Los hallazgos fósiles llevan a la redefinición de lo humano en cada ocasión, denotando la ambigüedad que subyace en toda búsqueda de un origen evolutivo. Cuando los paleontólogos encontraron el puzzle de huesos que agruparían bajo el nombre beatlemaníaco de Lucy creyeron descubrir el eslabón perdido entre los primates y el Homo Sapiens. Hicieron recular por varios miles de años el origen de nuestra especie. ¿Cómo afecta cada cambio de paradigma antropológico nuestra esfera personal?
Lucy es también la performance que Lilibeth Cuenca Rasmussen realizó en la galería Hans & Fritz (Barcelona) como parte de su exposición Being human being que sigue en curso. Suscita este tipo de interrogantes ontológicos, y más si conocemos su obra anterior, en la que los conceptos de originalidad y pertenencia ocupan un lugar preeminente.
En esta acción la artista prácticamente se enterraba bajo la arcilla dejando impresa la silueta de su cuerpo desnudo. Los visitantes podían encender una vela y realizar objetos con ese barro, dejar su propia huella en él.
Siguiendo con la metáfora de la creación, retoma la parábola del Génesis proponiendo siete días de intervenciones en el espacio, invitando para cada ocasión a otros artistas (Ana Álvarez-Errecalde, Erich Weiss…) y miembros de la Comunidad Filipina de Barcelona. Lo occidental y lo asiático, el componente ritual y el arte contemporáneo tienden a confrontarse en sus propuestas, siendo su doble naturaleza filipina y danesa la que determina su visión del mundo.
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El humor y la fantasía que han impregnado muchos de sus performances arraigaban en la idiosincrasia filipina, mientras que haber crecido lejos del país ha favorecido su distanciamiento crítico. El guardar la equidistancia entre dos nacionalidades tan distintas le ha dejado terreno fértil para cultivar la parodia y canalizar la melancolía, lo que también entraña sentimientos contradictorios: si por un lado ironiza sobre el artificio en el que descansa la cohesión familiar (Family Sha la la), por otro lamenta el egotismo reinante en la sociedad occidental (encarnándose en divinidad solar en Ego song)
Se ha servido del disfraz, el baile y la ironía como armas de camuflaje y transmutación: cuando se sintió a target in the etnic supermarket, como decía en una canción coreografiada con vestido de hawaiana (Absolut Exotic), cuando se transformó en gallo rapero jugando con la doble acepción del término cock (Cockfight, sátira sobre el mundo macho de las peleas de gallos), como personificación momentánea de hitos del performance (Janine Antoni, Kubota, Orlan…), o de sexualidades y géneros construidos desde el orden social (en Afghan hound el cabello devenía burka, barba y kaftán sucesivamente).
Escultura parlante o muñeco de ventrílocuo, sus atuendos son como capas de cebolla que al deshojarse solo muestran su infinitud laminar. No hay núcleo al que aferrarse. Sus acciones revelan que palabras como autenticidad y originalidad pertenecen al léxico colonial o al científico, que el concepto de feminidad se apoya en el binarismo patriarcal. Ante ello Lilibeth regurgita la cacofonía de voces que alberga en su interior: masculinas y femeninas, reprimidas y lujuriosas, corrosivas y quejumbrosas.
Anna Adell