La fábula lobuna más célebre de la cultura occidental es aquella que sella el contrato social hobbesiano: dado que el hombre es lobo para el hombre, salir del estado de naturaleza conllevó, mediante un hipotético pacto, la cesión de poderes a una figura soberana, poniendo así bajo control institucional el miedo que nos tenemos unos a otros. El Estado es el Leviatán porque, simplificando a Hobbes, su monstruosa panza ha digerido la suma de instintos asesinos de cada ciudadano.
Curiosamente, mientras que un manto tenebroso y mortuorio tiende a envolver al lobo macho en los mitos fundacionales y en los cuentos infantiles, la loba ha estado siempre vinculada a los instintos de conservación de la vida (crianza, fertilidad, deseo, protección…) Cuando el bestiario asoma en el arte contemporáneo observamos este doble fondo de una naturaleza animal que se asimila a la humana.
Así, en mujeres artistas suele aflorar la figura nodriza y protectora, como en algunas representaciones zoomorfas que Louise Bourgeois realizara pensando en su madre, según ella misma escribió (“She-Wolf is my mother”). La escultura “She Wolf” consta de un portentoso torso, y junto al cuerpo acéfalo, se acurruca el retoño: nos recuerda a la Luperca romana (la Loba capitolina), pero también tiene algo de esfinge egipcia. Sus pechos se arraciman en cúmulos oblongos, aunque las protuberancias orgánicas simbolizaban para Bourgeois tanto mamas como lingams o falos. De forma quizás inconsciente, estaba recuperando arquetipos arcaicos que celebran la dualidad complementaria de lo femenino y lo masculino, como aparece a menudo en la iconografía sumeria, hindú y precolombina. Este tipo de efigies tenían para Bourgeois un poder evocador de una edad infantil temprana, previa a la diferenciación sexual (y previa al trauma que la figura paterna grabaría en su memoria).
Pero es Kiki Smith quien mayormente ha rescatado los atributos positivos de lupus y lupercas, mediante autorretratos de metamorfosis licántropas (A wolf girl), naciendo como una nueva Eva del vientre de una loba (Rapture), o bien desmontando los mitos patriarcales acerca de inocentes niñas devoradas por lobos feroces, neutralizando las relaciones de fuerza entre fémina y monstruo. En sus revisiones de caperucita, el abrazo íntimo funde a la niña y al supuesto depredador en una relación ambigua y sensual. Smith tiende a hilar pedazos de narraciones religiosas y populares, cruzando referencias. Así, en esta serie cánida que desarrolló en dibujos y en esculturas, no vemos a una niña con capucha roja sino a una mujer desnuda de nombre Geniève. Parece clara la evocación del episodio de San Francisco de Asís y el lobo Gubbio domesticado, pero Smith feminiza al santo.
En el imaginario femenino, entrar en las fauces lobunas ha tenido que ver con la voluntad de resarcir el vínculo con su naturaleza indómita, con liberar su sexualidad y hermanarse con la sabiduría de las brujas, además de perseverar en su naturaleza protectora, dadora de vida y de cuidados. En las representaciones masculinas, por el contrario, el lobo tiende a simbolizar el miedo al otro, la misantropía y la agresividad. La metáfora se desplaza del entorno doméstico al ámbito social.
Las bestias diluidas en acuarela de Marcos Castro son seres transidos por constantes transformaciones. Dolorosos partos las abren en canal, renaciendo encarnadas en otras especies. No hay armonía entre ellas. Los ciervos son devorados por los lobos, que a su vez se transforman en sus presas en un ciclo trágico. El único resorte que los mueve es el miedo mutuo.
El miedo también cuajaba la atmósfera de Manimal, un cortometraje de Carlos Amorales en el que una manada de lobos incursionaba en una ciudad solitaria, donde las rejas y los vidrios rotos, los suelos agrietados y las bandas de cuervos se recortaban en negro bajo la luna llena. La licantropía como tropo legendario invade la ciudad y expresa el vagabundeo suburbano de los hombres que aúllan y se rehuyen, sintiéndose acorralados en estepas de asfalto.
La condición alienada del lobo urbano en las escenografías de Amorales contrasta con el comportamiento gregario que le atribuye Cai Guo Qiang en instalaciones espectaculares: en Head On (De cabeza) una jauría formada por 99 lobos se precipita contra un muro invisible que los deja noqueados pero, todo y así, vuelven al redil para darse de bruces otra vez, en un circuito infinito de obcecación ciega.
Tierna loba o lobo feroz, animal de manada o alma esteparia, los atributos que tradicionalmente han tipificado caracteres femeninos y masculinos, en realidad están mucho más mezclados en cada cuerpo de lo que las historias en clave de género nos cuentan. Potenciar lo que tenemos de luperca y domeñar al lobo hobbesiano nos ayudaría a convivir sin miedo, e incluso sin pactos que supongan vender el alma a Leviatán.