El libertinaje sí, pero supeditado a un férreo control. Arquitectos, reformadores y literatos del siglo XVIII coinciden en proyectar o imaginar casas del placer inspiradas en el panóptico de Bentham o anticipándose a su configuración radial, vigilante: la ciudad ideal concebida por Ledoux (en la que no falta un templo para la educación sexual, el Oikema) se construye alrededor de ese ojo central; en Los 120 días de Sodoma, Sade da forma semicircular al salón del castillo de Silling, con los camarines de las perversiones equidistantes del trono central que ocupa la narradora.
La exposición 1000 m2 de deseo incluye planos y maquetas de ambos, situados en la Selva Negra y el bosque de Chaux respectivamente, anverso y reverso de la comprensión de la arquitectura como escenario de ritos de iniciación, como ordenadora de gestos y miradas. Del ojo disciplinario al lujurioso, el límite entre ambos es difuso.
El propio Bentham, que Foucault catapultó como propiciador de la tecnología del biopoder, fue por otro lado un osado defensor de la libertad sexual, enfrentándose a la misoginia de su tiempo y a la vejación de los homosexuales, como explican las comisarias de la muestra Adelaide de Caters y Rosa Ferré.
Pero la utopía sexual realmente revolucionaria vendría de la mano de otro genio inclasificable, Charles Fourier, filósofo de las pasiones, catalogador de una amplia variedad de caracteres según deseos, gustos y manías sexuales. En la edad armónica estos no sólo no se reprimirían sino que devendrían el carburante de las relaciones humanas. La atracción pasional engendraría ambientes fluidos dentro del falansterio, como reuniones gastronómicas y orgiásticas. El modelo de ciudad-palacio Fourier lo tomó del Palais Royale (el barrio rojo parisino de la época), pero en Armonía la prostitución no tendría razón de ser porque el matrimonio no existiría, ni la hipocresía que gangrena el sistema actual.
En la exposición Fourier comparte espacio con un montaje audiovisual (de Andrés Hispano y Félix Pérez Hita) sobre las comunas hippies, pues estas llevaron a la práctica la utopía del amor libre y, como su lejano mentor, lucharon contra la alienación y mecanización humana. El video incluye material de archivo sobre Drop City, la mítica comunidad cobijada en estructuras cupuladas como versión campestre de las geodésicas de Buckminster Fuller.
En las mentes psicoactivas de artistas de los años sesenta las paredes del falansterio se derriten, se expanden, se contraen… devienen elásticas por efecto de un cóctel sensorial de luz, aroma, color, sonido, vapor, sustancias lisérgicas y high tech. Construcciones neumáticas y espacios multimedia (el Centro de Entretenimientos Sexuales de Nicolas Schöffer, precursor del tratamiento de la arquitectura como obra de arte multimedial, psicosomática, ha sido recreado a modo de instalación), las ciudades para los placeres de Archigram y los cascos expansivos para parejas de Hans Rucker-Co, suponen la ruptura definitiva de la distancia entre el sujeto y el espacio. Éste se torna inmersivo, modulado por el flujo libidinal.
En este contexto de euforia orgásmica vinculada a la arquitectura y al mobiliario no sorprende que el cine popularizara el acumulador de energía orgónica de Wilhelm Reich (también reproducido en la muestra) con películas como El dormilón de Woody Allen y Barbarella de Roger Vadim. Reich, como Fourier pero desde el campo del psicoanálisis, entendía que la represión sexual era la causa de los males de la civilización.
Las máquinas orgásmicas de Reich se introdujeron también en las casas californianas diseñadas por Richard Neutra, cuya concepción terapéutica de la arquitectura se traducía en el aprovechamiento del sol a través de porches-dormitorio y, en general, en la concepción del hogar como camping de alto standing. Baño solar, sexualidad desinhibida y dieta vegetariana era lo propugnado en aquellos círculos afines a Philip Lovell, el naturalismo acorde con una arquitectura de lineas límpidas. De ello nos habla Beatriz Colomina, a quien también se debe la amplia sección dedicada a Playboy y sus sinergias con la arquitectura moderna y los diseñadores punteros del momento.
La revista Playboy fue revolucionaria y no por su contenido erótico o pornográfico sino porque se implicó plenamente en forjar la imagen de un hombre hogareño, celoso de la decoración, un “amo de su casa” en la que cada detalle (mobiliario, iluminación, distribución de los espacios) estaba destinado a la seducción. En una de sus primeros números, la revista publica una guía de 25 pasos para la conquista, del vestíbulo a la cama.
