estertor.

Cuando, en 1919, Duchamp regaló a su marchante americano aire de París encapsulado para mostrarle lo “inspiradora” que le había resultado su estancia en la capital francesa, inauguró el valor simbólico de la realidad sutil. Más allá de la boutade con la que elevaba lo inmaterial a fetiche artístico (fetichismo que explotaría Manzoni con su aliento de artista), para Duchamp el aire (el vaho dejado en el espejo, el viento que arremolina un pañuelo…) materializaba como ningún otro elemento lo que llamó infraleve.

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Cesar Martínez Silva. “Péndulo humano”

Lo infraleve, sin embargo, pierde su extrema levedad en las ciudades contemporáneas, sobre todo en megalópolis como Ciudad de México, donde vive César Martínez Silva. En los años 90 empezó a realizar sus esculturas neumáticas: hombres, mujeres y niños cuya piel de caucho se hincha y deshincha a ritmos regulares. Al incorporar sensores de movimiento, reaccionan a la presencia del espectador. Tienen el color del petróleo, dice el artista, porque “el combustible fósil nos está convirtiendo en fósiles vivientes”. Besos, caricias, bailes, conversaciones… son solo conatos: no llegan a completarse porque mientras una de las figuras se mantiene erecta su acompañanate se desmaya como piel desollada. Son “vidas desinfladas”.

“El aire es el cuerpo del alma”, escribe César. Curiosamente, sus palabras reaniman las ascuas presocráticas: para Anaxímenes, el aire es la sustancia del alma y de la mente, lo mismo que para Demócrito. Conciencia, respiración y psique eran de algún modo manifestaciones del “espíritu” (pneuma). De la pureza del aire y de la correcta respiración, a decir de Hipócrates (Sobre la enfermedad sagrada), depende la “facultad de pensar”, la “capacidad de discernir”.

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Nikos Navridis. Sobre la vida, la belleza, las traducciones y otras dificultades, 1997

El aire ha sido el leitmotiv en las creaciones del artista griego Nikos Navridis. A modo de Anaxímenes del arte, en obras como Respiraciones Difíciles (2004) el aire se transforma en fuego (en la boca de un artista callejero) y en agua (en boca de nadadoras), oxigena cuerpo y mente (respiración yóguica) y salva vidas (respiración boca a boca). Leer el comportamiento humano atendiendo al ritmo de sus inhalaciones y espiraciones, en obras menos optimistas le permite visualizar la dramaturgia de la incomunicación, como ocurre en la video-instalación Buscando un lugar (2001): grandes globos penden entre personajes cuyos rasgos individuales desaparecen por la presión del látex adherido a sus rostros. Cuando un actor logra acercarse a otro sólo consigue hinchar el globo que cubre la cabeza del otro, de modo que la distancia entre ambos se incrementa. Los seres de látex no pueden escapar de sus propias esferas. Son círculos cerrados sin apenas puntos de intersección.

El músico Arvo Pärt comenta que el coronavirus “ha demostrado, de manera dolorosa, que somos un único organismo”. El dolor sobreviene no sólo al comprobar nuestra fragilidad sino también al darnos cuenta de que estamos desacostumbrados a actuar como seres relacionales y hemos perdido la comprensión holística del mundo.

Anna Adell

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