Desacralizar lo sagrado y sacralizar lo profano, ordenar el caos y trastocar el orden, erotizar estigmas y estigmatizar preceptos, purificar lo impuro, preferir la aporía a la lógica y lo periférico a lo medular… Es lo que deducimos subyace a las intenciones de Susana Ibáñez.
La artista ya había mostrado en trabajos anteriores su interés por las wunderkammer o gabinetes de curiosidades (compendios del saber previos a la asepsia museística), en los que el mundo natural, el artificial y el maravilloso se abigarraban sin jerarquías, componiendo fascinantes microcosmos que traducían una curiosidad holística, integradora.
Lo inclasificable, lo exótico, lo equívoco, lo raro… ocupaban un lugar destacado en las no en balde llamadas cámaras de maravillas. En “Ritos de iniciación”, exposición de dibujos y objetos disciplinarios o devocionales, Susana hace confluir el estado liminar propio de los ritos de pasaje con la condición ambigua de los mirabilia.
La alusión a la sexualidad femenina toma forma metonímica, metafórica, literal o latente: agujeros, conejos, venus paleolíticas, la niña poseída de El exorcista…, o la reproducción de aquel cuadro de Magritte, La violación (con los rasgos faciales sustituidos por órganos sexuales), icono del androcentrismo más obsceno.
Cuidado con el conejo, nos advierte Susana; la lógica queda en suspenso al cruzar el umbral, se diluyen los preceptos, todo tiene un doble filo: la posesión demoníaca deviene prurito pubescente, el cilicio es adorno y flagelo, remite al cuerpo enjoyado y al torturado, a topografía erógena y a opus dei…
Infinidad de lecturas erráticas se nos abren ante la confrontación de símbolos pasionarios y piezas precolombinas, voluptuosidades prehistóricas frente a comedidos miembros viriles en la estatuaria grecorromana: el dibujo de los genitales del David de Miguel Ángel nos recuerda el ideal de virtud y moderación cifrado en la pequeñez del pene según los cánones clásicos (heredada en el Renacimiento).
Junto a los frascos con especimenes desconocidos se despliegan fetiches heréticos, se intuyen sexualidades que escapan a la binariedad de género, placeres ambiguos…
Así como el neófito durante el rito de paso se desmarca de la estructura social, se torna invisible e impuro siendo relegado a los márgenes de la comunidad, la aporía del agujero que practica Susana haciéndonos entrar en la “madriguera” también supone aprovechar ese margen de libertad.
Anna Adell
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Susana Ibáñez, Ritos de iniciación , exposición individual
Comisariada por Alex Martín Rodríguez
en Factoría de Arte y Desarrollo, Madrid
hasta el 26 de febrero 2017
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