Un audiovisual nos cuenta esos 25 pasos, entre mobiliario emblemático que la revista se encarga de difundir (butaca Womb de Saarinen, silla mariposa de Ferrari-Hardoy…) Más adelante nos encontramos con una reproducción de la cama-oficina de Hugh Hefner, rodeada de monitores de televisión.
Esta cama redonda, que incluía todo tipo de dispositivos de comunicación, era el centro de operaciones del director de Playboy. Él era el modelo por antonomasia del “hombre de interior”, que solo salía de su mansión para entrar en otros interiores hechos a su imagen y semejanza: sus clubs o su jet privado, Big Bunny, cuya maqueta está expuesta junto a la cama.
La revista fue plataforma de difusión de la arquitectura experimental, siendo las cápsulas futuristas que proliferaron en el imaginario de la era espacial decorados idóneos para el hombre playboy, como las estructuras hinchables y sensuales de Ant Farm, cuyo documental sobre su Casa del Siglo puede verse aquí.
El último tramo del recorrido está dedicado a lo que las comisarias llaman sexografías, que vendría definido por las cartografías actuales de la sexualidad, en la era global, en la época de su conversión en mercancía y en parte del engranaje de la industria turística. Aunque el deseo no cesará de buscar sus rincones no reglados en las derivas urbanas, hoy los cuartos oscuros se han convertido en una reliquia de tiempos analógicos. A esa búsqueda de espacios liminales del deseo iba encaminado el mapeo de cuartos oscuros de Barcelona, obra de Pol Esteve y Marc Navarro. Ninguno de esos locales queda hoy en pie (las páginas de contactos en internet los hacen innecesarios), lo que da a este trabajo de campo una pátina de pieza arqueológica.
Pareciera que el sueño de Fourier de liberar las manías sexuales se ha cumplido: la cibernética permite satisfacerlas, sea con tu avatar de Second Life (véase la obra de Yann Minh) o encontrando afinidades parafílicas en las redes sociales (el mosaico fotográfico de Jean-Didier Bergilez nos da una idea). Pero esas manías o filias ni de lejos son el engranaje social sino el subterfugio para evadir la insoportable cotidianidad. En el video Casa y Cuerpo (Hispano y Pérez Hita, el dúo de Soy Cámara) las voces en off de García Calvo y de transmisiones radiofónicas hablando de la casa como metáfora del cuerpo y sobre la falacia de la libertad individual se superponen con ironía a imágenes de prácticas sexuales con muñecas y máscaras de látex.
La ocultación y la sobreexposición narcisista conviven como cara y cruz del trastorno pornotópico contemporáneo.
Aunque aquí el discurso museográfico se aleja un poco de su punto de partida: aparte de los interiores fotografiados por Larry Sultan (tiempos muertos en el rodaje de pelis porno), la utopía arquitectónica de Ingo Niermann para democratizar el amor, documentación audiovisual de algún resort o la investigación de la cultura del baile realizada por Pol Esteve, se incluyen trabajos que no tienen mucho que ver con el espacio como modulador del deseo, a no ser que nos acojamos al lugar común de entender que lo virtual es todo arquitectura, panóptico invisible y ubicuo. Extender tanto el concepto de espacio (doméstico, cartográfico, literario, virtual…) tiene su atractivo pero por momentos da la sensación de que todo puede caber.
Por otra parte, al tiempo que han sabido subrayar el falocentrismo que rige la arquitectura del deseo de ayer y hoy, sería interesante contrastarlo con artistas que han sabido denunciarlo (desde Kienholz a Elmgreen&Dragset o Juno Calypso).
Asimismo podría haberse profundizado más en las derivas tecno-arquitectónicas del futuro próximo en relación con las conductas sexuales, tal como han sido imaginadas por artistas, escritores y filósofos, desde High Rise de Ballard a Le Park de Bruce Bégout (ensayo novelado sobre la parquematización del ocio de élite y la neuroarquitectura). Utopías verticales (o distopías) forjadas por arquitectos que desde el último piso de sus respectivas torres de marfil observan el avance tribal del zoo humano (reducido a apetito sexual e instinto) en junglas high tech.
Siendo el ojo del arquitecto de Ledoux lo primero que nos sale al encuentro al ingresar en la exposición, no sería descabellado terminarla con las mentes megalómanas de estos artífices de microcosmos selectos (imaginarios pero con gran carga alegórica). Hubiera servido de contrapunto a las utopías horizontales a las que la exposición dedica con gran pericia su empeño, eso sí, logrando transformar 1000 m2 en puro placer: contemplativo, sensitivo e intelectual.
Anna Adell