La vida es una partida de ajedrez perdida de antemano; lo importante es participar. Los pintores medievales representaban a la muerte jugando al ajedrez con sus víctimas, una época en que nuestra naturaleza provisional, efímera, era más aceptada que ahora. Danzas macabras, vanitas… eran recordatorios no exentos de sorna soterrada. Un humor negro que en cierto modo se perdió con el patetismo de los memento mori barrocos.
Gino Rubert recupera la ironía asociada a nuestra podredumbre existencial, adoptando un tono festivo-pop en parte deudor de la cosmovisión mexicana con sus calacas emperifolladas como emblemas de un trato desacralizado y desprejuiciado con la muerte.
Los personajes de Gino son voluptuosos, se aferran unos a otros como si vivieran al filo de una catástrofe, se aman, se abrazan, se atan, se dejan coser los labios, el cráneo e incluso las zonas erógenas, se acurrucan bajo las faldas, se tatúan sentimientos… aspirando quizás a que el amor eternice el instante, a que el erotismo anule el tiempo. Pero no pueden escapar del repicar de las horas, incluso llegan a anotar los días con líneas y barras como reos en sus celdas.
Las calaveras funcionan como balsas salvavidas, piscinas, ceniceros o jarrones; forman parte del atrezzo cotidiano de estos figurantes de rostros cenicientos que nos miran de soslayo, cómplices y seductores, como diciendo con picardía vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
El amour fou, el amor ciego, el amor eterno, el amor maldito, el masoquista… Gino Rubert teatraliza las pasiones extremas asociadas a los roles de género y explora los enigmas de la ambigüedad afectiva. Se sirve del distanciamiento irónico para escenificarse a sí mismo, mezclando realidad y ficción, seres anónimos y familiares, configurando tropos domésticos con tintes mágicos.
P- En Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes observa que lo obsceno y transgresor del amor ya no se encuentra en el sexo sino en el sentimiento excesivo. Veo a tus personajes sumamente sentimentales y a un tiempo frívolos, como una especie de ¿sentimentalismo gélido?
Los sentimientos excesivos (el enamoramiento, el pánico…) nos sobrepasan y congelan, ante algo que nos excede por su intensidad quedamos como paralizado.
Por otro lado, a veces las relaciones humanas (incluso el sexo) pueden ser increíblemente frías y solitarias. Me gusta ese encuentro entre contrarios absolutos… si cogemos un hielo, podemos llegar a tener la sensación de que nos estamos quemando. Creo que la frialdad que despiertan mis personajes también tiene mucho que ver con su semblante serio, inexpresivo, impertérrito que choca con muchas de las acciones que realizan (coser bocas, besarse, abrazarse). Deberían estar riendo, jadeando, gritando y sin embargo nos miran inquisitivamente.
P- Algunos interiores despliegan cierta complejidad, con puertas, ventanas, cuadros y espejos que funcionan como umbrales y desdoblamientos especulares. En ellos las mujeres parecen habitar varios tiempos pero un mismo espacio. ¿Son esos tiempos etapas de la vida de Gino, sean reales o fabuladas?
La vida imita el arte que decía Oscar Wilde…. La arquitectura de la que hablas, es a veces inventio y otras muchas veces la tomo de lugares que me son familiares. Me gustan los espejos porque me permiten introducir el “fuera de campo”, en cuanto a los tiempos distintos conjugados en un mismo espacio, creo que eso es fruto del uso de imágenes de épocas diferentes (algunas encontradas en rastros, otras de amigos y familiares) sumado al hecho de usar una misma modelo varias veces en un mismo cuadro. Es eso lo que provoca sensación de desdoblamiento, de superposición temporal, como si distintas dimensiones se encontraran por un instante para revelarnos “todo lo que ha acaecido” en ese lugar. Como indicó Roland Barthes en La cámara lúcida, «toda fotografía es siempre catástrofe», hay en ella algo «terrible»: «el retorno de lo muerto».
Esta simultaneidad de tiempos, junto al juego de escalas y el énfasis detallista, me recuerda soluciones pictóricas del Quattrocento, cuando se representaba bajo la misma arquitectura diferentes episodios bíblicos, haciendo intervenir la perspectiva como elemento argumental, involucrando asimismo el trampantojo arquitectónico.
P- Tú también introduces el engaño óptico al combinar pintura y collage con elementos que simulan una técnica hiperreal (cabello, hilo, césped, fotos…) Los semblantes congelados en rictus que sólo la “cámara lúcida” puede captar, combinados con cuerpos de muñeca articulada nos llevan al terreno freudiano (vía Hoffmann) de lo ominoso. ¿Qué tanto tenemos de autómatas?
Todos somos un poco Olympia, tenemos algo de autómata, aunque creo que mis personajes se acercan más a la versión de Offenbach que a la lectura freudiana, por lo de opereta no exenta de ironía. Freud se pone demasiado “serio”. El autómata liga con la idea de engaño, de farsa, de apariencia y, como bien dices, mis collages son trompe-l’oeil dónde la imagen pictórica y los elementos reales se confunden de modo que queda en evidencia el carácter ilusorio y artificioso de la pintura. Del mismo modo que en el cuento de Hoffman, la vista no es suficiente porque nada es lo que parece…
P- ¿Parodia, deseo de ser otro, búsqueda infructuosa de la identidad, evasión, hastío de la normalidad… qué motiva el desfile de infinidad de Ginos?: cazador, explorador, salvador, abogado, heredero, pianista, romántico, artista firmando certificados (como autentificando su propia existencia)…
Es Narciso jugando a los disfraces! Como decía Rimbaud: “je suis un autre”.
Q- El juego de ajedrez en alguno de tus cuadros me hace pensar en la muerte, quizás no era tu intención, pero ello me sugiere que logras la complicidad del espectador justamente por la ambivalencia de los símbolos, invitándonos a componer nuestro propio teatro de marionetas, proyectando en él nuestros propios fantasmas y obsesiones.
Me gusta mucho jugar al ajedrez, lo encuentro un juego realmente bello… Y si, como en la película El Séptimo Sello de Bergman, una interesante personificación de la muerte sería ese calvo vestido de negro con un tablero bajo el brazo que nos persigue para jugar al ajedrez! En la Edad Media, el ajedrez era símbolo del cortejo amoroso, me parece una imagen muy acertada de lo que es el amor romántico, un juego entre dos… a muerte.
Anna Adell
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