Bodegones al grafito en los que se alinean de modo casual esposas, mordazas y vendas entre botellas de agua y toallas…, repisas de las que penden cuerdas, máscaras de cuero… artículos de bondage resueltos con trazo pulcro. Daniel Tejero pareciera adoptar el papel de testigo gráfico de la escena del crimen, dejando constancia visual de cada elemento para el informe pericial.
Él estuvo allí pero el espectador llega tarde, así que le deja pistas, huellas, para que reconstruya su propia historia. La curiosidad de cada uno reabrirá el caso, invitándolo a perderse en los pliegues de la línea, a sumirse en los claroscuros de su propio deseo.
Al mostrar los fetiches y no los cuerpos, al detenerse en el después y no en el acto, Tejero evita que la pulsión escopofílica se entrometa en nuestra experiencia, de modo que la postura pasiva del voyeur que suelen propiciar las representaciones de BDSM trueca en invitación personal a adentrarnos solos en esos espacios vacíos pero cargados.
Cargados de liberación post-orgásmica de la que dejan constancia objetos de placer y dolor, rastros de juegos pactados de sumisión y dominación. Daniel Tejero introduce estos espacios de goce privado y transgresor en una espacio público y garante del “buen gusto”, una galería de arte. En este desplazamiento, la asepsia del cubo blanco pareciera contagiar el modo de representar esa realidad.
Pero es precisamente en esa asepsia deliberada donde reside la fuerza transgresora de Operatorium, pues lo que es operado, diseccionado, es el pálpito de placeres no legitimados impreso en el pulso de su dibujo. Por ello desplaza también a la galería su taller, el lugar en el que presenció una sesión de bondage y en el que esa acción transmutó en huella.
Como en la serie anterior, Confluvium benidormense, donde el submundo del cruising era trasladado a la galería despojándolo del estigma de lo sórdido, donde los dibujos de casetas de playa, de pasos subterráneos desangelados, de tumbonas apiladas, actuaban como metonimias visuales del deseo no reglado, también en Operatorium naturaliza prácticas sexuales usualmente dejadas en los márgenes.
Aprovechando la autonomía del juicio estético que brinda la galería (ya Kant afirmaba la ausencia de relación entre arte y moral), Tejero nos invita a dejar en suspenso los juicios morales para atender los reclamos del placer, del contemplativo al lúbrico. Apuntando a la arbitrariedad de los límites de lo socialmente permisible incita nuestra curiosidad hacia el núcleo insobornable del deseo.
Anna Adell