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Peter Hujar y David Wojnarowicz. There is no time…

Contemplar una danza luciérnagas en un noche sin luna fue una experiencia que Pasolini rememoraba de su época de estudiante y que debió ir más allá de la anécdota, pues con el tiempo se vio que aquella visión quedaría alojada en su conciencia como presagio de un eclipse cercano. Dos décadas más tarde, constataría la “desaparición de las luciérnagas” en una Italia anegada en un fascismo mediático, más terrorífico que el instaurado por Mussolini, a su modo de ver.

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David Wojnarowicz ‘Untitled (Buffalos)’, 1988-89 Colección Marion Scemama © Estate of David Wojnarowicz and PPO

Las luciérnagas resultaron ser para Pasolini los cuerpos encendidos por el deseo en su deambular nocturno, el argot de los suburbios, el potencial insobornable de los chicos de la calle y los desclasados, el submundo cuya luminiscencia se abastecía a sí misma y no se dejaba deslumbrar por los reflectores de los shows políticos y los espectáculos televisivos.

Pero la polución contaminó el aire y las luciérnagas murieron; los medios de comunicación obnubilaron las mentes y el fulgor interior se apagó.

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David Wojnarowicz (image for Rosa von Praunheim film Silence=Death, 1989, photographed by Andreas Sterzing. Courtesy © Andreas Sterzing

Sin el acervo filosófico e intelectual de Pasolini pero con una fuerza poética equiparable, David Wojnarowicz escribió también sobre el exterminio de luciérnagas, aunque no las llamara así. Las páginas de Close to the knives (publicado un año antes de su muerte) exudan lirismo y rabia. La ventaja del proscrito es no dejarse engañar por el “telón moral falso” que el gobierno despliega como pantalla de cine, escribe. Junto a las “tribus que se amamantan de las telecomunicaciones” están las “tribus” que entienden el lenguaje oficial, preñado de “falsas esperanzas”, y que aprenden a usar esas “correas” como cuerdas para escapar de la cárcel o como soga para colgar al carcelero.

Wojnarowicz y Peter Hujar se conocieron en un bar de Lower East Side, cuando este distrito de Manhattan era un hervidero de “luciérnagas”, aunque en pocos años se irían apagando. Artistas ajenos al circuito de galerías, fotógrafos callejeros, vagabundos, drag queens, activistas, adalides de lo queer antes de que el término fuera acuñado… Naves fabriles abandonadas, muelles en los que ya no atracaban barcos, solares vacíos… acogían encuentros sexuales furtivos, ofrecían amplios muros desconchados en los que tatuar graffitis contestarios o confesiones amorosas.

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Peter Hujar. Divine 1975 © The Peter Hujar Archive

Por el loft de Peter Hujar pasaron personajes de toda índole, desde Fran Lebowitz, Susan Sontag o William Burroughs a la mítica Divine, chaperos y amantes anónimos, en un entorno donde la intelectualidad y la marginación se alimentaban mutuamente. Su amigo el escritor Stephen Koch, a quien el fotógrafo legó toda su obra, cuenta que Hujar invertía largas horas en cada retrato, paseándose arriba y abajo en su estudio, hasta el punto que el modelo casi se olvidaba que iba a ser retratado, y era entonces, en su relajo, cuando la intimidad se mostraba sin velos, y la cámara disparaba.

Pero no todo fueron retratos de estudio. Con su pupilo y amante, Wojnarowicz, veinte años más joven, incursionaban en los muelles abandonados y en barrios cuyas ruinas de cemento eran trasunto de la agonía de un modo de vida libre y alternativo. Ambos morirían de sida, uno en silencio y el otro, unos años más tarde, haciendo todo el ruido posible para denunciar sin miedo la hipócrita barbarie infligida por la coalición fascista entre Estado y Liga Católica.

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Peter Hujar. Christopher Street Pier #4, 1976 © The Peter Hujar Archive

A principios de los ochenta, parecía que el empoderamiento de los homosexuales tras los disturbios de Stonewall, las luchas ganadas poco a poco, de nada habían servido. Los conservadores y los media atizaron la opinión pública inculpando a los gays y a sus licenciosas prácticas de la transmisión de la enfermedad, tras esconder deliberadamente durante años la existencia del virus y los métodos para prevenir el contagio.

La fotografía de los búfalos despeñándose, que Wojnarowicz tomó de un diorama de un museo de historia natural en el que se explicaban técnicas de caza de nativos americanos, ha quedado como testigo del acorralamiento perpetrado para precipitar la muerte de los proscritos.

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Peter Hujar. Candy Darling on her deathbed III 1973 © The Peter Hujar Archive

Los labios cosidos, las manos vendadas, el crucifijo invadido por ejércitos de hormigas o el Cristo con una jeringuilla hipodérmica inyectada en un brazo son imágenes indelebles que Wojnarowicz nos dejó en todos los registros (Super 8, fotografía, collage…), con las que atravesó todas las barreras del silencio, aún las de hoy.

Peter Hujar, decíamos, se fue sin hacer ruido, porque lo suyo siempre fue un arte de infrasonido, de susurro cosquilleando nuestros oídos. Pero la sensación de que su tiempo y el de su entorno era leve, la sensación de tempus fugit, se palpa en cada una de sus obras, sea porque toquen directamente el tema (las momias de Palermo, Candy Darling en su lecho de muerte…) o, porque, simplemente, todo buen fotógrafo es un “ángel grabador de la muerte”, como lo definía Susan Sontag.

La escritora neoyorquina escribió el prefacio del álbum recopilador de las fotos de su amigo, Portraits in life and death. En él, partiendo del concepto de Romanticismo como lo entendió Novalis (el extrañamiento de lo real, lo maravilloso del lugar común), Sontag concluye que toda fotografía, aún sin pretenderlo, establece una relación romántica con la realidad. La fotografía banaliza tanto como revela la magia de lo banal, y ese doble forro de la realidad logra turbar en la obra de Hujar.

Anna Adell

 

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David Wojnarowicz. Abandoned Car With Globe, 1988-89. Cortesía: Colección Marion Scemama. © Estate of David Wojnarowicz and P.P.O.

 

 

La exposición Peter Hujar y David Wojnarowicz
a cargo de Fundación Loewe, dentro de PhotoEspaña 2018
puede visitarse en la tienda Loewe, gran vía 8, Madrid
hasta el 26 agosto

 

 

 

 

 

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