El arte es una de las profesiones que alienta una mayor maleabilidad de la identidad al tiempo que permite llegar al fondo de una o uno mismo más que cualquier otra.
Los modos tan diversos en que las artistas, desde los años 60, han recurrido a lo autobiográfico y al acto sexual como material artístico, son indicativos de las imbricaciones cambiantes entre arte, cuerpo femenino, intimidad y performatividad antes y después de la llegada del reality show.
Saltaremos de cama en cama para rastrear las distintas formas de deshacerlas, de mojarse, de transformarlas en iconos subversivos de las sacudidas de la libido o en sus despojos, en simulacros de canjes financieros o en metáforas del desamor.
Las palabras de Carolee Schneemann rubrican lo que sus acciones y películas perseguían, recuperar la sacralidad del erotismo mediante el reajuste entre gesto sexual y pictórico: dibujar y masturbarme son las primeras experiencias sagradas que recuerdo; el cuerpo puede ser erótico, deseado, deseoso, pero también es votivo. En Fuses sondea el hechizo erótico, hace palpable la energía que funde los cuerpos, el suyo y el de su pareja haciendo el amor. Pero la cámara solo es un testigo más, como el gato, cuyo perfil aparece de modo intermitente. Lo que convierte lo filmado en vivencia subjetiva son las rascaduras, texturas y tintes impresos en el celuloide, ritmos de montaje, desenfoques y superposiciones… es decir, el tratamiento de la película como lienzo intervenido, el trasvase de tiempo en acto.
Fuses sintetizaba en 20 minutos la intensidad de una pasión que duró tres años. Permutaciones narrativas, oscilaciones entre el interior de la estancia y el exterior, filtros cromáticos que disuelven lo femenino en lo masculino y viceversa, transposiciones entre el océano y las mareas emocionales… Schneemann abogó por la fusión dionisíaca de cuerpo y cosmos, mente y materia. Emancipó el sentir femenino a través del arte, legitimó la propia sexualidad como principio activo y motor creador.
Pero es Plumb line, film posterior, el que condensa su comprensión del arte como catarsis, siendo un ejercicio de exorcismo del dolor tras la ruptura con aquel mismo amante. Si damos un salto en el tiempo y lo comparamos con las purgas emocionales de Tracey Emin o las frívolos registros de Sophie Calle, apreciamos la pérdida del interés en transmitir las sensaciones implicadas en los procesos de amor y desamor, e incluso la evidencia de que ni siquiera se puede creer en la autenticidad de un interior pasional o de unas fuerzas primarias del cuerpo.
The bed de Tracey Emin es puro ready made de los residuos de sus juergas: su cama deshecha con las sábanas manchadas de semen, rodeada de botellas de vodka, colillas, condones, somníferos… Tras una semana de borrachera, se activó en su mente un percutor que le permitió despertar de esa inercia destructiva, observarla con distancia y enmarcarla simbólicamente como obra de arte.
El arte es terapéutico para la artista británica, como lo fue para Schneemann, pero Emin ya no lo concibe como expresión interior sino como vitrina de sus trapos sucios, versión museificada del tabloide amarillista.
La distancia emocional es aún mayor en Sophie Calle no solo porque ficcionaliza retazos de su vida sino porque en sus proyectos lo confesional siempre precisa de la mirada e interpretación del otro. El deseo, o su ausencia, se inscribe en el lenguaje. En el video Double blind (1) se jalonan los puntos de vista de los dos protagonistas, Calle y un antiguo compañero sentimental con el que solo los une el interés en hacer esa road movie destinada precisamente a constatar eso mismo, la absoluta tibieza de esa relación. No sex last night es el mantra que la voz femenina repite cada noche, resignada, mientras el registro visual deja constancia de cada cama de hotel compartida. Él se pregunta qué coño está pensando ella con esa media sonrisa impresa en su cara, y ella envidia la carrocería de su coche al que él admira como si fueran las curvas de una mujer. Las únicas instantáneas románticas no son más que clichés sobreactuados.
Las respectivas cámaras hicieron posible el viaje, dada la incapacidad para comunicarse directamente entre sí. Y es la necesidad de interponer esas interfaces audiovisuales lo que garantiza la disección clínica del fin de una relación: doble ciego es el nombre dado a un método empleado para procurar la objetividad en el análisis de un caso, en el que cada participante o testigo desconoce la declaración de los otros.
Calle parece caricaturizar el grado de abstracción que han alcanzado las relaciones humanas, que precisan cada vez más filtros interpretativos para reconocerse. Entre la proliferación de técnicas de control emocional y su supeditación a aplicaciones de marketing, queda poco lugar para la espontaneidad.
Si las relaciones personales se mistifican de tal modo, qué no harán las relaciones mercantiles. En 2003 Andrea Fraser asumió el papel de actriz porno, convirtiendo a su marchante en proxeneta y a un coleccionista en su cliente. El resultado puede verse estos días en su retrospectiva del MACBA, un vídeo en el que la vemos follando con el coleccionista que accedió a hacerlo ante la cámara a cambio de adquirir la primera copia de esta misma obra. Cruda metáfora del mundo del arte como prostíbulo de alto standing. Aunque, ¿quien explota a quien?
Anna Adell
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Double blind se exhibe estos días en Sophie Calle: Modus Vivendi, La Virreina Centre de la Imatge, Barcelona, hasta 07.06.2015
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Untitled 2003, en Andrea Fraser. L’1%, c’est moi, MACBA, Barcelona, hasta 09.2016